CAPITULO V

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Era sábado y a Tom le tocaba el turno de la tarde en Mallory's Love Shop.

Serian sólo un par de horas tras el mostrador, a diferencia de los demás días de la semana que trabajaba toda la jornada de ocho horas.

En menos de dos horas sería libre para... ¿Para qué? Ya no podría pasarlo tranquilo en su apartamento, sin preocupaciones, rodeado de comida chatarra y buena programación en la tele. Ahora tenía que fingir de niñera de un par de chiflados. Joder, estaba seguro de que así se sentía ser padre: Tenía que cuidar que Bill no hiciera destrozos alrededor de la tienda y, aunque no lo demostrara, le preocupaba Georg. En parte. Que se fuera a la mierda con su fobia a los lugares cerrados. Lo que le preocupaba era que pudiera encontrar alguna de las botellas de Ron que tenía ocultas por todo el apartamento. Si se embriagaba, quien sabe qué clase de desastres podía llegar a hacer con sus brazos robóticos. Tom conocía mucho sobre el tema, él mismo había probado lo que las extremidades mecanizadas eran capaces de hacer. Eran más comunes y accesibles de lo que deberían.

Esa tarde, el negocio estaba más tranquilo que de costumbre.

Su jefa, la señora Mallory –quien, en otros tiempos se había llamado Michael- no se encontraba en la tienda para hacerle preguntas sobre su vida privada. Lo cual suponía un alivio para Tom. Desde la primera vez que ella lo vio se había encariñado con él y había actuado como una especie de madrina. Se preocupaba por su alimentación «Tom, cielo, estas muy flaco ¿Seguro que comes bien?», por sus hábitos de sueño « ¡Mira esas ojeras! Cariño, deberías ir al sofá de mi oficina a descansar. Anda, que Andreas se hará cargo un rato», por su vida social «Esa chica es muy linda ¿Has considerado invitarla a salir? ¿Y qué tal ese chico de allá?», e incluso por cosas de las que ni él mismo se preocupaba «Eh, Tom ¿No te gustaría cambiar de estilo? Seguro que con unas trenzas se te vería muy guapo, tengo una amiga que es buenísima para...». Y no es que fuera un malagradecido que no apreciaba sus buenos gestos. Lo hacía. Sólo que siempre había sido independiente e intentaba alejarse de las personas lo más que podía. No estaba acostumbrado a que alguien estuviera tan interesado en él. Además, se sentía como parte de una obra de caridad y eso le disgustaba.

Los demás empleados de la tienda...bueno, Tom nunca había puesto mucha atención en ellos. Todos habían intentado forjar una relación aunque sea de compañeros con él y habían fallado horriblemente. De los 12 empleados, solo recordaba el nombre de Andreas y eso porque era el único que aún no se había rendido en su intento de sacarle al menos un "Hola" y claro, porque la jefa se la pasaba regañándolo por ser un holgazán.

No llevaba ni media hora en su puesto, cuando empezó a sentir un dolor punzante en la cabeza que le hizo perder el equilibrio. Con una mano se apoyó en la pared para no tambalearse y la otra mano se la llevó a la sien.

-¿Te pasa algo, viejo?- preguntó Andreas, quien pasaba por ahí cargando una caja.

-Nada, vuelve a lo tuyo – respondió Tom, tratando de parecer normal.

El rubio lo miró inquisitivo, pero continuo con su trabajo, saliendo a la calle con la caja.

Era insoportable. Nunca en su vida había tenido que sentir un dolor físico tan terrible. Era más intenso incluso que el que tuvo cuando estaba en prisión con Georg. Sentía que le aplastaban el cráneo o que le podía explotar en cualquier momento. Ojala pasara lo segundo.

-Nick, te ves terrible.- Bill se recargo junto al mostrador, saboreando una paleta en forma de...Carajo, estaban en una Sex Shop, todo tenia forma de eso.

A diferencia de Andreas, Bill no lo miraba con duda. Parecía que sabía con exactitud lo que le estaba ocurriendo.

-¿Quieres que te ayude?- dijo con un tono inocente.

-¡¿Sabes cómo?! – Tom lo tomó por el cuello con las pocas fuerzas que le quedaban.

-Claro- asintió con calma- pero solo te lo diré si tú me ayudas también.

Su sonrisa lo confirmaba: Sabía lo que le estaba pasando, tenía que ver con ello. Su jodida apariencia servía para que nadie sospechara de él y Tom había sido tan estúpido para caer en su trampa.

-¿Qué me hiciste?- Aunque quería matarlo ahí mismo, se contuvo, tratando de parecer tranquilo a pesar del dolor.

-Yo no hice nada, tú probaste mi sangre- Bill encogió de hombros, restándole importancia.

-¡Tú me besaste!- La tranquilidad a la mierda. Dolía, joder, dolía.

-Cierto- Se llevó el pulgar a los labios y miró a la izquierda, pensativo.- Ahora mismo debes estar pasando por algo que ustedes llamarían "Síndrome de abstinencia"

-¡¿Qué?!

-¡En pocas palabras, necesitas mi sangre para vivir!- dijo aquello con el mismo tono con el que un niño de 5 años diría: "¡Mañana vamos a ir a Disneylandia!". Toda su calma, aparente inocencia e ignorancia ante lo odioso de la situación hacían que surgiera cada vez más el instinto asesino que Tom no había sentido en años.

-¡Entonces... ¿Me volviste un maldito vampiro?!- se había dejado caer sobre la barra, con las manos en la nuca.

-No sé qué es eso. Solo sé que ahora hay algo que te une a mí, quieras o no. Así que puedes ayudarme y yo a ti o de lo contrario morirás lentamente por dentro.

-¡Eres una sabandija despreciable!

-Soy un demonio, es diferente.- Por primera vez desde que lo conoció, Bill parecía enojado. No enojado como un niño caprichoso, sino enojado de verdad. El brillo había desaparecido de sus ojos oscuros.

La campanilla de la puerta sonó, dejando entrar a Andreas ya sin la caja. La sonrisa que traía después de haber ligado con una chica desapareció tras ver a Tom. Luego miró a Bill, quien seguía recargado en el mostrador con una mano, con gesto despreocupado y lamiendo la paleta en forma de... eso.

-Oye, viejo, si te sientes mal te puedo dar algo para el dolor...

-Sería inútil- interrumpió el chico de cabello azul, con un tono increíblemente frio, que hizo desaparecer la buena primera impresión que el rubio tenia de él.

-Bueno, yo solo trataba de ayudar.- contestó, a la defensiva.

-¿Ayudar?- Bill mordió la paleta. El crujido del dulce en su boca llegó hasta los oídos del rubio, al otro extremo del local.- ¿Quieres ayudarlo? ¿A pesar de que siempre te ignore? ¿Aunque rechace tus intentos de amabilidad? ¿Incluso si él no hiciera nada aunque tú te encontraras en peligro? ¿Pero qué clase de idiota eres?

Él no sabía nada sobre la relación de Tom y Andreas, todas esas preguntas las había formulado en base al comentario del rubio sobre la mudes de Tom y lo poco que tenia de conocer a este. Al ver que Andreas le evitaba la mirada y fruncía el ceño, supo que había dado en el clavo.

-La clase de idiota que soy yo...-comenzó- es una clase en peligro de extinción. Soy único y no tengo que teñirme el cabello de un color falso para demostrarlo.

-¡Dejen esta estupidez!- gritó Tom, con las manos en la cabeza y los ojos cerrados con fuerza- Andreas, solo ignóralo, el tipo es bipolar y no sabe lo que dice.

-¡Oye, te dije que vengo del cielo, no de los polos!- protestó el de cabello azul- ¡Y para que lo sepas, -dijo, dirigiéndose a Andreas- mi cabello es azul natural!

-Claro que si- se burló- hasta que me traigas a tus padres con pelo azul, no voy a creerte una palabra.

-¿Mis qué?

La pregunta quedo en el aire, pues la televisión que se encontraba en la esquina del techo y que había sido ignorada a falta de contenido interesante, captó la atención de Andreas. En la pantalla se mostraba una grabación de seguridad del hospital donde Bill había estado.

For the lulz.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora