Sentir

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Se sentó en ese lugar donde muchas veces estuvo con él, pudo sentir su olor, la calidez de su mano, la locura de sus labios, la mirada tan dulce que tenía y aquella misma que le daba a ella la seguridad para seguir luchando por él. Miró cada uno de los rincones donde lo besó, vio como flotaban en el aire cada uno de los recuerdos, los fue tomando uno por uno reviviendo en su mente la sonrisa que él tenía cuando estaba con ella.

Su primer amor, no el único que ha querido pero si al único que amó. Innumerables de veces escribieron su historia, había algo en ellos que siempre los hacía regresar. Quizás era por el amor que se tenían, o que nunca se iban del todo.

El reloj hacía tic tac, un sonido hueco y sin sentido, uno banal que no significaba nada más que el saber lo sola que estaba. El apetito se había ido, comía aún como siempre normal, pero el hambre por vivir la vida ya no estaba. No era una chica normal, era aquel tipo de mujer inusual, no de esas que lloran todo el tiempo y comen helado para curar las penas, sino la que regalaba al mundo su mejor sonrisa para que la gente no se lamentara por ella, para no darle el gusto a él que le dolía. Ahora vivía burlándose de sí misma, riéndose de su estúpido amor, culpando a todos por su dolor, aunque ella misma se lo buscó.

Todas las mañanas de aquél invierno asistía a la preparatoria, la aburrida escuela en la que no ponía atención en nada, donde tenía que soportar compañeros a los que ni si quiera conocía, el lugar donde siempre medía el tiempo para salir a receso y concentrarse en otra cosa. Buscarlo eso hacía, entre las 9:45 y las 10:15 am, perseguir con la mirada a todo aquel que se pareciera a él, explorar cada rincón para verlo, para que su corazón latiera con el pequeño y único suspiro de felicidad que tenía en todo el día.

Al llegar a casa pasaba, venía una y otra vez como las olas del mar, comenzaba ese vacío, ese momento en el que se recostaba a mirar el techo y a decir "¡Maldita sea como lo extraño!", entonces la atacaban, el sonido lejano del celular que indicaba que no había ningún mensaje de él, las conversaciones que aún guardaba, las que leía una y otra vez haciendo que ella se enamorara de nuevo de él.

¡Idiota!, todo el mundo le decía eso de él. ¡Cobarde!, le repetía la razón. ¡Tonto!, él mismo se decía. ¡Amor!, eso susurraba el corazón.

Simple, fácil, la gente mencionaba que era fácil. Cuestión de tiempo también era otra de las cosas escuchadas. Ya supéralo, se oía a lo lejano dentro de su ser.

Dolía como quemadura, como caída y raspón, como gripa y ojos llorosos, como cólicos y frío, como golpe en una pelea de box. Ya se sabía el final, lo vivió una y otra vez, pero había algo diferente, algo que le recorría el ser arrancando pedazos de carne, rasguñando todo a su paso, era simple, la maldita costumbre de sed de sus labios, la estúpida costumbre de su compañía, el absurdo amor que sentía por él. El simple sentir.

Punto finalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora