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» Rebecca Walsh «

Lo que yo recordaba era que no sabía nada. Creía saberlo todo hace años y, con diecisiete años, me di cuenta de que no sabía una mierda. No sabía cosas obvias, como que las personas malas podían estar cerca mío, que en realidad a nadie le importas si sufres mientras sea en silencio y que no era la única persona sufriendo. Tampoco sabía cosas imposibles, pero que en el futuro, parecían obvias de saber; como cual persona de mi entorno era malvada, a donde entrar, a donde no, qué decir y cuándo gritar.

En cierto modo, nadie sabía nada. ¿No decía Sócrates que "La última cosa que sé es saber que nada se"? Todos creemos saber, entender, nos tenemos demasiada fe, cuando en realidad somos ratas girando entre las mismas paredes esperando ser cazadas por la crueldad humana.

Otro tema interesante; el humano y su crueldad. Compartimos todos la misma estructura: células, órganos y ADN, pero hay personas distintas, esas que se salen del molde. O que en realidad son el molde. Gente mala que no tiene motivo para serlo, que disfruta ver al otro llorar y rogar; disfruta la humillación humana y la posición de poder.

Había demasiado tema para explayarse y poco contexto para hablarlo.

Me quedé mirando la pizarra, donde las palabras "el conocimiento" estaban grabadas. La profesora Rosalie hablaba sobre lo que distintos filósofos opinaban del conocimiento, sobre cómo un hombre que vivió hace miles de años seguía teniendo repercusión en la actualidad. Estaba en la escuela, donde uno aprendía. ¿Estaba yo adquiriendo conocimientos, o no eran esos tipos de conocimientos a los que se refería?

Yo dividiría el conocimiento en dos mitades que no se chocan pero que son un algo del mismo concepto. Estaba el de memoria, las fórmulas de matemática, los poemas, las palabras extrañas de la biología; las cosas que aprendíamos todos en nuestros años de colegio, lo que sabían todos por igual. Y estaba el de experiencia, el saber cuando actuar, cuando retroceder, con qué personas sí, con cuales no, como evitar daños; lo aprendías en base a tu entorno y tus traumas, ningún conocimiento experiencial era el mismo en dos personas.

Entonces, ¿a cuál se refería mi profesora? Porque, siendo sincera, el que más entendía era el experiencial, toda mi personalidad se basaba en que tanto me destruyeron en el pasado.

La persona a mi lado me golpeó ligeramente con el codo, tratando de llamar mi atención. Salí de mis pensamiento, desviando la vista del frente para centrarla en el chico junto a mi. Connor me miraba con ojos marrones de cachorro, como me gustaba llamarlos.

—¿Tienes la tarea de matemática?—me sonrió encantadoramente.

Rodé los ojos mientras sacaba mi cuaderno y se lo dejaba en su pupitre, tal vez muy rudamente. Rosalie nos miró, pero continuó hablando luego de unos segundos, como si realmente no le importara. Tal vez era porque éramos nosotros, que sabía que si nos preguntaba algo íbamos a responderle. O tal vez no tenia las suficientes ganas de discutir con nosotros en ese momento; a ningún profesor le gustaba discutir con nosotros. Yo tenía poca paciencia en lo que se refería a regaños y Connor tenía problemas con la autoridad, así que preferían a veces simplemente dejarlo pasar.

Tomé mi celular leyendo los mensajes de texto de mamá. Para una mujer adulta y exitosa, tenía una manera casi infantil de hablar por mensaje. Tal vez era porque seguía creyendo que si me trataba como una niña, no asumiría que ya había crecido. La secuencia de mensajes era de quince, pero había algunos stickers y definitivamente repitió mucho la frase "cena con los Hamilton".

El chico que lloró en las estrellas. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora