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"Solo recuerdo la emoción de las cosas"
-Antonio Machado.

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Amaba a Jace con toda mi vida. De hecho, amaba a mis hermanos menores tal vez demasiado. Él me podía pedir que le entierre a alguien y yo lo haría sin dudar, pero había veces que lo odiaba totalmente. Jace tenía un carisma excepcional y un talento que yo en algún momento había tenido para hacer amigos. Pero había veces que él simplemente no podía, no entendía casi nunca esas veces.

Al principio me quería negar pero luego pensé en todo lo que hizo Jace por mi y no lo hice. Tal vez ese fue mi error. Así que ahí estaba, caminando por los pasillos en busca del equipo de fútbol, que parecía andar como una secta sin separarse. Cuando encontré a cuatro de ellos, solté un fuerte suspiro y me dirigí hacia ellos.

No notaron mi llegada hasta que carraspeé tal vez demasiado fuerte. Sentía la garganta seca al ver que tres de ellos se enderezaban y aumentaban su altura como consecuencia. Los pasillos estaban casi vacíos porque eran ya pasadas las horas escolares; estaba prácticamente sola con cuatro atletas intimidantes.

Pero, aún así, alcé mi barbilla sin dejar ver mis miedos, tal vez la única lección real que aprendí de mi papá.

—¿Rebecca?—preguntó Andrew, cómo no, el único que no se había enderezado. Seguía apoyado en la pared con las manos en los bolsillos de su chaqueta del equipo—. ¿Sucedió algo?

Casi me hecho a reír. Sucedían muchas cosas, como que quería asesinar a mi hermano menor. Como que quería estar lejos de ti. Simplemente evité su mirada.

—No vengo a hablarte a ti.

Alguien silbó burlándose de él y yo sabía que era Keith, el pelirrojo estaba junto a él tratando de no reírse.

Examiné a todo el grupo para sentirme más informada, mas segura. Jensen Anderson tenía una cara que significaba que quería golpear a alguien o que quería que lo golpeen por su mueca despreciable; demasiado caraculico para funcionar. Andy seguía apoyado en pared pero con las cejas levantadas en sorpresa y su mejor amigo junto a él me miraba curioso. Luego clavé mi mirada en el motivo por el que estaba ahí.

Mark Anderson. El moreno de ojos miel era la persona más neutra que conocía; no sonreía con Keith, pero tampoco te miraba con ganas de matarte como su hermano mayor. Iba un año arriba que Jace, por lo que le estimaba unos quince.

—Contigo quiero hablar—lo señalé. Si se sorprendió, no lo mostró.

El resto sí. Keith soltó un jadeo tal vez muy dramático y Drew se enderezó abruptamente. Miró entre ambos sin entender realmente qué sucedía; yo no era especialmente conocida por amar a los del equipo de fútbol. Probablemente por separados eran buenos, pero juntos se amontonaban en una gran pila de ruidosos, eufóricos e idiotas.

Al ver que nadie hacía el amago de moverse, tomé el brazo del chico y lo alejé lejos de oídos curiosos. No me molestaba el tacto que yo iniciaba y controlaba, mientras no se convierta en algo más grande e incontrolable.

—¿Que necesitas?

¿En este momento? Un boleto fuera del país hacia Europa.

Tragué saliva y sonreí. En realidad no me costaba socializar mucho, solamente no me gustaba hacerlo. El sonreír cuando no lo quería y el intentar entender al otro me cansaba. Guardé mis manos en los bolsillos de mi chaqueta.

El chico que lloró en las estrellas. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora