Capítulo 9

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     Nos quedamos viendo la fotografía. Sí, es la misma que les di a los oficiales en la mañana. ¿Cómo llegó aquí? ¿Los policías habrán ingresado a la casa y dejado la foto en la cama de mis padres, sin avisarnos, así, sin más? Qué estupidez. Por supuesto que no. Lamentablemente el único ser que hizo esto es ella. Ella la dejó ahí, no sé cómo, pero sé que fue ella. ¿Quién más lo haría? Toda la casa estaba cerrada, así que una persona no podría haber hecho eso. Además, los únicos involucrados en este caso somos mi familia y los oficiales, nadie más sabe lo que nos ocurre. Desde que llegamos nunca hemos hablado con los pocos vecinos que tenemos. Las casas están bien separadas una de la otra y las personas que habitan en ellas no son muy amigables. Solo un «Buenos días», «Hola, ¿qué tal?», y nada más.

—¿Por qué está eso aquí? —preguntó mi madre totalmente atemorizada.

—No lo sé, pero pondré fin a esto. —No sé qué es lo que quiso decir mi padre, pero apenas concluyó su frase fue a la cocina.

—¿Qué haces papá? —Sin respuestas—. ¡Papá! —Lo seguimos. ¿Qué diablos estaba haciendo?

—Voy a quemar esta fotografía, desde que apareció solo nos trajo problema tras problema.

—¿Y piensas que quemando esa foto se solucionará todo? ¿Piensas que con destruirla esta mujer nos dejará en paz? Yo creo que no. —Andrea se veía bastante… ¿impactada? ¿Molesta? ¿Enojada?

—No, no lo sé. Pero ya estoy harto de esto.

     Justo cuando papá prendía el fósforo para quemar la fotografía, todo se volvió oscuro. Las luces de la galería, la cocina y el cuarto de ellos se apagaron. Nos quedamos paralizados. Cuando por fin reaccionamos los tres al mismo tiempo, tratamos de correr sin tropezarnos hasta la puerta que daba a la calle, pero esta estaba cerrada. Alumbramos la casa con nuestros celulares, pero fue inútil. Todo estaba oscuro. Las llaves habían desaparecido. Corrimos hasta la puerta del patio, pero tampoco abría. Ahí nos dimos cuenta que por más que gritáramos, corriéramos o intentáramos escapar, nada serviría. Estábamos encerrados. Nos tenía confinados.

     El miedo nos invade, estamos solos ante un ser al que no podemos ver, pero él a nosotros sí. No sabemos qué nos hará, ni siquiera sabemos si saldremos con vida. Nos dirigimos a la habitación de mis padres, pero como era de esperarse no abría, ni tampoco la mía. No teníamos escapatoria.

     —¿¡POR QUÉ NOS HACES ESTO!? ¿¡Qué hemos hecho nosotros para que nos atormentes así!? ¡YA BASTA, POR FAVOR! —Yo ya no escuchaba nada. Estaba abrazado a mi mamá mientras ella no paraba de gritar—. ¡PARA DE UNA VEZ! ¡No es nuestra culpa que no puedas descansar en paz! ¡Solo déjanos ir!

     El recuerdo de mi infancia viene a mi mente. Yo en mi séptimo cumpleaños, jugando con algunos de mis compañeros de escuela en Mendoza, mientras mamá me filmaba con la videocámara. Sin preocupaciones, sin problemas que atender. Solo jugando a las escondidas con Esteban y Camila. Luego soplando las velas mientras todos me cantaban el feliz cumpleaños. Abriendo mis regalos. Comiendo torta de chocolate. Uno de los mejores cumpleaños que un niño podía tener.

     Las sillas se mueven solas. Las luces parpadean rápidamente. Las puertas se abren y se cierran violentamente. Susurros incomprensibles nos llenan la cabeza. Gritos desesperados de una mujer es lo único que escuchamos. No vemos nada. Los tres estamos abrazados intentando combatir esta pesadilla. No quiero escuchar, no quiero ver. Solo quiero estar en un lugar feliz, con mi familia.

     No sé cuánto tiempo pasó, sé que fue mucho, pero de pronto, todo cesó. Las sillas ya no se movían, las puertas dejaron de abrirse y cerrarse. Los susurros y los gritos se detuvieron. Pero, aun así, las luces seguían apagadas. De a poco mis padres y yo dejamos de abrazarnos, pero seguimos juntos. No quiero abrir los ojos. Solo quiero que todo esto termine.

     Caminamos lentamente hacia su habitación, pero un ruido en la cocina nos detuvo. No le dimos importancia, sabíamos que era ella, solo quería darnos miedo y que estuviésemos inseguros, pero ya no más. No obstante, cada vez que nos alejábamos el ruido aumentaba, era como si la mesa o el televisor cayeran al piso. No. No podemos dejarnos engañar, sabemos que si vamos a la cocina no habrá nada ni nadie, como todas las veces, así que continuamos. Pero cuando estamos a punto de abrir la puerta, un grito desesperado y de terror, como en las películas de miedo, nos detiene por completo. El grito de una mujer, uno que jamás en mi vida he escuchado. Como si la estuviesen por matar o algo peor.

     Son solo segundos que pasan cuando nos damos cuenta que una pequeña luz empieza a iluminar la cocina. Una luz blanca, reluciente, que hipnotizaba. Poseídos por ese resplandor y sin darnos cuenta, los tres empezamos a bajar las escaleras y nos dirigimos hacia ese foco que nos guiaba. Cuando fuimos llegando, se detuvo en ese mismo rincón especial de la cocina. Allí quedó, por unos instantes, hasta que finalmente se apagó. Al parecer esa lucecita nos hechizó, puesto que quería que bajáramos a la cocina para encontrarnos con nuestro final.

     La luz de la cocina se encendió. Aún seguíamos sobresaltados, no entendíamos cómo llegamos allí. De pronto, finalmente, la vimos… detrás de nosotros, una mujer alta, más alta que mis padres, delgada, con el pelo castaño, llevando un vestido negro hasta las rodillas, con las piernas y los brazos llenos de sangre, nos miraba. Su rostro no se veía, pero sabíamos que ella a nosotros sí. Los tres quedamos paralizados, en shock. Solo la mirábamos. Sabíamos que este era nuestro final, que algo malo nos haría, que no saldríamos de allí jamás.

     De a poco, fue sacando parte de su cabello para mostrar lo que quedaba de su rostro: una mujer diabólica, sin ojos, demacrada, los dientes hecho pedazos y con solo los colmillos que resaltaban empezó a acercársenos. No nos movíamos, no podíamos gritar, no podíamos hablar, no podíamos movernos. Lo único que hacíamos era ver nuestro final. Cuando estuvo a solo unos pequeños pasos de nosotros, aquella mujer sonrió de manera maligna, y luego, un grito satánico, desesperado, de terror, rompió nuestros tímpanos. Ahí empezamos a gritar, a llorar, a correr. Pero nada sirvió.

     Todo se apagó. Eso fue todo.

La mujer de la fotoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora