Mi deleite

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Mis padres se habían divorciado cuando tenía 6 años. Casi siempre estaban ocupados trabajando.
Siempre me dieron todo lo que quería. Crecí como niña consentida, cualquier cosa que quería me la daban, y si no me la daban, la conseguía.

En mi cumpleaños 19 mamá me dió la noticia que su novio, con el cual llevaba apenas un año de relación, se vendría a vivir con nosotras.

Esteban estaba bueno. Era atractivo. Fuerte de tez bronceada, alto y para tener 47 años estaba muy bien.

Yo nunca tuve una relación buena con mis papás, menos con mi mamá porque siempre me ha abandonado por trabajo.

Cuando lo ví la primera vez pensé que estaba bien. Y cuando se mudó a la casa pensé que estaba muy bien.
Seguido veía como él me observaba. Tenía la costumbre de andar en ropa interior por la casa, justo cuando mamá no estaba. Y sabía que le gustaba.

No teníamos una relación estrecha, pero yo tenía la certeza de que me veía a menudo y me deseaba.
Mi mamá salía de viaje muy seguido, así que cuando ví la oportunidad de dármelo, la tomé.

Salí del gimnasio y regresé corriendo a casa. Solo eran seis cuadras así que lo contaba como mi cardio final.

Sabía que mi sensual padrastro estaba en casa, su coche estaba en la entrada.
Azoté la puerta cuando entré.

-¿Llegaste?

Fingí no escuchar y subí directo a mi habitación haciendo ruido subiendo las escaleras.
Me fui desnudando entrando a mi cuarto, dejando mi camino de ropa hasta mi baño.

Tomé el shampoo y empecé a lavar mi cabello. Estaba muy mojada y no era precisamente por el agua de la ducha.
La puerta y la cortina estaban de par en par. La genética me había brindado un cuerpo escultural, pero el gimnasio lo había hecho irresistible.

Momentos después escuché sus botas caer al suelo. Sabía que en poco tiempo lo iba a tener atrás de mí. Lo necesitaba.

Sin abrir los ojos comencé a sentir cómo sus manos paseaban por mi cuerpo perfectamente torneado.  Sus manos recorrían su camino por mis pechos y los apretaba. Presionaba su erección dura en mi culo.

-Enjabóname papi.

Aunque no fuera mi padre, le encantaba que lo llamara de esa manera.

Tomó el jabón y comenzó a lavarme el cuerpo. Enjabonó desde mi cuello y mis senos hasta mis piernas, agachándose y ocasionalmente dándole un mordisco a mi culito mojado, lo que me hacía gemir y sonreír.

Cerró el agua, dejó el jabón y comenzó a frotar con toda su mano mi vulva. Tenía una maestría sin igual con sus manos. Tocaba mis senos, pellizcaba mis pezones y se abría paso con una mano a mi entrada deseosa de él.

Puso mi pierna sobre la tina, eso le dejó el espacio perfecto para meter sus dedos en mi húmeda y excitada zona de placer.

Empezó con un dedo. Entraba y salía lento, fue introduciendo otro poco a poco hasta que sus dedos bailaban dentro de mí. Escuchaba el chapoteo de sus dedos entrando y saliendo con mis fluidos combinado con el agua de la ducha que escurría de nuestros cuerpos.

-Sí papi. Más rápido por favor.

Sus dedos me cogían, estaba muy caliente. Yo jadeaba y gritaba segura que me escuchaba en toda la casa, no me importaba, estábamos solos y podíamos hacer todo el ruido que quisiéramos.

Me vine con su mano dentro. Solté un suspiro de alivio dejando que el placer culposo me invadiera, sintiendo espasmos en mis piernas y en mi abdomen. Aún no terminaba de correrme cuando lo sentí dentro de mí hasta el fondo.

Él reprimía sus gritos pero yo me dejaba llevar.

-Más duro papi.

Subía la velocidad de su penetración y después lo hacía más lento. Me encantaba. Mis senos perfectos rebotaban con cada movimiento.

Desde atrás él jalaba mi cabello y besaba mi cuello y lo mordía. Apretaba tanto mis pechos que sentía un dolor de placer. Yo era suya y solo suya. Podía hacerme lo que quisiera. No quería que terminara nunca.

Fue así como llegué a mi segundo orgasmo, con su mano moviéndose en círculos en mi clítoris dilatado. Abría mis labios con su mano y su pene seguía moviéndose lentamente dentro de mí.

Lo sacó y me dio la vuelta.
Traté de besarlo pero no se dejó.

Me pegó contra el azulejo frío del baño y me alzó. Mis piernas rodeaban su pelvis. Me sostuve del tubo de la cortina y de la pared.

Él apretaba mi culo hacía su pelvis. Estaba tan excitada que su pene no tenía problema en entrar y tocarme hasta el fondo. Mi abdomen se contraía con cada empuje.

Mis pechos estaban a su merced, vibraban con nuestros movimientos sincronizados y cuando tenía oportunidad los besaba y mordía mis pezones, haciendo que se endurecieran más y más.

Yo chorreaba a cada tacto con su cuerpo sin importar la zona, hasta con su mirada me mojaba.

Rasguñaba y pellizcaba mis nalgas, las separaba y sentía que la piel se me iba a desgarrar y eso me hacía soltar gemidos tan fuertes que anunciaban nuestro orgasmo.

Movió su cabeza hacia atrás, yo sabía que disfrutaba cada cogida que me daba. Cerraba los ojos y mordía sus labios gruñendo del placer y gozo que ambos sentíamos con estos encuentros prohibidos.

Veía en su rostro la determinación de aguantar más. No quería detenerse y no quería que esto terminara.

Puse mi mano en su cuello y le enterré las uñas, sacándole un grito ronco, sabía que le encantaba.
No quería parar y yo no quería que él parara, quería que me follara todo el tiempo. No pudo resistir más y se dejó llevar, haciendo ruidos liberadores con la garganta.

-Ahhh sí papi.

Sentí su corrida dentro de mí y me excitaba mucho más. Él seguía con los ojos cerrados y la cabeza hacia atrás. Su respiración era agitada y estaba quieto tratando de quedarse en pie.

-Tu bebé necesita terminar, ¿sí papi?

Con el ceño fruncido recuperándose del placer asintió. Yo empecé a mover mis caderas de arriba hacia abajo con su pene, aún duro, dentro de mí.

Tenerlo dentro y con el poder de controlarlo hacía que me sintiera muy caliente. Mi clítoris estaba ardiente de un tercer orgasmo y con mis movimientos lentos llegó.

-Ahhh sí papito.

Con mi espalda recargada en el azulejo helado y mis piernas rodeando su pelvis, me corrí por tercera vez. Le regalé apretaditas a su pene dentro de mí, lo cual el agradeció con una sonrisa. Desde las puntas de mis pies hasta detrás de mi cuello sentí espasmos y las contracciones en mi zona de placer eran las más deliciosas que había sentido.

Lo abracé como un koala y le di un pequeño beso en los labios. Nos quedamos así unos segundos, aún él dentro de mí.

Me bajó con cuidado y al salir pude sentir cómo nuestras corridas encontraban la salida y escurrían por mis muslos.

Él bajó su rostro a mis piernas, chupó los fluidos que resbalaban, me dio un dulce beso en mi clítoris exhausto de placer y comenzó a lavarme.

Yo era su placer culposo.

Él, era mi deleite.

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