"I love you, with a love so powerful,
So powerful that it's a sin"***
Solo se escuchaban las tristes notas en el edificio de la pieza Réquiem en D menor. Una velada tranquila, casi sacada de revista. La cadena de música sonando y el dispositivo electrónico que sostenía el hombre en su mano era lo único que diferenciaba esa idílica escena de la de una propia de un salón de la alta nobleza en pleno Quattrocento Renacentista. Nadie, ni si quiera el mismo dueño de la propiedad, podía imaginarse lo que a unos cuantos metros de aquella estancia estaba sucediendo.
Al otro lado de la puerta, pasando un pasillo demasiado largo para gusto de cualquier persona, una preciosa pared color blanco Oxford, según le había mencionado a su cliente el refinado decorador de interiores, ahora podría exponerse en una galería de arte si en uno de sus lados inferiores llevase la firma de Pollock. El rojo carmesí había teñido el muro de carga como si alguien hubiera utilizado deliberadamente una brocha para decorarlo, trazando a su paso con mano temblorosa una explosión de color. Un artista le hubiera preguntado al responsable por su técnica y él habría respondido que su material había sido una pistola con silenciador y la cabeza de uno de los guardaespaldas de la persona a la que se había propuesto visitar.
A pesar de que había medido todos sus pasos y se había asegurado de ser extremadamente sigiloso, alguien estaba siguiendo al marine muy de cerca. No cabía la posibilidad de no haberse dado cuenta de unos ligeros pasos que avanzaban cada vez que se paraba para acabar con uno de los perros guardianes de su objetivo, era demasiado bueno para no haberlo notado, o eso es lo que él pensaba.
En el esplendor de la canción el pomo de la cara puerta de roble italiano de casi tres metros de altura, hace un estruendoso sonido al chocar con la pared en la que está enmarcada. La persona que disfrutaba de la elaborada pieza de Mozart separa sorprendido la lectura en la que había estado inmerso mientras se sucedía la masacre que ahora hacía que el piso de uno de los edificios más lujosos de la Cocina del Infierno, pareciera una escena gore de una película de Tarantino. Desubicado mira al individuo plantado en el umbral que sostiene un arma en alto y que parece apuntar justamente al cuidado espacio que hay entre las cejas que hoy mismo se había esmerado en mimar y depilar. Las palabras no salen de su boca, lo más emocionante que le había pasado en su vida había sido estar a pie de pista en un concierto de Britney Spears. Cerró los ojos y empezó a balbucear sobre lo joven que era todavía y que no se merecía algo así.
El gatillo del arma se accionó pero la bala nunca llegó al objetivo deseado. Keta había movido con rapidez el brazo del castigador hacia arriba, haciendo que una de las bombillas de la lámpara que los iluminara, estallara con fuerza. Frank se giró hacia ella enfurecido mientras el propietario de la casa se levantaba a toda prisa para coger el teléfono y llamar a la policía o a quien pudiera ayudarle en esos momentos.
- ¿Qué coño te crees que haces, chica?
Con un hábil movimiento de brazo Keta le golpea en la nuca al rehén y lo deja KO en el suelo antes de que pueda marcar el 9. Se gira hacia Castle y le sonríe debajo de la máscara que llevaba para proteger su identidad.
-Salvarte de ti mismo.
La comisura izquierda de su labio se levanta en un tic nervioso y niega con el ceño tan fruncido que cuesta distinguir dónde empieza la ceja y donde el ojo. Ella sabe que si aquel movimiento tan temerario lo hubiera hecho otra persona, ya estaría muerta. Frank no solo hubiera disparado a la persona que le había hecho perder el tiro, sino que lo habría destripado con sus propias manos. Pero ellos se conocían desde hace mucho tiempo y nunca hab''ian pasado de causarle una o dos heridas al otro.