3. Una cosa llamada esperanza

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—Debes seguir por la 101, está en los límites del pueblo. Pero no me siento cómoda con la idea de dejarte conducir por las resbaladizas calles del pueblo —comentó Hope, luego de regresar de la cocina de su restaurante y seguir ayudando a Olivia, que se balanceaba para sostener a Maisie, ya dormida, entre sus brazos y su bolso—. La lluvia se detuvo hace poco —Su voz se tiño de sincera preocupación.

—Usted dijo que no estaba muy lejos de aquí —sonrió la rubia, enternecida—. Le prometo que tendré cuidado. De nuevo, gracias por todo.

—No, cielo. No hay nada que agradecer. Pero, si esperaras aquí un poco más...

—Mi abuela tiene razón —opino Anthony, colocando un brazo por sobre los hombros de Hope, masajeándolos para intentar quitar algo de la tensión de su cuerpo—. La carretera es peligrosa en estas condiciones —Él también se veía genuinamente inquieto por las Bennett. Sus ojos negros se iluminaron cuando se posaron en los hombres sentados a pocos metros de ellos—. ¿Por qué no dejas que te lleve el oficial Swan en su patrulla?

El semblante de Hope le imitó al oírlo. —¡Excelente idea! ¡Hasta que por fin pones a trabajar ese cerebro!

Y por supuesto, Oliva no tuvo tiempo ni siquiera de parpadear, cuando la mujer ya estaba frente a Charlie Swan, explicándole la situación y –ella diría que se lo pidió, pero lo correcto sería decir que lo exigió–, arrastrándole fuera de su asiento.

El hombre se acercó a ellos con una expresión amable, sin estar en lo más mínimo sorprendido por la actitud de Hope.

De inmediato, la rubia protestó: —Se los agradezco mucho, pero no creo que haga falta. Además, mi auto tendría que quedarse aquí.

—Tonterías, Charlie puede hacer que uno de sus muchachos venga por el coche a primera hora y lo lleve hasta tu casa. Tenemos todo controlado, cariño.

—Si te soy sincero, temo que, si me niego, Hope me envenene el café —susurro el jefe Swan, ganándose un golpe en el hombro de la mencionada—. Con gusto las llevó hasta su nueva casa, señorita —Sus ojos marrones desprendían la misma sinceridad y gentileza que Hope o su nieto, y cuando se posaron en su hija, una sonrisa surcó su rostro—. Es una de las bebés más bonitas que he visto.

—Charlie, solo has visto dos.

—Y sin duda son las más bonitas —refutó el oficial, carcajeándose por la respuesta burlona de la mujer Donovan.

—¿Tiene hijos, oficial? —preguntó Olivia, curiosa. Empezaba a ser más optimista en cuanto a su nueva vida en Forks, después de todo, la mayoría de las personas que acababa de conocer habían sido cordiales y atentos con ella.

—Solo una. Se llama Isabella, pero no vive aquí, será solo uno o dos años más joven que tú —Hope respondió por él—. Y basta de charlar, debes estar agotada, cielo. Vamos, ya mañana será un nuevo día.

Sin otra opción, Olivia les pidió unos minutos para sacar una de sus maletas, para tener un par de mudas de ropa para Maisie y ella. Con un poco de dificultad, debido que cargaba a Maisie y esta estaba envuelta en varias mantas, se inclinó para despedirse de la mujer mayor con un beso en la mejilla.

—¿Qué? ¿Para mí no hay beso? —protesto Anthony. Empero Olivia no pudo responder, pues la abuela del joven le golpeó con fuerza en el brazo.

—¡Ya vete a dormir! —gritó ella. Aunque de nuevo, podía apreciarse que le divertía la actitud de su nieto.

Con un último adiós, y la promesa de desayunar al día siguiente en Forks Coffee Shop, Olivia y Maisie subieron a la parte trasera de la patrulla.

Jardín de Meteoros ━ Edward CullenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora