4. Solo hace falta saber buscar

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Olivia despertó al sentir los primeros rayos de sol sobre su rostro, sus ojos azul-grisáceo se enfocaron –como cada mañana–, primero en Maisie, quien seguía dormitando acurrucada a su lado. Una pequeña sonrisa se dibujó en los rosados labios de su madre al ver la boquita ligeramente abierta y la forma en que sus largas pestañas rubias besaban los regordetes mofletes. Le encantaba cuando sus enormes ojos azules se posaban en ella, la aliviaba de sobremanera que su bebé no tuviera ningún rasgo similar a su padre, todo en la niña era una copia de ella. Una ola de afecto y puro, llano amor la invadió, cuando en ese momento, su preciosa mirada garza se posa en su figura.

—Mi amor —susurro Olivia, acariciando el corto cabello dorado de Maisie. Se quedaron unos minutos recostadas en la cama, la joven miraba por la ventana, apreciando la vista verde afuera. La chiquilla, en su lugar, estaba tranquila jugueteando con sus propios pies. Aunque pronto la bebé exigió comer, marcando el inicio a un nuevo día. Tomo su teléfono móvil y cargo a la niña, para bajar a la cocina y preparar un nuevo biberón. Le frunció el ceño al microondas, empero dado que carecía de los utensilios de cocina necesarios, era la única solución. Con Maisie sujeta a su cadera, recorrieron su nuevo hogar bajo la nueva perspectiva que traía el día. Anoche, la joven no notó la chimenea en la sala ni el florero con rosas amarillas sobre esta, o la carta entre las flores.

Curiosa, tomo el papel entre sus largos y blanquecinos dedos, una expresión de asombro salió de su boca cuando termino de leer su contenido:


A las señoritas Olivia y Maisie Bennett:

Espero que esta pequeña casa sea testigo y confidente de los mejores recuerdos que puedan crear, tanto o más de los que mi esposa y yo pudimos tener. Este pequeño pueblo puede ser el hogar de los más insospechados habitantes, solo hace falta saber buscar.

Harry Barnes.


Una segunda hoja se asomaba, pero Olivia, conmovida por el amable gesto, no se dio cuenta. Un golpe suave en la puerta irrumpió la tranquilidad de la habitación, justo al mismo tiempo, el microondas emitió un pitido, sobresaltando a madre e hija. Por un minuto entro en pánico, antes de ver por el ventanal de la sala, a través de las blancas cortinas, su propio coche. Se recordó a si misma que nadie consideraría buscarla en este pueblo, ni siquiera en esta parte del país. Con una exhalación profunda, se dirigió a atender a su visitante.

Un tímido Charlie fue quien la recibió en la entrada de su casa, Olivia embozo una sonrisa al verlo.

—Buenos días, oficial —saludó. Hizo un gesto rápido para que el hombre pasara a la sala y cerró la puerta enseguida. Afuera hacia el suficiente frío como para que le preocupara que el cambio de temperatura afectara a Maisie.

—Buenos días, señorita —La mirada marrón del policía se paseó por la estancia—. Perdone, ya estoy tan acostumbrado a este clima que apenas lo percibo. Espero que anoche hayan podido dormir bien, recuerdo que mi hija odiaba las noches así de heladas —El ceño del policía se arrugo en sincera mortificación.

La joven rubia volvió a sonreír y negó con la cabeza. —Dormimos bien, la calefacción nos mantuvo calientitas. Y por favor, solo dígame Olivia. Insisto —añadió al ver que una protesta estaba por escapar de sus labios.

—En ese caso, Olivia, llámame Charlie.

En ese momento, Maisie lanzo un pequeño quejido. Su bebé había sido lo suficientemente paciente, y reclamaba su justa atención. —Una disculpa, nos atrapo justo cuando acabábamos de salir de la cama. Estaba por alimentarla.

Jardín de Meteoros ━ Edward CullenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora