9. El misionero

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Acarició al pequeño chihuahua con la delicadeza que le aseguraría no le haría daño. El perro mordió como juego su mano, violento pero seguro de no ser muy rudo con él; continuó el juego de la mascota, asegurándose de mover su mano cada vez que lograba atraparle.

Sobre una de las hornillas, una pequeña olla con el agua necesaria para dos tazas de café hervía a fuego alto. Sobre el mesón un plato con dos pedazos de pan dulce que había cortado hace unos minutos, y las dos tazas en las que serviría el café una vez estuviese listo.

El frío aire de finales de la tarde era adornado por el fuerte aroma a café. Las flores cerca de la gran ventana estaban llenas de pequeñas gotas de agua, los restos de la lluvia de aquella mañana, aun con la humedad en el aire desprendían un suave perfume.

Alejó sin fuerza al pequeño perro, levantándose antes de que lograra subirse a sus piernas de nuevo. Estiró su cuerpo antes de acomodar el filtrador sobre una de las tazas. Tomó con un paño la pequeña olla, vertiendo el caliente líquido a través del filtro hasta llenar por completo la taza más grande. Sirvió la bebida restante en su taza, dejando el filtro sobre la olla para no ensuciar la cocina.

Tomó el azúcar y echó dos cucharadas en su café. Mezcló hasta creer que el líquido había absorbido el endulzante, bebiendo un sorbo se aseguró de que le agradara el sabor, acomodando después las tazas en el espacio libre en el plato, como una manera de cargar con todos los objetos cómodamente.

Acercó su mano al chihuahua, este lo recibió con la continuación del rudo juego. Lo cargó en brazos tras un par de mordidas algo más fuertes, asustándole un poco por las "grandes" alturas y al fin logrando que se mantuviera quieto, apegado a su pecho por el miedo de ser tirado.

Tomó el plato con las bebidas y alimento con cuidado. Intentó mantener la misma altura a pesar del peso en el otro extremo, pasando sus dedos por debajo de la cerámica para soportar mejor todas las cosas.

Caminó con cuidado hacia la habitación compartida con el mexicano, asegurándose de esquivar todos los objetos tirados en el desordenado hogar.

Al contrario de cómo debería ser, el interior de la casa se sentía más frío que el ambiente exterior, con la calefacción apagada ante la falta de la presencia de alguien que lo viera necesario y el gran aumento que eso traería las cuentas de luz.

Entró a la habitación cerrando la puerta tras sus espaldas. Pasó ambas tazas al mexicano acostado sobre la blanda superficie, dejando el plato con el pan sobre una de las mesitas de noche. Paco saltó a la cama cuando creyó que la altura había disminuido lo suficiente, acomodándose en su almohada para seguir durmiendo.

Entró bajo las sábanas junto al mayor, tomando una de las tazas, y comenzando a beber en silencio. El norteamericano acomodó su cabeza en su pecho, dejando en la mesa de noche su café, mirando con atención la serie proyectada en el televisor.

Sentía su corazón latir con fuerza por los nervios de lo que haría. La pequeña cajita en su bolsillo izquierdo le recordaba la propuesta que había planeado para aquel día, una que, a pesar de la emoción que a él le causaba, podría ser rechazado.

Hace años había visto lo emocionado que el mexicano se encontraba por su compromiso, la gran ilusión por la importante ceremonia, y el dolor al creer que la única razón por la que le había pedido compromiso eran todos los años juntos y no por verdadero amor.

¿Pensaría entonces que lo hacía por obligación? ¿Se negaría para decirle que no podía casarse con alguien con quien a penas y había estado por un par de años?

Quizá terminarían separados por su intento de formalizar más su relación; sin embargo, debía arriesgarse por lo que quería, y su deseo en ese instante era que México fuese su esposo.

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⏰ Última actualización: Jan 16, 2022 ⏰

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