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Me encuentro mal. Muy mal. Dejo caer la manzana a medio comer al suelo junto con la pelota del crío y me encojo sobre mí mismo, intentando controlarme. Farlan me estrecha contra su cuerpo y noto cómo intenta hacer que me levante.

— Te llevaré a casa —me dice, una vez que ha logrado despegarme del banco.

— T-tengo trabajo... —le respondo, con una voz más baja y más aguda de lo normal.

— ¡Estás en celo, Levi! ¿Qué ocurre si aparece algún alpha que no se sepa controlar?

Miro hacia arriba, alcanzando la mirada preocupada de Farlan. Desde adolescentes él siempre ha cuidado de mí cuando entro en celo. Cuento con la suerte de que él es un alpha al que no le afectan las feromonas con tanta facilidad. De hecho, él fue quien me salvó de ser abusado por un grupo de alpha en mi primer celo.

— ¿Se encuentra bien, señor?

La voz del niño perfora en mis tímpanos como un rayo. La escucho dentro de mí, como si se hubiera instalado en mi mente. Hace que por un segundo mis piernas se debiliten y casi caiga al suelo si no fuera por el agarre de mi novio.

— No te preocupes, peque. Ahora lo llevo a casa y estará como nuevo —Farlan le intenta tranquilizar. Veo cómo el niño asiente, toma la pelota, y se separa de nosotros para dejarnos paso—. Vamos. Luego llamaré al señor Magnolia.

Caminamos a paso lento por el parque, sorteando a las pocas personas que hay por esa hora, intentando no levantar sospechas de mi celo. Una vez en la otra punta del parque, nos damos más prisa para llegar a nuestro portal, pero somos interceptados por alguien.

— Perdonen, ¿han visto a un niño de unos cinco años con una pelota? Estaba en la zona de juegos del parque hace un momento y ya no está.

Me doy cuenta entonces que se trata de la misma mujer con la que me topé antes, la nueva vecina del barrio. Yo no podía contestar, pero sabía que se refería a aquel mocoso de hace unos minutos. Es más, ambos se parecen lo suficiente para deducir que se trata de su madre.

— Ah, sí. Lo vimos jugar con su pelota en el otro extremo del parque. Seguramente...

— ¡Mami!

Otra vez. Aquella voz me atraviesa ferozmente los oídos. Y es entonces que me doy cuenta de que no solo mi cuerpo estaba ardiendo, estaba comenzando a lubricarse. Podía sentir mi zona humedeciéndose. Con temor a ser descubierto, agarro a Farlan del cuello de su chaqueta y le atraigo a mí.

— ¡Sacame de aquí! —le exijo, con la mandíbula totalmente tensa.

Él mira detrás de mí. Al parecer la mujer ha dejado de prestarnos atención y corre hacia su hijo. Puedo escuchar cómo le regaña con un tono preocupado. Es entonces cuando Farlan aprovecha y me saca de ahí rápidamente.

Una vez a salvo en casa, mi novio me deja en el sofá y comienza a rebuscar en el cajón de medicinas del baño hasta dar con mis inhibidores. Me los trae junto con un vaso de agua. Le doy las gracias y me tomo uno lo más rápido que puedo aunque, para ser sinceros, desde que entramos en el edificio ya no me sentía tan mal.

— Escribe el número de la cafetería —me pide Farlan, tendiéndome su teléfono móvil—. Tal vez hasta debamos pedir cita en el Centro de Salud...

— No es necesario. Y creo que exageras un poco. Solo ha sido una reacción repentina —intento minimizar la situación, pero aún así le escribo el número y le devuelvo el teléfono.

— ¿Y si la próxima vez te ocurre cuando yo no estoy? Sé que puedes perfectamente defenderte solo, pero no cuando estás en celo. Si algún alpha te encuentra y no sabe controlarse, yo.... —Farlan no puede terminar la frase, simplemente desvía la mirada con los puños cerrados, apretando con fuerza su móvil.

U.M.E.M.A (Un mocoso es mi alpha)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora