Octava perspectiva de un personaje sin nombre

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VIII

De vez en cuando resulta pretencioso volver oro un trozo de lata solo con el hecho de querer que pase. Quizás sea arrogancia o simple ingenuidad que cuando miras a lo lejos, planteas un final aceptable para todo.

Los finales felices no existen. Los tristes tampoco. Los finales son finales, aliviando o arruinando expectativas, simplemente como quien alimenta egos con sonrisas, pasa de largo sin mayor interés. Qué más da.

Querer irse y no poder es la frustración más grande que me topé, pero nuevamente, sólo soy yo pretendiendo volver oro este trozo de lata. Es un vicio, un mal hábito, una mala costumbre, un pecado, un egoísmo, un arrebato, un berrinche, un antojo... Es cualquier cosa. Qué más da.

Para mí y para nosotros, los que tendemos a acaparar positivismo caducado, no quedan demasiadas novedades en el mundo moderno. No hay demasiada variedad para un alma que se encierra a escuchar música de los cincuenta y sesenta, que apaga las luces de su habitación y pasa las horas tarareando canciones con pésima calidad de audio, que se pone a devorar libros e historias que nadie conoce y que pretende que escribiendo se le va el vacío existencial.

Es completamente entendible hasta el punto de la redundancia carecer del magnetismo propio de los personajes con carisma, de esos agradables que te hacen reír con el factor sorpresa de alguna frase ingeniosa. En contraparte, lo que tenemos para ofrecer son preguntas perturbadoras que se inmiscuyen en lo más hondo de la privacidad, pero no la privacidad superficial de un secreto o lo que te comparten después de algunas horas de una buena plática; es esa privacidad que se otorga la existencia a sí misma, ese agujero o esa pieza faltante que llevan todos colgando del bolsillo. 

Es un hilo del que no hay que tirar, porque cuando lo haces, te llevas respuestas dubitativas y miradas que saltan entre la confusión y la afirmación ''Está tostada''. Así que para mí y para nosotros, los que carecemos del carisma y que por el contrario poseemos el recordatorio de la pieza faltante, nos queda más fácil optar por el silencio.

Por eso el querer irse es un deseo que surge frecuentemente, y es que no hay para dónde, y si insisto en encontrar un lugar sólo para nosotros, caigo nuevamente en querer volver oro este trozo de lata.

Para una mente inquietaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora