El placer de leer 1: Yo también te extrañé

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— Has estado trabajando mucho — Me dijo

— Sí, lo sé. Ha estado intenso

— Te extrañé hoy — Qué carajos

—Uhm... Gracias —Le dije

No le pareció mi respuesta, lo sé porque permaneció enojado conmigo casi toda la semana siguiente. Mis amigos llegaron a la conclusión de que yo le gustaba, y por eso actuaba de esa manera. Los hombres pueden ser bastante raros a veces.

Él es guapo; es alto, rubio, ojos azules, labios carnosos, sonrisa perfecta, cuerpo de lo mejor. Jamás me hice ilusiones, cómo se fijaría en mí. Pero confié en mis amigos, y busqué reconciliarme con él, estaba todo fríamente calculado. Haríamos una pequeña reunión en mi casa y después ellos nos dejarían solos. Cuando mencionaron que tenían que irse, él se levantó con la excusa de un dolor de cabeza fuerte y se fue a su cuarto, ellos me dijeron que debía llevar a cabo el plan. Así que lo seguí, mientras ellos se iban. Me metí en su cuarto y antes de pudiera huir, cerré la puerta con seguro.

— ¿Qué carajos haces?

Tomé valor y lo besé. Lo tomé con fuerza por la cara y lo arrastré a mí, pegué mi espalda a la pared y su cuerpo a mí, así lo besé. Rodeó mi cintura con sus manos, y nos quedamos sin respiración. Separamos nuestros labios, pero sólo eso.

Así como cuando quieres más, pero aún no puedes, no quieres irte, pero tampoco puedes quedarte.

Y me miró, con una dulzura indescriptible, y a la vez con lujuria, jamás me habían logrado de esa manera.

Miró mis labios y mordió los suyos, llevó mi cadera hasta la suya y lentamente nos fundimos en un beso otra vez. Un beso lento, de los que te dejan queriendo más, de los que te quitan todo el aliento y te aceleran el corazón. Sonrió en medio del beso, y juro por Dios que me tenía a sus pies. Comenzó a besar mi cuello, y tocar toda mi espalda, sus manos subían y bajaban por los lugares adecuados, metió sus manos debajo de mi blusa y sus dedos sobre mi espalda eran la combinación perfecta de deseo y amor.

Él continuó y le fui quitando la chaqueta, su favorita de mezclilla, la dejé en el sofá. Metí mis manos en su playera y la levanté, hasta que dejó de besarme para poder quitársela. Me quitó la blusa, y me besó, pasó de mi boca a mi cuello, poder quitársela. Me quitó la blusa, y me besó, pasó de mi boca a mi cuello, y bajo lentamente hasta mi abdomen. Desabrochó mi pantalón y besó mis muslos y mis piernas mientras me lo quitaba. Se quitó su pantalón mientras nos besábamos, me condujo hasta la cama, dónde me recostó y seguimos con el juego. Acariciando aquí, allá, y los besos igual. Pasó sus manos a mí espalda para desabrochar mi bra y nos seguimos besando. Tocaba su cuello, sus pezones, su abdomen, bajaba un poco más de vez en cuando. No podía desabrochar el bra e hizo un puchero de lo más tierno.

— ¡Parezco niño de secundaria!

Ambos nos reímos, y ahí, con él sobre mí, recostada a su merced, lo miré

— Yo también te extrañé — Dije mientras quitaba un mechón de pelo de su cara

Me sonrió, nos dimos la vuelta. Se sentó recargado en las almohadas y la pared, nos besamos de una forma inexplicable. Intentó con el bra de nuevo, diciendo que podía ser mejor que un niño de secundaria. Yo le dije que ya lo era.

Esta vez lo consiguió, los besos no paraban. Iba de mi boca a mi cuello, y de este a mis senos. Pasaba su lengua de uno a otro como si su vida dependiera de ello, no obstante, nunca de una manera brusca.

El desgraciado sabía lo que hacía.

Mis caderas comenzaban a moverse, y nuestros genitales se rozaban sobre la ropa interior, ansiando conocerse. Seguimos el jugueteo un buen rato, hasta que me recostó de nuevo, indefensa, hizo lo que quiso conmigo. Su lengua recorrió lugares que no creí pudieran ser recorridos. Lamía mis pezones, los masajeaba, con una mano se sostenía y con la otra comenzó a bajar. Despacio, sin prisa, las puntas de sus dedos me dejaban pidiendo más; bajó y bajó, sobre mis panties comenzó a acariciar en círculos, uno, dos dedos, me hizo ver en cielo y aún no comenzábamos. Mordió mis panties y los quitó con delicadeza, se colocó en medio de mis piernas y besó la parte interna de mis muslos, hasta llegar a mis labios, y no precisamente los de mi boca. Besó mi clítoris, lo lamió, lo acarició, lo hizo suyo. Fue desde este, hasta mi periné, un recorrido constante. Su lengua lamía mi clítoris como una paleta, de abajo hacia arriba, su lengua completa, en círculos, de un lado a otro, dios, no paraba de gemir. Mis dedos jugaban en su cabello, lacio, suave, del largo perfecto. Mi cuerpo se retorcía, mi cadera se levantaba.

Sus manos ansiaban poder jugar, no obstante, nunca de una manera brusca.

El desgraciado sabía lo que hacía.

Mis caderas comenzaban a moverse, y nuestros genitales se rozaban sobre la ropa interior, ansiando conocerse. Seguimos el jugueteo un buen rato, hasta que me recostó de nuevo, indefensa, hizo lo que quiso conmigo. Su lengua recorrió lugares que no creí pudieran ser recorridos. Lamía mis pezones, los masajeaba, con una mano se sostenía y con la otra comenzó a bajar. Despacio, sin prisa, las puntas de sus dedos me dejaban pidiendo más; bajó y bajó, sobre mis panties comenzó a acariciar en círculos, uno, dos dedos, me hizo ver en cielo y aún no comenzábamos. Mordió mis panties y los quitó con delicadeza, se colocó en medio de mis piernas y besó la parte interna de mis muslos, hasta llegar a mis labios, y no precisamente los de mi boca. Besó mi clítoris, lo lamió, lo acarició, lo hizo suyo. Fue desde este, hasta mi periné, un recorrido constante. Su lengua lamía mi clítoris como una paleta, de abajo hacia arriba, su lengua completa, en círculos, de un lado a otro, dios, no paraba de gemir. Mis dedos jugaban en su cabello, lacio, suave, del largo perfecto. Mi cuerpo se retorcía, mi cadera se levantaba.

Sus manos ansiaban poder jugar, con una de ellas, la izquierda, acarició desde mi abdomen hasta llegar a mis senos, dónde se quedó un buen rato. Con la derecha, introdujo un dedo en mi vagina. Ah, despacio, salía y entraba, oh por dios, otro dedo se unió a la acción. Con su lengua recorriendo mi clítoris, y un ritmo de mete-saca con sus dedos, llegué al orgasmo. Uno largo, con los que sientes que te mueres, él no dejó de lamer, me retorcía y su lengua seguía ahí. Fue delicioso.

Cuando logré calmarme, su boca subió de nuevo, su lengua, sus labios llenaban de besos mi cuerpo. Se recostó junto a mí y nos besamos, mi mano en su cuello y la suya en mi cadera, sus dedos haciendo círculos suaves en ella.

Cuando pude mantenerme de nuevo, mi mano bajó a su bóxer. Había sido un buen muchacho, era hora de retribuir tan buen trabajo.

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