Capítulo 5: El bar Coyote (primera parte)

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Nunca me ha gustado arreglarme. Bueno, mejor dicho, nunca me ha gustado arreglarme para algo. Arreglarme para una boda. Pánico. Arreglarme para salir a un sitio pijo. Terror. Arreglarme para Nochevieja. Infarto de miocardio. Me gusta arreglarme, pero necesito pensar que es para alguien, no por algo. 

Por eso, ahora estoy frente a mi armario abierto de par en par sin saber qué ponerme para salir a un bar de lesbianas (me muerdo el labio cada vez que lo digo, como intentando devolver esa palabra a la más profundo de mis entrañas). ¿Qué me pongo? ¿Cómo se supone que viste una lesbiana? Descubro que no tengo ninguna camisa a cuadros en mi raquítico ropero y me siento estúpida por caer en el tópico más básico. 

Oigo que suena el portero automático. Debe ser Raúl. Sube por las escaleras y mi madre le abre la puerta de casa. Dos besos, halagos mutuos. A mi madre le cae muy bien Raúl. 

-¿Estás yendo al gimnasio? Te veo como más fuerte, ¿no? -le pregunta mi madre. 

-Sí, llevo un par de meses, pero no pensé que se me notaría ya. 

Salgo al rellano. 

-Raúl, te necesito. 

Mi madre ríe y hace el mismo chiste de siempre. 

-Porque sé que no eres hetero, Raúl, sino pensaría que ahí dentro os lo vais a montar.

Ya dentro le digo que no sé qué ponerme, que no sé qué esperar de esa noche y que no sé en qué narices estaría pensando al hacer algo así. Raúl me coge por los hombros y me sacude con falso dramatismo. 

-Vamos a tomarnos unas cervezas a Chueca. Ponte algo con lo que te sientas guapa y no te preocupes. Sólo son chicas. Si ves que alguna va muy lanzada pues le echas el freno y... 

-¿Crees que me van a entrar? -entro en pánico. 

-No lo sé, pero cabe la posibilidad. Eres mona, como un peluchito. A mi me dan ganas de abrazarte todo el rato. Seguro que a ellas también. 

Respiro hondo y me rugen las tripas. Lo normal antes de un examen: un paseo al baño. Cuando vuelvo, Raúl ha puesto sobre mi cama los vaqueros más ajustados que tengo y mi jersey favorito. Debajo me he puesto un top blanco y calzo unas botas negras. Me siento cómoda aunque todavía me falta seguridad en mi misma. 

-¿Quieres que te haga una trenza? 

Arrastrada por la misma corriente que me lleva desde que acepté salir por Chueca, accedo. Si la cosa va mal, siempre podré echarle la culpa a Raúl.

Me tiemblan las piernas. Me tiembla todo en realidad. Raúl me pasa el brazo por los hombros y me habla al oído.
-No muerden. Al menos, no siempre. Son chicas, como tú. Algunas con más experiencia que otras, es verdad, pero habláis el mismo lenguaje, sabéis que un no es un no, así que vamos a entrar ya.
-¿No podemos esperar un poco?
-Llevamos media hora aquí plantados y empiezo a tener frío. Me apetece una cerveza y la tía de la puerta nos está mirando raro.
Raúl tiene razón: tengo que salir del caparazón.
En la puerta, la chica de seguridad nos para.
-Él no puede pasar -dice señalando a Raúl.
-¿Qué? -digo aliviada. -¡Pues si él no entra, yo tampoco!
La chica se encoge de hombros, nos aparta educadamente con el brazo y deja pasar a otras chicas de la cola.
-Eso es discrminación -se envalentona Raúl.
La de la puerta le mira de soslayo y levanta una ceja.
-Vámonos, Raúl.
-No, espera -me frena y se dirige a la chica: -Disculpa. He sido un grosero -dice con un tono calmado y dulce. -Esta chica se llama Nico y es su primera vez en un bar de lesbianas. Está... descubriéndose a sí misma. Seguro que la entiendes. No es sencillo. Yo soy la única persona que lo sabe, su único apoyo y si no podemos entrar, el mundo lésbico se va a perder a una preciosa bollera divertida e inteligente que se meterá en su caparazón y no volverá a salir jamás.
La chica de la puerta me mira de arriba a abajo y yo le sonrío con timidez. Aprieta el morro y asiente con la cabeza. Parece que he superado su examen visual.
-Está bien, pero un sólo lío y te saco por las orejas.
-¡Muchas gracias! -grita Raúl dando saltitos y palmadas.

En estos momentos odio a Raúl y su poder de persuasión.

Entramos a la discoteca, es amplia con las paredes pintadas de azul, una cabina con una DJ de pelo corto y camiseta de tirantes y una larga barra con tres camareras. Raúl se lanza a ella.
-Dos cervezas, por favor.
Aunque el local está oscuro, o mejor dicho, premeditadamente mal iluminado, puedo echar un vistazo a la gente que hay dentro.
Como era de esperar, Raúl es el único chico del garito pero es más femenino que muchas de las presentes.
De entrada, se me han caído algunos prejuicios: las chicas son guapas, se ríen, bailan, hablan... Nada me hace sospechar que pueda ser un sitio raro o que me vayan a asaltar a las primeras de cambio al grito de "¡Carne fresca!". Respiro aliviada y le doy un trago largo a la cerveza.
-Esto está muy calmado. Se nota que la noche está empezando -apunta Raúl. -Claro, que en un bar gay ya habría unos cuantos comiéndose la boca. Tengo curiosidad por ir al baño...
-¡No vayas! Además, seguro que no hay para chicos.
-El baño es lo segundo que tienes que conocer al entrar en un bar: ubicación, higiene, amplitud... por si tienes que usarlo a lo largo de la noche.
-Raúl...
-No digo para follar, me refiero a si te entran ganas de hacer caca o de vomitar. Hay que tener en cuenta la logística.
Mientras Raúl me cuenta esto, veo que una chica se acerca hacia nosotros y ni corta ni perezosa se presenta.
-Hola, me llamo Sandra, ¿cómo te llamas? -me pregunta.
A pesar de que Raúl no para de darme codazos para que reaccione, estoy paralizada.
-Se llama Nico y aunque lo pueda parecer no es muda, ni sorda. Sólo un poco tímida.
-Vale -dice la chica muy sonriente y sin dejar de mirarme añade: -¿le dirás que venga a presentarse cuando esté más dispuesta?
Raúl asiente con una amplia sonrisa y la chica se marcha sin más.
-Bien, Nico, si la chica es buena, esperará paciente a que vayas a invitarle a una copa. Si es mala, de aquí a media hora todo el local pensará que eres corta, borde o ambas cosas y no querrán saber de ti y acabarás viviendo sola y rodeada de gatos.
-Le he gustado... -digo en un susurro.
Sigo en estado de shock porque he caído en la cuenta de que no sólo estoy oficialmente "en el mercado de croquetas*" sino que no debo ser mal producto.
Pánico.
Terror.
Infarto de miocardio.


Nico, por favorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora