Tercer capítulo: La declaración

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Uno de los testigos del cambio radial que sufrió el peor grupo de la escuela fue la inocente Milena, la única alumna obediente que realizaba sus deberes y que a pesar de ello recibía el mismo trato que los otros. Aquello no la hacía desenfocarse de sus estudios, porque tenía una meta: la universidad. Era una promesa hecha a su abuela y a sí misma.

Para ella el nuevo profesor era una persona extraña, demasiado estricto en su trabajo. Antes de su llegada Milena pensaba que su objetivo sería fácil con tan solo estudiar, pero Swadford lo cambio todo, ahora sabía que no era algo tan sencillo. Con sus métodos se lo hizo saber.

Los exámenes difíciles y las clases de Ernest provocaron que la chica rechazara la escuela, estaba a punto de desistir de su sueño porque todo le parecía imposible de superar. Apenas hablaba en clase, cuando su maestro le hacía alguna pregunta respondía tartamudeando.

En eso pensaba Milena al caminar rumbo a su casa, acompañada de sus fieles amigas, Lidia y Patricia. Las tres iban muy silenciosas por las calles de Big Tree, cada una metida en sus pensamientos. La primera en llegar a su destino fue Patricia, se despidió de las demás con un simple movimiento de su mano. Las otras correspondieron y retornaron su marcha.

Ahora solo quedaban Lidia y Milena, quienes continuaban con la misma actitud de alejamiento, deseaban llegar a sus hogares lo más pronto posible, la escuela las había dejado exhaustas. Antes no era así, pero con la aparición de Ernest las cosas comenzaron a cambiar.

Las dos eran muy diferentes una de la otra. Por ejemplo, Milena era menos tímida que Lidia, la que tenía serios problemas para expresar sus emociones. Y en el físico Lidia era una chica de estatura baja, de cabello corto rojizo, piel blanca y ojos verdes como los de un gato travieso. Mientras que Milena tenía una cabellera negra y sedosa, que siempre llevaba recogida en una trenza que le colgaba hasta la cintura, semejante a Rapunzel. Sus ojos color café no llamaban mucho la atención a diferencia de su amiga, pero al menos contaba con una piel canela muy hermosa.

El silencio de la caminata fue interrumpido por Lidia, quería hacerle una pregunta a su amiga.


—Oye, Milena ¿Qué piensas del nuevo profesor? —la pregunta de Lidia dejó muy pensativa a la otra joven, era algo en lo que reflexionaba mucho. La respuesta estaba más que clara, para ella él solo era un dictador y un esclavista ¿A qué venía dicha pregunta? ¿A dónde quería llegar Lidia con ella?


—Nada especial, lo mismo que todo el mundo —respondió fingiendo cierta indiferencia, tratando de que su amiga creyese que le daba igual ese sujeto, aunque en el fondo le causase miedo, sobre todo los lunes, el día en el que comenzaba del suplicio.


—Ya veo —Lidia desvió la vista que tenía puesta sobre Milena.


— ¿Por qué lo preguntas? —ahora fue Lidia quien quedo impactada con la pregunta. Tan nerviosa estaba que empezó a juguetear con su cabello usando sus dedos. Nunca esperó que ella le hiciera una pregunta como esa.


—Es que todos en el aula hablan muy mal de él y yo quería saber tu opinión. Es solo eso —sus mejillas se enrojecieron por completo. Era muy sospechoso su modo de actuar, había algo que no quería decirle a Milena, pero ella lo descubriría solo debía preguntarle a la boca floja de Patricia.


Lidia nunca le ocultaba nada a Patricia, a pesar de saber de su pequeño defecto, desde la primaria eran las mejores amigas, por eso eran tan apegadas una de la otra. Debido a ello es que Milena mantenía sus secretos con ellas, como venganza. Creyó que después de haberle hecho tal pregunta su compañera se quedaría muda como otras veces dando por terminada la plática, para su sorpresa no fue así.

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