Segundo capítulo: Una apropiada presentación

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Milena se llevó un fuerte regaño de parte del profesor que se hallaba al frente de la clase, por suerte solo había llegado unos minutos retrasada. Se sentó en el último pupitre de la derecha, por ahí podía ver por la ventana, por eso escogió ese sitio.

Ella era una introvertida, no se relacionaba con nadie a excepción de sus dos mejores amigas: Lidia y Patricia. Las chicas la saludaron en cuanto la vieron pasar por su lado. Milena apenas pudo corresponder al saludo, veloz como una flecha fue hasta su asiento apurada por el profesor Fabián.

El profesor Fabián comenzó a hablarles a los estudiantes, con su voz chillona y molesta que tanto desagradaba.


—Queridos alumnos, tengo un comunicado importante para darles, es acerca... —unos toques en la puerta del aula interrumpieron al viejo profeso—. Permanezcan callados—les dijo a los alumnos después de la interrupción.


El profesor Fabián se dirigió hacia la puerta con su acostumbrado modo de caminar pastoso, que le sirvió para ganarse el apodo de La Carcacha Inglesa, por la procedencia de su padre.

Los alumnos aprovecharon el momento para hacer de las suyas, realizando comentarios burlescos sobre Fabián en voz baja.


—No solo es lento al hablar también caminando—dijo un alumno muy risueño.


—Llegara pasado mañana a la puerta—le siguió la corriente una chica.


— ¡Súper Carcacha Inglesa al recate! —expresó burlón Tommy, el líder negativo del grupo. A quien todos seguían por su modo de ser, despreocupado y alocado. El profesor dio varios pasos antes de llegar a su destino y se detuvo a tomar un poco de aire, los problemas con sus pulmones lo hacían ahogarse con facilidad —. Está llegando —prosiguió Tommy cuando el viejo se dispuso a continuar caminando —. Ya casi —el chico estaba decidido a burlarse del pobre Fabián —. Lo logra. Sí, amigos míos, no hay nadie mejor que La Carcacha Inglesa —terminó diciendo el muchacho cuando por fin Fabián alcanzó a la puerta.


La burla provocó la carcajada general en el grupo; la risa de los estudiantes irritó al anciano de mala manera. Les gritó para que hicieran silencio en el mismo momento en el que abrió la puerta, por la que entró un hombre.

Todos los chicos se quedaron quietos en su rincón, pero no fue por la forma intimidante en la que habló el viejo maestro, al que ya tenían dominado y en varias ocasiones lo hicieron sacar de quicio, quejándose todo el tiempo con el director de la escuela, sino por la llegada del desconocido. No hubo necesidad de que dijese nada, su sola presencia fue suficiente para causar ese efecto en los estudiantes.

El recién llegado los miró a todos como si fueran poca cosa, degradándolos a un nivel inferior. Su arrogancia lo hacía comportarse como un ser de otro universo, que aterrizó en esa escuela para enseñarle a las mentes de los antiguos profesores los métodos modernos de cómo impartir clases.

Fabián se encargó de hacer su presentación, pero primero se aclaró la voz.


—Escuchen con atención, este joven se llama Ernest Swadford, quien será su nuevo profesor. Espero que su comportamiento con él sea el mejor. Disculpe profesor, por robarle el protagonismo. Por favor, diga unas palabras —la sonrisa de felicidad en el arrugado rostro del anciano fue totalmente desagradable para Swadford, su intención no era agradarle a ningún profesor de esa escuela. No le gustó que le hablase como si ambos fuesen camaradas, le resultó odioso.


Lo mismo experimentó Milena cuando presenció con sus propios ojos que aquel hombre que se encontró esta mañana sería su nuevo profesor, estaba en problemas.

Ernest no tenía el menor interés en dar un extenso discurso, solo quería comenzar a dar sus clases, nada más. Y el señor Fabián lo estaba molestando con esas cosas, ya entendía por qué nadie lo respetaba, ni siquiera sus compañeros de trabajo.


—Antes que nada, buenos días tengan todos —hizo una pausa para que los chicos correspondieran al saludo, pero esos perezosos, descritos como los peores alumnos de Big Tree, carecían de educación. El joven suspiró antes de continuar—. Ni siquiera aprendieron algo tan simple como saludar —pensó al notar esa pésima actitud en los muchachos. Luego de esta observación mental siguió hablando —. Yo seré su maestro. El profesor Fabián ya mencionó mi nombre, solo quiero decirles que me esforzaré para que lleven en sus cabezas huecas algo de mis clases. Eso es todo — esa arrogancia a la hora de hablar le valió para ganarse una pésima opinión sobre su persona. Los estudiantes querían saber si era tan bueno como se había autoproclamado, a partir de ahora no le harían la vida fácil.


Ernest no se había preparado para decir algo como eso, fue algo que le salió espontaneo, debido a la mala impresión que le causó el grupo. Los catalogó de estudiantes pésimos y despreocupados. En un principio la idea era entablar amistad con ellos, pero le fue imposible, solo quedaba un camino a recorrer: obligarlos a cambiar con los métodos aprendidos en la universidad, los que siempre le daban resultados. No se los pondría fácil a esos bárbaros.

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En el primer día de clases Ernest intento escribir en el pizarrón, estando de espaldas todo desprevenido fue atacado por una lluvia de feroces papeles. Los chicos querían molestarlo, pensaba que obtendrían el mismo resultado que tenían con Fabián, pero no fue así. El joven no perdió la compostura en ningún momento.

Una vez finalizada la oleada de papeles les hablo fríamente a los chicos.


—Queridos alumnos después de clases se quedarán al limpiar el salón. Continuemos —siguió escribiendo en el pizarrón como si nada hubiese ocurrido.


Los alumnos aprenderían de la peor manera que él no era como los demás profesores del colegio de Big Tree. No les temía a esos chicos.

En tan solo dos meses logró dominarlos y volverlos uno de los mejores grupos de la escuela, obligándolos a estudiar muy duro para aprobar sus exámenes sorpresas. Todos los lunes los esperaba con uno, que debían resolver en el primer turno de clases, mucho más complicado que los finales. Si no resolvían correctamente el examen les imponía de castigo una serie de ejercicios para entregar al otro día.

La disciplina, responsabilidad y el orden eran los valores que trataba de inculcarles a sus discípulos, aunque estos tuviesen otros planes: hacerle la vida imposible al dictador.

Planes que fueron un gran fracaso, como él era un hombre joven conocía a la perfección los trucos que usarían, por eso siempre fallaban. Nada de lo que hicieran lo molestaba, nunca perdía la compostura, ni siquiera cuando colocaron sapos en los cajones de su mesa, ni el dibujo gracioso en la pizarra, ni el balde con pintura que le cayó encima al abrir la puerta, tampoco el robo de su maletín y el cambio de sus tizas por crayolas.

Nada de eso lo hizo cambiar de actitud, fue mucho más estricto. La perseverancia y sus métodos lograron que él venciera; los jóvenes se volvieron tiernos corderitos, obedientes en todo, sobretodo Tommy, con quien era muy severo.



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