Boston, 1773.
- ¡Chicos! ¿Habéis leído la gaceta de hoy? Los ingleses van a quitar los aranceles del té. - Jeremiah irrumpió en la taberna dónde había una decena de jóvenes reunidos.
Agnes le arrebató el periódico al joven.
- Esto es increíble. ¿De verdad la corona se piensa que si nos quita los aranceles volveremos a negociar solo con ellos y seguiremos bajo sus órdenes?
- Ya habló la hija rebelde del general. - James se levantó de su siento y le robó el periódico a Agnes de un tirón.
- Oh, vamos. Cállate James. - Se quejó la joven.
Agnes Adams era hija de un general del ejército británico y una mujer escocesa, que habían decidido partir hacia América para poder vivir su amor libremente, lejos de las diferencias de ambas familias que les habían prohibido estar juntos por el simple hecho de que él fuera inglés y ella escocesa.
Agnes había nacido en Boston, y aunque estuviera muy unida a sus padres, había una cosa que los diferenciaba. Ellos seguían siéndole fieles a la corona británica, pero ella no. Agnes se consideraba americana, como todos los jóvenes que estaban con ella en la taberna, y una de las cosas que más anisaba en este mundo era poder vivir su vida libremente sin depender del rey Jorge III.
- Agnes tiene razón. - Samuel se levantó desde una de las esquinas de la sala y caminó hacia donde se encontraban Agnes y James. - La corona nos quiere sumisos, y yo ya estoy harto de no poder comercializar libremente con otros países solo por el hecho de que mis abuelos llegaron aquí desde Birmingham. Se creen nuestros dueños y esto no puede seguir así.
- Debemos hacer algo para que se enteren de que con nosotros no se juega. ¡Queremos ser libres! - Gritó James subiéndose a una silla y alzando el puño. - ¿Quién está conmigo?
Un ¡Yo! unísono sonó pro toda la habitación.
Samuel se cruzó de brazos y frunció el ceño. Agnes sabía perfectamente que eso significaba que estaba pensando.
- ¿Qué podemos hacer? - Dijo el joven en voz baja.
James, que había oído a su amigo, bajó de la silla y le dio un golpe en la espalda.
- Podemos quemarles los barcos. Así no pueden transportar mercancía y podemos seguir haciendo contrabando con el reino de los Países Bajos.
- Gracias pero no James. Mi padre trabaja en uno de esos barcos y mi familia necesita comer. - Rebatió un chico de pelo castaño, que estaba apoyado en una de las columnas de la taberna.
- Tengo una idea. - Levantó el brazo Agnes entusiasmada.
- A ver marquesita, ilumínanos. - Agnes miró con menosprecio a James. Era sabido por todos que la pareja no se llevaba bien, ya que el joven, de baja clase social, despreciaba a Agnes por ser de buena familia.
- ¿Y si robamos la mercancía?
- ¿Cómo nos vamos a llevar toneladas de té? ¿Dónde lo guardaríamos?
- Eso es. - Samuel, que seguía cabizbajo, levantó la cabeza con una sonrisa en el rostro. - No lo vamos a robar, lo vamos a tirar al agua.
- Buena idea, pero vosotros sois conscientes de que el barco zarpa hoy al atardecer, ¿no?. - Les recordó el mismo chico que se había quejado del plan de James.
- Debemos darnos prisa. - Sentenció Samuel.
- Otra cosa. - Una chica, llamada Anne, se levantó. - Si vamos y tiramos toda la mercancía de día, nos van a reconocer. Y lo más seguro es que nos cuelguen a todos.
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Historias fugaces ✨
Short Story¿Quieres vivir una extraña revolución en los Estados Unidos de América en el siglo XVIII? ¿Te gustaría adentrarte en la Irlanda de mitad del siglo XX? ¿Saber cómo viviría un demonio entre humanos? ¿Embarcarte en un teatro inspirado en la Divina C...