Monstruos come niños (20)

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CAPITULO 20

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Narra Sheila

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ROMEO (a JULIETA.)
Si mi indigna mano profana con su contacto este divino relicario, he aquí la dulce expiación: ruborosos peregrinos, mis labios se hallan prontos a borrar con un tierno beso la ruda impresión causada.

JULIETA
Buen peregrino, sois harto injusto con vuestra mano, que en lo hecho muestra respetuosa
devoción; pues las santas tienen manos que tocan las del piadoso viajero y esta unión de
palma con palma constituye un palmario y sacrosanto beso.

ROMEO
¿No tienen labios las santas y los peregrinos también?

JULIETA
Sí, peregrino, labios que deben consagrar a la oración.

ROMEO
¡Oh! Entonces, santa querida, permite que los labios hagan lo que las manos. Pues ruegan, otórgales gracia para que la fe no se trueque en desesperación.

JULIETA
Las santas permanecen inmóviles cuando otorgan su merced.

ROMEO
Pues no os mováis mientras recojo el fruto de mi oración. Por la intercesión de vuestros labios, así, se ha borrado el pecado de los míos.
(La da un beso.)

JULIETA
Mis labios, en este caso, tienen el pecado que os quitaron.

ROMEO
¿Pecado de mis labios? ¡Oh, dulce reproche! Volvedme el pecado otra vez.

JULIETA
Sois docto en besar.

NODRIZA
Señora, vuestra madre quiere deciros una palabra.

ROMEO
¿Cuál es su madre?

NODRIZA
Sabedlo, joven, su madre es la dueña de la casa; una buena, discreta y virtuosa señora.
Su hija, con quien hablabais, ha sido criada por mí y os aseguro que el que le ponga la mano encima, tendrá los talegos.

ROMEO
¿Es una Capuleto? ¡Oh, cara acreencia! Mi vida es propiedad de mi enemiga.»

Cerré el libro y lo dejé sobre la mesilla mientras me limpiaba una lágrima que me caía por la mejilla.

En clase hacía unos meses que empezamos a leer Romeo y Julieta pero la profesora, inteligente de ella, nos destripó el final a aquellos pocos que aún lo desconocíamos. Desde entonces decidieron no leerlo, pero yo no tuve el coraje de dejarlo, era demasiado bonito, aunque llorara con cada capítulo a la espera del trágico final de los protagonistas.

Tras subir del salón me puse a leer y se me fue el tiempo. Escuché unos golpes en la puerta.
-Sheila, ¿puedo pasar?

-Espera -me levanté apurada y me miré en el espejo de dentro del armario, me terminé de secar las lágrimas e intenté que mi cara volviera a su color original-, ya, pasa.

-¿Qué hacías?

-Nada, ¿qué quieres?

-¿Tienes mi pen drive?

-No, la última ve que lo vi estaba en el comedor.

-Vale, gracias.

Se giró y salió por la puerta.

-¡Vero!

-¿Si? -Se asomó.-

-¿Te quedan compresas?

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