(DESENLACE) Parte II, parte final.

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- ¡No, el asesino est...!

- Oh, yo sabía que el señor no era culpable. Yo oí decir a la señora Aurora antes de morir, y decía algo así como que no había reconocido a alguien, creo que se lo decía a, a su asesino.- Sasha habló.

- ¡Pero será usted mentirosa, si ha estado a punto de tirarme a los perros, como quien dice!- Miró a María.- Y usted... ¡anda, que se ha lucido!

- ¡Bueno cállense! ¿Es que no lo oyen?- María torció su cabeza, en símbolo de que estaba escuchando.

Todos los huespedes quedaron en silencio, prestando atención a unos pasos que sonaban el el primer piso. Las dos niñas se "escondieron" tras una mesilla en la que se encontraba una lamparilla que daba una tenue luz naranja, que hacía que la estancia pareciese bastante acogedora.

- Sabía que tenía que haber alguien más aquí.- Amapola susurró, no se atrevía a gritar.

Las pisadas se oían ahora en las escaleras. Sasha no comprendía cómo alguien podía haberse escondido en la casa, si habían estado buscando por todos los rincones. María supo contestar a su pregunga.

- Pero es que no hizo falta que el asesino se escondiese.- Se acercó a la puerta, desde la que se veía por el opaco cristal, una silueta. Con mucha maña bajó el picaporte, y el portón cedió. Posó sus dos manos en el vidrio y empujó, hasta que se logró ver el recibidor, y la persona que se situaba en el.

- Pero, ¿qué, cómo es posible?...por dios, es imposible...- Todos esos rumores fueron dichos por los invitados.

Era el niño, el que había mandado las cartas de invitación, el primer muerto que encontraron. Él era el que estaba en el zaguán, el que tan solo hace unas horas parecía estar muerto, y ahora estaba allí, vivo. Él tenía el rostro serio, con la camisa manchada de rojo, pero sin ningun cuchillo. Era sangre falsa.

- Ha fingido su propia muerte, para después poder matar a Aurora.- Se acercó a el.

- ¿Tú, tú has matado a mi novia? Niño de las narices, ¿cómo te...?

La criada y Amapola le agarraron por los hombros y brazos.

- ¡Sí, pero solo lo hice porque tú mataste a la mía!

Romualdo abrió los ojos extrañado. Tragó saliva y respiró agitadamente. Después recordó que unas semanas antes de la muerte de Emilia ella había tenido un novio, y que él mismo no había aprobado la relación.

Sirash se atrevió a preguntar.

- ¿Eres tú, Mateo?

- Soy yo.

Sirash, Mateo y Emilia iban al mismo colegio. Mateo preguntó con un tono solemne a María.

- ¿Cómo lo descubrió?

- Bueno, te vi en unas fotos en el móvil de Sirash, y oí que tú fuiste su novio, y que Romualdo no lo permitía. Comprendí que deseabas vengarte de él, así que fingiste tu propia muerte, y luego le hiciste lo que el te hizo a ti, te arrevató a tu amada.

El niño resopló mirando al suelo, y comenzó a llorar silenciosamente.

- Después de la muerte de Emilia mis padres también murieron en un incendio, y como yo no tenía más familia me enviáron a un internado. Allí planeé el crimen, y con ayuda de un amigo que conocí ahí, limpié esta casa, que era de mis padres. Él llamó a la criada... pero luego tuve que matarlo. Yo invité a personas que conocían muy de lejos a Romualdo, para inculparle del crimen.

La asistenta entendió por qué llamó un hombre, y también recordó que trabajó en la casa de Romualdo, pero como ciertamente había dicho antes María, cuando éste no se encontraba en la vivienda.

- Solo hay algo que no entiendo: Sirash podía haberte reconocido, y tu plan se habría ido al garete.

Mateo se levantó y dejo ver su rostro. Sonrió.

- Una madre nunca dejaría ver un cadáver de un niño lleno de sangre.

Todos suspiraron, y el chico fue encerrado en un despacho para que no causara más daños. Del bosque se sentía triste, no podía creer que ella había descubierto a un pobre niño que sufrió tanto. Le iban a llevar al reformatorio por su culpa, y no se sentía nada bien por aquello.

La anciana condujo al resto al escondite donde se encontraba camuflado en imnibidor de señal. Romualdo, aunque estaba destrozado, lo desconectó, ya que sabía bastante de términos tecnológicos. Después lograron llamar a la policía, que en media hora estaba entrando por la puerta. Las niñas entraban en un coche policial: las dos habían quedado muy afectadas tras lo ocurrido. Las acompañaban sus respectivas madres. El vehículo desapareció de la finca. María estaba abrigada con una manta de lana, y en su mano sostenía una taza llena de café. No necesitaba paraguas porque se refugiaba en el pequeño porche. Desde ahí miraba como el niño entraba en otro coche negro, esposado. Sus ojos permanecían aguados, pero ese agua no tocó la piel de su cara. Él permanecía totalmente frío. A María del Bosque se le rompió el corazón al ver esa horrible escena. De pronto notó como una mano acariciaba su hombro. Era Romualdo.

- Muchas gracias.

María contestó con una falsa sonrisa.

- No creo que le caiga nada de... de lo del coche. De lo de su hija.

Él contuvo un sollozo, y se sentó en los sillones de otro automovil. María dejó la taza en la repisa de la ventana y se metió en el coche junto a Romualdo. Los dos vehículos arrancaron los motores y se adentraron en el camino del bosque. ¿Sería este el último misterio de María del Bosque? Sinceramente, no lo creo. La casa y sus alrededores quedaron completamente sometidos en una densa oscuridad, que duraría hasta el amanecer.

FIN

La casa del crimenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora