Capítulo 4

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En los días libre de mi trabajo, lo que más recuerdo es dormir todo el día, absolutamente todo el día

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En los días libre de mi trabajo, lo que más recuerdo es dormir todo el día, absolutamente todo el día. El último día libre que nunca imaginé que sería el último, resultó ser muy diferente, como una persona desorbitada y sin una directriz, lavé sin parar pilas, pero eso es totalmente un engaño.

De costumbre, me despertaba tarde ya que duraba toda la noche y parte de la madrugada viendo películas y series con Darel, cada instante fuera del trabajo era completamente lleno de planes con él, la mayoría de ellos los impartíamos en mi casa. Recuerdo la hora del almuerzo, un par de panqueques con miel y sirope de fresa, todo digno de un despertar a las dos de la tarde.

Solía ser o mejor dicho soy una persona que puede hacer una sola cosa a la vez, sé que soy mujer, pero en realidad mis aptitudes para mantener un lugar ordenado son pésimas. Puedo desenvolverme muy bien en un trabajo, puedo hacer creer a alguien que lo que es amarillo es azul, en eso me considero, una persona muy persistente, cuando quiero algo lo busco. Sin embargo, comienzo a pensar que ese calificativo se desmoronó en los últimos días. En estos momentos no sé cómo me describo, si una perdedora que no sabe diferenciar entre las relaciones personales y el trabajo o una inmadura que retrocedió veinte mil pasos en tan poco tiempo.

Debato en mi mente, pero un aroma particular me desconcentra. Percibo un olor a café y huevo, el cual hace a mi estómago retorcerse.

Mis ojos lentamente se abren, a primera vista aparecen unas estrellas. Unas calcomanías. Inmediatamente recuerdo que a los ochos años fije del techo un par de estrellas. En ese instante, la ola de recuerdos de mi infancia me hace sentir bien, fuera del desastre por un momento, el calor de la habitación y la manera que los rayos de sol se cuelan por la ventana me invitan a levantarme de la cama.

Escaneo todo el lugar y todo parece estar como lo dejé cuando me fui. Al lado de mi cama se encuentran las cosas que traía. La maleta, la mochila y la bolsa negra. Hay unas cuantas cajas debajo de lo que era antes mi escritorio, cubiertas de un plástico, supongo que debe ser algunas cosas de mamá o papá.

Todo está igual. El color lila de las paredes necesita un retoque, pero todo lo demás parece haber sido cuidado en todo este tiempo. Ese hecho me hace sentir acogida y protegida de buenos recuerdos en lo que respecta mi habitación. Antes del departamento de Sídney, este era mi lugar sagrado.

Mi estómago vuelve a rugir y eso me obliga a levantarme de la cama. Con una mueca hago movimientos vagos y siento el cuerpo magullado, como si hubiese sido golpeada un millón de veces. Busco en mi maleta un cambio de ropa, algo más cómodo que mi uniforme de trabajo. Decido por unos pantaloncillos cortos gris y una franela grande. Paso mis dedos por mi cabello enmarañado y lo recojo en el mismo moño que traía, pero sin dejar ningún mechón por fuera.

Bufo y me incorporo. Lentamente abro la puerta de mi habitación asomando mi cabeza. El pasillo está solo. Hay ruidos provenientes del piso de abajo y además, el exquisito olor de hace unos instantes lo vuelvo a olfatear y puedo jurar que se me hace agua la boca.

OLD ME ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora