Capítulo 9.

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La habitación a la que entramos era un poco más grande que la que usaban de enfermería. Paredes de un color gris básico; una mesa, llamémosla así, de despacho de ejecutivo colocada justo delante de una silla del mismo estilo; una pantalla digital enorme detrás del sillón; un sofá de cuero marrón por aquí, otro igual por allí; estanterías repletas de libros ocupando una pared completa...

Y Andrea sentada en la mesa sujetándose una bolsa de hielo contra su cara. Me miraba seria. Ni rencor ni nada, solo seria.

Scott nos dijo que nos pusiéramos cómodos y se sentó en el sillón. Comentó un par de cosas con Baró que sí oí pero que no logré comprender. Después de hablar se sentaron los dos a revisar unos papeles.

Finn y yo intercambiamos miradas confusas.

—Perdonad —fue él quien decidió romper el silencio—. No me malinterpretéis, estos sillones son muy cómodos y me encanta estar aquí, pero, llamadlo intuición, llamadlo que nos lo habéis dicho antes, ¿no nos teníais que... comentar algo?

Scott y Andrea se miraron, para después dirigir su vista hacia nosotros. La que habló fue ella.

—Estamos esperando a dos personas más.

Como si estuviese todo ensayado aparecieron por la puerta dos chicas. La más alta, de pelo castaño claro casi rubio; y la otra más morena y de pelo oscuro...

«No puede ser...», pensé al verlas. Bufé y me dejé caer en el sofá, tapándome los ojos con una mano como si no ver nada fuese a solucionar algo. Necesitaba relajarme, volver a mi casa y tumbarme en la cama a beber chocolate caliente y ver un maratón de Cómo conocí a vuestra madre hasta aborrecerla.

Pensándolo bien, en realidad no puede estar pasando. Esto ocurre en las películas que suelo ver con mi familia, en las que el o la protagonista es secuestrada por unos asesinos pervertidos que se la llevan a una zona apartada del mundo, donde le hacen de todo para después matarla.

Estoy delirando.

«Bien, Nerea, piensa... Esto no es cierto. Lo más seguro es que te despiertes dentro de poco y te encuentres a tu madre haciendo churros con chocolate en la cocina, a tu hermano viendo la tele y a tu padre trabajando en su ordenador, como todas las mañanas de domingo. No durará mucho. Solo hay que esperar...», me dije.

Aparté la mano de mi cara y miré a las chicas que acaban de entrar. La primera estaba hablando con Andrea en una esquina de la habitación, manteniendo una conversación de la que, al parecer, solo pueden enterarse ellas. La más bajita abrazó a Finn, y lloró en su hombro. Miré la mesa y encontré a Scott sentado en ella con una única pierna tocando el suelo, mirándome con una media sonrisa y ojos evaluadores. Como el cazador que estudia a su presa antes de clavarle la flecha entre ceja y ceja. Pero esta vez no pienso demostrar ni el más mínimo atisbo de desconfianza.

Me levanté para abrazar a María, que acababa de dejar de llorarle a Finn y parecía más tranquila.

—¿Qué haces aquí? ¿Qué hago yo aquí? ¿Por qué estamos aquí? ¿Dónde es aquí; qué es este sitio?

—No lo sé, pero cálmate. No creo que estemos mucho tiempo aquí.

—Ojalá tengas razón...

Me giré hacia Aroa, que acaba de terminar de hablar con Andrea. Iba vestida entera de negro con un traje parecido al de Andrea, pero sin el lazo en la coleta que se ha hecho.

—Perdona que no te hayamos dicho nada, Nerea, pero era necesario. Acabarás comprendiéndolo.

—Lo comprendo.

Y de repente, apareciste. [PAUSADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora