Capítulo 7.

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Me desperté más temprano que de costumbre, sin necesidad de despertador. Raro en mí.

Pronto estuve levantada, y ya que me sobraba tiempo, decidí darme una buena ducha de agua fría, para despejarme.

Cuando salí, media hora después, me peiné con una simple cola alta, dejando mi pelo secarse al aire libre, y me vestí con una camiseta gris de tirantes metida por dentro de mis vaqueros rotos, unas converse blancas, una chaqueta de cuero color crema y, como toque final, un brazalete de plata fina.

Bajé hacia la cocina, intentando no hacer el más mínimo ruido para no despertar a mi familia, que aún dormía. Desayuné un zumo de naranja, algo ligero, y una napolitana. Justo cuando acababa de abrir esto último, llamaron al timbre.

—Muy buenos días, bella dama, hoy está deslumbrante. Coge tus cosas y vámonos ya. Vamos, vamos, vamos… –dijo Keegan tan rápido como pudo nada más abrirle la puerta.

Entró en mi casa hacia la cocina y recogió todo lo que había dejado del desayuno encima de la isla. Volvió hacia a mí, recogió de al lado de la puerta mi mochila, se la colgó al hombro, me empujó hacia la calle y cerró la puerta.

—¿Pero qué…? –no me dejó terminar. Cogió mi mano y se la llevó a la altura de la cara, mordiendo la napolitana, intacta, que aún llevaba yo sujeta–. ¡Oye, que es mía!

—Pues muy rica. Casera, ¿verdad? Me encanta. Venga vamos –volvió a hablar a apresurada velocidad. Justo después bajó las escaleras del porche y se dirigió al coche que estaba justo en frente de mi casa. En el maletero, guardó mi mochila, para luego dirigirse al asiento del copiloto.

— ¿Hola? –“saludé” al abrir la puerta del coche.

Mi prima iba al volante, y Keegan montó a su lado.

¿Qué era eso que tenía que decirme tan importante? A mí me parecía una simple mañana más, aunque con el rubio ocupando mi sitio.

Cuando llegamos al instituto nos encontramos con María, que nos estaba esperando.

Pero muy a mi sorpresa, en vez de dejar que saliésemos, entró ella al coche, y entonces fue cuando pude formular mis dudas, ya que Aroa me había obligado a mantener la boca cerrada todo el camino.

Qué agresiva.

—¿Qué pasa? ¿Por qué no bajamos? –pregunté.

—Hoy no vamos al instituto –me respondió el oji-azul con una sonrisa cínica plantada en la cara–. He tenido la maravillosa idea de saltarnos las clases porque esta mañana hay partido del Barcelona B y he conseguido cinco entradas gratis en un muy buen sitio, ya que uno de los jugadores me debe un favor.

—Pero Keegan, no podemos hacer eso, ¿hola? ¿Soy la única que piensa?

—Vamos Nerea, no es la primera vez que lo haces… –me “animó” mi gran amiga María.

—¿Tú también? –le pregunté. No era normal en ella, aunque ya lo hubiese hecho un par de veces también. A mi prima no le pregunté, puesto que era común en ella saltarse clases. Resoplé–. Mis padres me van a matar.

Dando por sentado que había dicho que sí, todos emitieron una risa de victoria y arrancaron, dirección al Mini Stadi.

Una vez allí entramos sin problemas. Al parecer Keegan sí que tenía contactos, y pudimos saltarnos la cola entera que esperaba a conseguir que facturasen su entrada.

Nos lo pasamos bastante bien.

El estadio casi se llenó entero, y el partido estuvo bastante bien. Muy entretenido. Y era muy gracioso ver al chico y a mi prima sufrir y gritar cada vez que fallaban o marcaban gol, o sucedía cualquier cosa que les molestaba. Y los bailes que se marcaban los dos cada vez que el Barcelona B conseguía un penalti o marcaban, eran épicos. Hubo uno que incluso llegué a grabar y subí a todas las redes sociales posibles.

Y de repente, apareciste. [PAUSADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora