Capítulo 8.

850 30 8
                                    

Evalúo mi propio reflejo frente al espejo de mi habitación.

Llevaría así como diez minutos. Mi pelo castaño completamente revuelto caía sobre mis hombros a su antojo, y los leves surcos violáceos que enmarcaban mis ojos se hacían cada vez más visibles a causa de lo mal que había dormido los últimos días.

Conclusión: estaba hecha un desastre, aunque tampoco pensaba arreglarme.

Bostecé, y pude detectar aquel repugnante olor que surge de las bocas de todos los humanos del mundo al despertar. Arreglarme tal vez no, pero un buen lavado de dientes no me lo quitaba nadie.

Había dormido hasta tarde, y cuando desperté debía de ser la hora de la comida.

Los días anteriores apenas había descansado: me acostaba tarde y me levantaba temprano por culpa de mis padres y de los trabajos de casa que me mandaban hacer como escarmiento.

Di gracias a que ya era sábado, mi día libre.

Me levanté a duras penas y me dirigí al baño. Una ducha de agua fría era lo que necesitaba, definitivamente. El día anterior me lo había pasado limpiando a fondo la apestosa y desordenada habitación de mi hermano, por lo que había acabado sudando a mares. Sin embargo, ni siquiera me dio tiempo a pensar en darme un baño porque en cuanto me tumbé en mi cama para descansar «5 segundos», me dormí.

(Nota para mí: cambiar de sábanas lo antes posible).

—¿Dónde están mamá y papá? —le pregunté a mi hermano mientras me sentaba a su lado en el sofá, no sin antes haberme abierto una lata de Sprite como desayuno-almuerzo.

—Mamá salió esta mañana para yo-qué-sé-qué-cosa y no volverá hasta dentro de unas horas. Y papá... no tengo ni idea de dónde está papá —respondió sin apartar los ojos del televisor.

—Vale. Voy a comer, ¿quieres?

—No, ya lo he hecho.

—De acuerdo —asentí, mientras me levantaba del sofá—. Ah, y quita los pies de encima de la mesa. Es de mala educación, y anti higiénico.

Es de mala educación —se burló.

—Eh, unos amigos me han invitado para ir al cine. Me voy.

Escuché la voz del apestoso y desordenado adolescente que tengo como hermano desde la entrada de la cocina.

—¿Llevas dinero?

—Sí.

—¿El teléfono?

—También.

—¿Vas a beber?

—Que sí... Espera, no.

—¿Y a consumir drogas?

—¡Tampoco!

—Bien. No estropees tu vida de esa manera pequeño aprendiz —le miré por primera vez desde que había empezado aquella conversación.

Me llevé el último tenedor de macarrones a la boca.

—Muy graciosa. ¿Me prestas las llaves de casa?

Dejé el plato en el lavavajillas y me dirigí el pequeño librero con cajones que hace la vez de recibidor en la entrada de casa. Saqué lo que buscaba y se las entregué a Javier.

—No me las pierdas.

Salió por la puerta con el monopatín y tomó camino calle abajo a bastante velocidad. Yo me quedé bajo el umbral de la puerta viendo cómo se marchaba. Un día de estos se va a estrellar y yo estaré ahí para verlo. Tengo esa esperanza.

Y de repente, apareciste. [PAUSADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora