Prólogo

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Dolor, ira, culpa, nerviosismo, desorientación... sentimientos básicos en mi vida, en la vida de cualquier humano y...de cualquier adolescente con las hormonas hechas una mierda.

Sucedió un 15 de septiembre de 2012, en el London City Airport, mi madre volvía de un viaje de trabajo en Nueva York, un reportaje sobre uno de los famosos criminales del momento del cual no recuerdo siquiera el nombre, y yo, como un hijo orgulloso, me disponía a darle la bienvenida a casa cuando dieron el aviso, en los pasillos del aeropuerto resonó una voz femenina, con un tono preocupado que me produjo escalofríos:
-Queridos familiares...amigos...conocidos...me entristece anunciar que el vuelo salido de Nueva York hacia aquí, el aeropuerto de Londres, ha sufrido un terrible accidente a mitad de camino y el avión ha explotado en el aire, dejando tan sólo como supervivientes a...-.
El nombre de dos hombres.
Dejé de escuchar al instante, era imposible, eso no podía estar sucediendo realmente...¿verdad?. En el pasillo se escucharon ecos de gritos de agonía y de dolor, y yo, entrando en pánico salí corriendo hacia el lugar al que llamaba casa sin mi madre de vuelta.
En el camino a casa las lágrimas no dejaban de caer por mis mejillas, de vez en cuando escuchaba a varios grupos o parejas de personas murmurar sobre el horrible accidente, pero yo no podía dejar de pensar que no volvería a ver a mi madre, no podía dejar de recordar su hermosa sonrisa, su melodiosa voz, su liso cabello color azabache y su bronceada piel, regalo de sus años de juventud en su lugar de nacimiento, Hawai.
Entre pensamiento y pensamiento llegué a casa. Silencio, el silencio se apoderó del lugar en cuanto entré.

-¿Papá?- murmuré con un hilo de voz ahogado de tanto sollozar. De nuevo, silencio, no podía soportar el silencio, no ahora.

Pasaron treinta largos minutos, treinta minutos de dar vueltas por toda la casa, arrepintiendome de cada sonrisa, cada grito, cada reproche y cada palabra que le había dedicado a mi madre.
De pronto un helado viento se deslizó a través de las ventanas de la casa, llenando el lugar y convirtiéndolo en un enorme congelador humano, -Pero que cojones- dije mientras frotaba mis manos contra mis brazos para entrar en calor, mirando a todos lados esperando encontrar algo que delatara como ese frío se había deslizado tan repentinamente en la casa.

-Kai...Kai...acércate pequeño brujo...-. Una voz aniñada y femenina me susurraba entre las sombras dejándome paralizado de terror.

-¿Quién eres y qué haces aquí?- me las arreglé para decir tras unos instantes de pánico. Las voces se rieron de manera sonora ante mi.

-Quienes somos...bueno, podemos decirte qué somos...-

-¡Fantasmas!-. Dijo una segunda voz más escalofriante que la anterior que me hizo saltar del suelo atemorizado.

-¡Eso no es posible! Los fantasmas no existen...y vosotras tampoco, salid de mi cabeza...¡Salid ahora!- Solté un grito desesperado y sujeté mi cabeza entre las manos moviéndola de lado a lado esperando que esas voces me dejaran por fin.
Y en un susurro todo había vuelto a la normalidad y mi padre entraba por la puerta con los ojos hinchados y llenos de lágrimas. Pero esa simple palabra..."fantasmas",esa palabra no me dejó descansar ni un minuto y me hizo investigar e investigar sin descanso. Dejando a mi madre morir casi sin mi atención. Años más tarde mi padre desaparecería también como ella lo había hecho, pero esas voces nunca dejaron mi cabeza obligándome a alejarme y a perder lo más preciado que tenía, así desperdiciando los últimos años de mi padre atrapado en un hospital, siendo tratado con quimioterapia mientras yo me encerraba en casa leyendo libros y libros de espiritismo que hablaban sobre mitos y fantasías, buscando una respuesta sin éxito de lo que había sucedido aquella noche del accidente.
Cuando papá murió me trasladé a Nueva York, buscando estar más cerca de mamá, buscando respuestas.
Descubrí algo que más tarde cambiaría mi vida por completo. No para bien, no para mal, sin más, la cambiaría, haciéndo despertar una parte de mi que jamás había despertado antes, un pequeño brujo conectado a dos mundos y una de las lunas de la "Hermandad de las Ocho Lunas".

Mi nombre es Kai, soy huérfano y soy llamado en mi hermandad como "El Brujo", así es, soy un brujo, un brujo conectado a dos mundos opuestos y complementarios: el mundo de los vivos y el mundo de los muertos.

Nota de la autora:
Un prólogo algo corto pero cargado de emociones, ideas y mucha, pero mucha información, aunque todo puede parecer algo extraño y difícil de comprender al principio estoy segura de que os puede encantar esta historia plagada de misterio, dolor, amor y sobre todo esa parte sobrenatural que a todos nos apasiona.
Si adoras lo sobrenatural y algo de suspense como yo, estoy segura de que esta historia te puede gustar, me harías muy feliz si siguieras leyendo la historia de Kai.
Un abrazo a todos, nos vemos prontito.

Lo que susurra el viento heladoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora