Un viento helado entra por mi ventana, y recorre toda mi habitación. Siento como se me erizan cada uno de los pelos de mi friolento cuerpo. Abro los ojos, y miro el reloj de la pared. Son las 6:05 am. Es como si mi cuerpo ya estuviera acostumbrado a levantarse todos los días a la misma hora. Sigo pensando que necesito mi despertador. Me destapo, y me congelo. Me da un fuerte escalofrío. Como se nota que falta poquísimo para el otoño. Pongo mis pies en el suelo, y me levanto pausadamente, como a cámara lenta. Cojo una camiseta de tirantes negra, y un jersey de lana, color granate. Rebusco entre los pantalones, y saco unos tejanos negros. Salgo de mi cuarto, entro al baño, y cierro la puerta con pestillo. Me meto en la ducha, y el agua empieza a salir. Me siento en el suelo de la ducha, y dejo caer el agua encima de mi cabeza. Las gotas caen lentamente por mis mejillas, hasta perderse en el pequeño charco de agua que se ha creado en la ducha. Me levanto, cuidadosamente, y salgo de la ducha. Me seco. Siento como la toalla roza suavemente mi delicada piel. Me enrollo la toalla al pelo, y me visto. Hacía tiempo que no sentía la calidez de un jersey en un día de frío. Abro la puerta del baño, olvidándome que la había cerrado con pestillo. Saco el pestillo, y salgo del baño. Me saco la toalla del pelo, me peino, y bajo a la cocina. Mamá está de espaldas, con una bata aparentemente calientita. Le doy un abrazo por detrás, y da un saltito.
— ¡Claudia! Me has asustado, avisa antes de aparecer de la nada. -Dice mi madre algo alterada, pero sonriente.
Pongo los ojos en blanco mientras le sonrío, y me siento en una de las cómodas sillas de la mesa. Nada mejor que te hagan el desayuno en un día de frío. Mamá pone dos tazas de chocolate caliente, y tostadas, en la mesa. Se sienta, y empezamos una conversación sobre el porqué del frío de hoy.
Termino de desayunar, y subo a mi cuarto. Son las 7:20 h. Debería ir saliendo ya. Cojo mis cosas, y bajo las escaleras. Me despido de mamá, y salgo de casa. El frío me golpea en la cara. Suspiro profundamente. Camino por la plaza, a un paso más rápido de lo normal. Diviso la parada del bus, y corro hacia ella. Si voy corriendo, calientaré el cuerpo, supongo. Miro hacia en frente, hay alguien sentado. Me siento a su lado, y le miro. Es David, no me lo puedo creer.
— ¿David? -Le pregunto desconcertada.
— Hola Claudia... -Susurra, mirando al suelo.
— ¿Por qué te fuiste corriendo? He estado preocupada, yo...
Antes de que termine la frase, me mira. Siento temor y culpabilidad en sus ojos. Pero eso no es lo primero que me llega a la vista. Tiene un ojo morado e hinchado, y pequeños pero profundos rasguños en la cara. Se muerde el labio, y vuelve a mirar hacia el suelo. No lo entiendo. ¿Qué le ha pasado?
— ¿Pe-Pero qué te ha pasado?
Dirijo mi mano hacia su cara, intento tocarle los rasguños, pero me gira la cara. No contesta, solo mira el suelo.
— Claudia... No es el lugar más indicado para hablar.
— ¡Pero necesito respuestas!
— No soy bueno para ti.
— ¿Para mí?
— Ni para nadie. Deberías alejarte de mí.
Me quedo callada, mirándole. Logro ver una lágrimas caer por su mejilla. ¿Está llorando? Vamos Claudia, haz algo. Sin pensármelo, le abrazo fuertemente. Oigo como se asusta, y sigue llorando.
— ¿Qué haces Claudia? Vete, por favor...
— No voy a soltarte, me necesitas.
Deja de llorar, y se seca las lágrimas. Mira hacia el suelo de nuevo.
— Eh, David. ¿Te acuedas cuando me conociste y me ayudaste? Creo que te lo debía, ¿no?
Alza sus hombros, y los deja caer. Llega el bus. Se pone de pie, entra y se sienta al final. Me siento a su lado. Miro hacia la ventana. Esto no puede quedarse así, necesito hablar con él.
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Amándote.
RandomLa vida de Claudia Tanner es triste, y sin color. Todos los días hace lo mismo. Va al instituto con su mejor amiga de toda la vida, la cuál le quita todo el protagonismo. Su padre se fue a Amsterdam hace poco más de un año, por asuntos del trabajo...