Aún no sé como pasó todo eso. ¿Le besé? ¿Me besó? Suspiro profundamente, estoy muy roja, me sonrojo solo de pensar en ello.
Subo las escaleras, y entro a la habitación de mi tía. ¿Por qué nunca está? Voy a terminar pensando que vivo sola. Vuelvo a suspirar, esta vez más fuerte. Entro a mi cuarto, a la vez que cierro la puerta de un leve —no tan leve— portazo. Me saco toda la ropa, hasta quedarme completamente desnuda. Hace frío. Voy hacia la ventana, y bajo la persiana. Rebusco mi pijama de polar en el armario, y no mucho rato después, me meto a la cama, con el pijama puesto.
No pasan ni diez minutos, cuando caigo rendida, y me quedo plácidamente dormida, descansando por fin de este agotador día.
***
Doy un satisfactorio bostezo, y sonrío. Creo que nunca antes había dormido tan bien. Me quedo cinco minutos más en la cama, y me levanto. Miro la hora en el reloj de la pared. Son las 10:07 de la mañana del domingo. Me pongo las zapatillas de estar por casa, y bajo las escaleras. Voy hacia el salón, y me estiro en el sofá largo. Me quedo con la mirada perdida, mirando quién sabe qué, cuando en un momento, me acuerdo de Kate. ¿Dónde estará? Ni me ha llamado, ni ha ido al colegio estos últimos días.
Subo a mi habitación, y enciendo el teléfono. Tres llamadas perdidas de Kate. ¿Qué? No lo dudo ni un segundo, y le devuelvo la llamada.
— ¿Claudia?
— ¡Sí! ¡Kate! ¿Dónde has estado?
— He estado en cama, resfriada. Nada importante, Paul me ha estado cuidando.
— ¿Pero estás bien?
— Estoy bien, tonta. tranquila... Por cierto, tienes que contarme muchas cosas, ¿no es así?
— ¿Qué? -Pregunto, alterada, sonrojándome al momento.
Kaitlin se ríe al otro lado del teléfono.
—Cariño, —dice—, soy como tu madre, me entero de todo. Nos vemos mañana en el colegio.
— ¡Chao! -Me despido, y luego suspiro profundamente.
Kaitlin siempre me sorprende. ¿Se habrá enterado de lo que pasó ayer? Vuelvo a suspirar. No entiendo nada.
Dejo el teléfono en la mesita de centro del salón, y voy hacia la cocina con la intención de comer algo. Mi estómago me está pidiendo a gritos que coma. Abro el refrigerador. Está algo vacío, como se nota que mamá no ha pisado la casa en estos días... Cojo dos flanes de caramelo, y cierro la puerta. Cojo una cuchara del cajón. y cuando aún ni me he sentado, suena mi teléfono.
¿Y ahora quién es? Ni que supieran que voy a comer justo ahora...
— ¿Aló? -Digo, esperando una respuesta.
— ¡Claudia, cariño!
— ¿Mamá?
— Sí. Me acaban de dar el alta, en media hora llegaré. Arréglate, y limpia la casa.
— La casa está bien, mamá.
— ¿Estás segura? Van a venir visitas.
— ¡¿Qué?! ¿Por qué siempre me avisas a última hora?
— Sin rechistar. Nos vemos, ¡chao!
Frunzo el ceño, y sin contestar, corto. ¿Por qué siempre me hace lo mismo? Voy hacia la cocina, me como el flan, y limpio la mesa. Tranquila, Claudia, relájate, me digo a mí misma luego de pensar todo lo que me queda por hacer. Subo a mi cuarto, y abro mi armario. Hace frío, ¿qué podría ponerme? Saco unos pantalones azul marino, casi negros. Una camiseta blanca básica, y un jersey negro, con delgadas y separadas rayas blancas. Miro hacia la ventana, y me da un exagerado escalofrío. Cierro la ventana, y abro el cajón de la ropa interior. Saco lo primero que veo, me pongo de pie, y cuando estoy a punto de girarme, se abre la ventana de par a par. ¿Tanto viento hace? Dejo la ropa en la ama, y miro por la ventana. El día está blanco, frío. Deberías ir a bañarte, me recuerda mi subconsciente. Pongo los ojos en blanco, cojo la ropa de encima de la cama, y entro al baño, cerrando la puerta con pestillo.
Dejo caer el pijama al suelo, y ya sin ropa, me meto a la ducha. Dejo correr el agua, fría, a mis pies, hasta que se calienta, y dejo que caiga en mi cabeza, mojándome el pelo. Me siento en el suelo de la ducha —como suelo hacer—, dejando que el agua caliente me abrace, y me relaje. Me enjabono lentamente cada parte de mi etéreo cuerpo. El jabón, y su peculiar aroma a coco me relajan totalmente. Ensimismada en mi mundo, creo escuchar un pequeño ruido. Las paredes de la ducha, ya empañadas, no me dejan ver más allá. Corto el agua, y me enrollo la toalla al cuerpo. Salgo de la ducha, y me seco el pelo con una toalla más pequeña y delicada. Hace mucho frío. Me estremezco, y toda mi piel se eriza. Miro hacia el lado. La puerta —que estaba cerrada con pestillo— está medio abierta. Abro fuertemente los ojos, ante tal inefable suceso.
— ¿David? -Digo con voz temblorosa.
No se oye ningún tipo de respuesta. Me visto rápidamente, y salgo del baño, agitada. ¿Cómo pudo abrirse la puerta? Supuestamente estoy sola. Recuerdo que la última vez que pensé eso, no lo estaba.
Entro a mi cuarto, conecto el secador al alargador, y me seco el pelo. Rato después, me peino, me arreglo, y bajo las escaleras. Miro la hora en mi teléfono. 11:53. Mamá debería estar por llegar. Miro a mi alrededor. Todas las ventanas están cerradas, los cojines de los sofás ordenados, el suelo limpio...
*Suena el timbre*
¿Será mamá? Voy hacia la puerta, y abro.
— ¡Claudia!
— Mamá, entra antes de que te resfríes.
— No te preocupes, no me resfriaré. He hablado con mi apuesto enfermero, y me ha regalado vitaminas.
— ¿Qué? -Digo, riéndome. ¿Vitaminas porqué?
— Para el frío, obviamente.
Pasa, y cierro la puerta. ¿Qué le habrán dado realmente allí?
— ¡Ay, mamá! Eres de lo que no hay.
Me mira, tira la cabeza para arriba, con desparpajo, y deja su bolso negro en el sofá. Se saca los tacones, los deja a los pies de la escalera, y sube a su cuarto. Cojo los tacones, subo, y entro al cuarto de mamá. Está todo tirado, incluida ella. Dejo los tacones en el suelo, y me quedo mirándola. Debe de estar cansada, y quizás, con resaca. Cierro la pequeña ventana de su habitación, salgo y cierro la puerta. Le hará bien descansar un rato.
Bostezo profundamente. Pensé que había dormido bien anoche. Entro al baño, y me mojo la cara con agua helada. Me seco la cara, y minutos después, estornudo. De algo van a servir las vitaminas de mamá, me digo a mí misma, a la vez que pongo los ojos en blanco.
*Suena el timbre*
¿Qué? ¿Ya han llegado? Abro la puerta.
¿Adam?
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Amándote.
RandomLa vida de Claudia Tanner es triste, y sin color. Todos los días hace lo mismo. Va al instituto con su mejor amiga de toda la vida, la cuál le quita todo el protagonismo. Su padre se fue a Amsterdam hace poco más de un año, por asuntos del trabajo...