Capítulo 3. El Despertar

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Aunque no había abierto los ojos, ya estaba despierta, podía escuchar un pitido constante y la respiración de alguien más en la habitación, además de sentir el peso de esa persona a un lado de ella. El olor a antiséptico le dio la información suficiente como para saber que estaba en el hospital, además del pitido. Al abrir los ojos, vio que era un muchacho el que descansaba a su lado, más allá había una mujer que parecía dormitar en un sillón. La lógica le dijo que, si ellos estaban ahí, en ese cuarto de hospital con ella, era porque ellos eran sus parientes. Pero ningún nombre le venía a la mente.
—¡Mamá! –gritó el muchacho, que había estado durmiendo semi–recostado en la orilla de la cama–. ¡Mamá! ¡Sian despertó!
A pesar de la emoción que el muchacho compartía, no lo reconocía. La mujer que descansaba en sillón del cuarto, al escuchar el llamado y la noticia, despertó al instante.
—¡Sian! –exclamó la mujer entusiasmada, lanzándose a abrazar a su hija.
Sian por puro instinto rechazó el gesto de la mujer y casi de inmediato sintió una punzada de culpa.
—Perdón, pero ¿de qué nos conocemos? –preguntó con voz quedita.
Algo sonó mal en su voz, pero no sabía qué era.
—Sian, yo soy tu mamá, Jezebel y él es tu hermano Desi. –explicó la mujer.
—¿Ah, sí? –preguntó ella con extrañeza, mirando los dos rostros que debían ser familiares, pero no sentía el más mínimo atisbo de nada remotamente familiar.
—Mamá, recuerda lo que el médico dijo que cuando despertara podía tener amnesia. –dijo el muchacho que la había visto despertar, según lo que la mujer –su madre– le había dicho, era Desi.
—¿Por qué amnesia? ¿Qué me pasó? –preguntó, mirando lo rostros desconocidos.
—Desi, ve por la doctora. –ordenó la madre, el chico asintió y segundos después salió del cuarto–. Hace ocho días tuviste un accidente vehicular, venían manejando ebrios, Sian y chocaron, casi te mueres, hija. –explicaba la madre con un tono mezclado de tristeza y regaño–. Desde el accidente has estado en coma, hasta hoy.
La doctora Smith llegó al cuarto y le explicó a ella, de modo breve y simple, todo lo que había pasado.
—Pero no los reconozco. –susurró ella con preocupación.
—Lo sé. –respondió la doctora–. Es por tu amnesia, es muy posible que con el tiempo recuperes tus recuerdos o que no. –dijo al final–. Pero ve el lado positivo, Sian, estás viva y despertaste del coma.
—Sí. –acordó.

Estuvo en el hospital un par de días más, para evitar cualquier imprevisto, el día que la dieron de alta fue muy feliz, había algo en los hospitales que no le agradaba, de pronto se preguntó por qué, pero supuso que la respuesta debía estar en su pasado, en ese pasado que se negaba a ser recordado, todo lo que recordaba empezaba con su despertar en ese hospital. Jezebel le había llevado ropa para que pudiera salir.
—Gracias, Jezebel. –dijo Sian, sin darse cuenta, pero notó cómo la mujer se ponía tensa–. Lo siento… es que…
—No te preocupes, Sian, llámame así. –dijo Jezebel con una sonrisa de comprensión, pero Sian se dio cuenta de que ella estaba triste–. Nosotros sí podemos recordar, lo haremos por ti, cariño. –comentó.
—Gracias. –respondió Sian.
Desi y Jezebel le dieron un rápido tour por toda la casa, pero en su interior no había nada que le indicara un sentimiento de familiaridad, ni siquiera sentía que esta casa fuera del algún conocido casi podía estar segura de que, si recordara a algún conocido, no reconocería esta casa como su propiedad. Pero ése era su hogar, las fotos de los retratos lo confirmaban, tampoco se reconocía en dichas fotos.
Ese primer día en casa, se sentó en el patio, delante de la pequeña alberca donde el muchacho –se sentía rara de llamarlo hermano– nadaba. Miró la libreta que llevaba en la mano y deliberó por un rato si debía o no escribirlo. No se trataba de un libro cualquiera, de hecho, era un diario, la doctora Smith le había recomendado que lo hiciera, según, para estimular su memoria, que llegaría un punto en el que no se daría cuenta de qué escribía y que cuando eso pasara escribiría algo que tuviera que ver con sus recuerdos perdidos. Hasta el momento había escrito sólo un enunciado: "Soy Sian", pero después de que lo escribió algo estaba mal, quizá fuera por la amnesia porque todavía no se reconocía como Sian.
—¡Hola, Sian! –saludó alguien con mucha emoción–. Sí, tú, eres tú. –aclaró una muchacha, apuntándola–. Soy Nadia. –dijo la muchacha.
—Hola, mucho ¿gusto? –preguntó Sian al final, sintiéndose incómoda ante la familiaridad con que la trataba la muchacha.
—Supongo que sí. –dijo Nadia, cambiando un poco su actitud–. Siento mucho lo de tu accidente.
—Gracias. –respondió secamente.
—Espero que estés bien.
—Ya, Nadia, no seas pesada. –comentó Desi–. Ya te dije que tiene amnesia. –el joven volteó hacia Sian–. Hermana, ella es Nadia, mi prometida. –explicó.
—Okey.
Sian, Desi y Nadia se sentaron en la mesa que estaba frente a la alberca y se pusieron a platicar por un buen rato. Sian metía las manos en la bolsa de su pantalón, la intención de escribir no se había esfumado, sólo que la oportunidad había desaparecido.
—¡No puedes pasar! –se escuchó que Jezebel gritaba.
Desi se puso en estado de alerta cuando escuchó el grito de su madre, y se levantó tan violentamente que la silla botó hacia atrás. En cosa de segundos, el joven estaba deteniendo a otro por el cuello de la camisa.
—¿¡Cómo te atreves a venir!? –exclamó furioso Desi.
Nadia volteó a ver a Sian cuyo rostro reflejaba incomprensión a lo que estaba sucediendo, sobre todo porque no conocía a ninguna de las personas que estaban ahí.
—Él es Thomas, tu novio o ex, con esto de tu amnesia no sé qué relación tendrás con él.
—Ni siquiera me acuerdo de ese tal Thomas. –comentó Sian como toda respuesta–. ¿Por qué Desi está enojado con él?
—Pues, el día que te accidentaste, tú me habías contado que ibas a salir con él, a una fiesta. –guardó silencio un momento, como haciendo memoria–. Cuando te encontraron después del accidente estabas tú sola.
—Sian, ¿cómo estás, Sian? –preguntaba Thomas por encima del hombro de Desi, mirándola a los ojos, luchando por ir hacia ella, pero el otro no se lo permitía.
Eran ojos de un color gris azulado, de mirada intensa. Algo se alteró en el interior de Sian, porque sintió cómo cada vello de la piel se erizaba violentamente, con escalofríos que la hacían temblar; el corazón había empezado a latirle muy rápido, y la respiración se le había entrecortado. De pronto, sentía ganas de salir corriendo, de escapar de esa mirada. ¿Cómo podía haber sido su novio? Todas estas sensaciones le indicaban que lo conocía, pero no como tal, sino como una sombra oscura y aterradora de la que tenía que escapar para salvaguardar su vida.
—¿Sian? –preguntó Nadia preocupada, agarrando a la aludida del hombro, quien volteó de golpe, con una cara aterrada–. De pronto te pusiste pálida, ¿te sientes bien? –la chica sólo asintió, pero Nadia se dio cuenta de que le mentía, pero no se atrevió a contradecirla o preguntarle más.
—Será mejor que te vayas, Thomas. –amenazó Desi, después de ver cómo su hermanita vomitaba al lado de Nadia–. Sian no quiere verte.
Thomas dejó de forcejear con Desi y dio un paso atrás.
—Volveré. –le dijo a Desi y se dio la media vuelta.
Desi fue tras Thomas para verlo salir de su casa y subirse a su carro. Cuando estuvo seguro de que se fue el que fuera el novio de su hermana, volvió en sus pasos, pero corriendo para checar el estado de su hermana, la última vez que la vio, antes de asegurarse de que Thomas se fuera, se veía muy mal.
—Sian, Sian, ¿recordaste algo? ¿Qué te hizo ese bastardo? –preguntó él zarandeándola ligeramente, pero la muchacha no respondía, parecía ida–. Nadia, ¿qué te dijo? –se volvió a la muchacha castaña.
—No me dijo nada, Desi. –se encogió de hombros–. Lo asumí por su comportamiento.
—Sian, por favor, por favor dime. –suplicó el hermano, llevando a la chica a sentarse en la silla y se hincó frente a ella, la sostenía de los brazos.
—Basta, Desi. Presionarla no es el modo. –dijo Jezebel.
—Más bien son sensaciones. –respondió vagamente, después de un rato, aunque él estaba delante ella miraba a través de él–. Y no sé por qué, pero no lo quiero volver a tener cerca de mí. –dijo.
—No te preocupes, hermana, no permitiré que se vuelva a acercar a ti. –prometió Desi, acariciando el pelo de Sian.
La promesa hizo que se sintiera mejor, a pesar de que no sentía amor fraternal por Desi, a causa de su vacío de memoria. La solidaridad que demostraba el que debía ser el hombre de la casa después de la muerte del padre de ambos, la hacía sentirse en confianza. Lo abrazó.
—Gracias, Nadia. –susurró ella, extendiendo su mano hacia su cuñada.

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