Lentamente

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—Holi tía —saludó, ocultando su nerviosismo aún presente—. ¿Quiere que le ayude en algo? —cuestionó mirándola caminar de aquí a allá con la comida.

—Hay mi niño, ¡qué caballero! —clamó riendo— Ojalá mi hijo fuera así... Pero míralo al flojo, tirado en el sillón viendo tele —Jaime se sintió algo ofendido con el comentario, pero se limitó a gruñir entre dientes—. Aunque no, ya está todo listo. Siéntense no más —anunció, poniendo dos platos de pastel de choclo en la mesa y uno más grande de tomates con porotos verdes—. Yo voy saliendo ya, así que me cuidan la casa —posó su mirada sobre Alfredo, quien ya se había sentado—. Tu hermana va a llegar como a las siete o por ahí. Trata de no hacerla enojar mucho.

—Ya  oh vieja, ándate tranquila. Ni que fuera la primera vez que me dejas solo en la casa, o con el Nico —murmuró, para posteriormente llenar su boca con el agradable sabor del alimento frente a él.

La mujer miró a ambos chicos con cierta preocupación. Ciertamente, su retoño había estado allí un millón de veces con la casa vacía, pero la intranquilidad siempre la acompañaría al apartarse de él. Era su hijo, después de todo. Suspiró y besó la mejilla de los dos, despidiéndose de esa forma. Salió de la vivienda cerrando la puerta con suavidad.

El ambiente dentro, entretanto, se había tensado ligeramente, y se debía más que nada al más que notable preocupación de Holyfuuu.

—¿Qué weá te pasó a ti? ¿Por qué estai tan nervioso, weón? —interrogó curioso el más alto. El contrario lo miró con cierta tristeza. ¿Tendría que dejar de lado todo eso? ¿No recibir los gestos de cariño de la familia del rojo? ¿Alejarse de él para que todo volviera a ser "normal"?— Pero responde po' mierda.

—Es que... me llamó el Edgar y me dijo que sabía que estaba aquí desde ayer —dijo al fin, bajando la mirada y ocupando su boca con comida. Advirtió una risa divertida frente a él, provocando que alzara la mirada nuevamente—. No es chistoso, weón.   

—Es que lo poní como si se fuera a acabar el mundo po'. Y el Edgar es el Edgar, ¿en serio creí que se va a enojar por lo que hagas? Ese weón te va a apoyar aunque te estís metiendo con la mafia. Es tu mejor amigo —lo último lo había soltado con algo de amargura, quizá hasta con envidia. Después de todo, Gaete y Nicolás habían sido mejores amigos desde que los conoció, pero, ¿qué era él? Un amigo más, supuso. Uno que está enamorado de él y era usado para tener sexo cuando se le daba la gana. Se levantó con pesadez de la silla dónde se encontraba, tomando su plato consigo—. ¿Terminase ya? —observó la afirmación con la cabeza del otro, tomando también su plato vacío— ¿Y qué más te dijo el weón ése?

—Ah... Que confiara en él y todas esa mierda, pero que no hiciera cosas de las que me arrepintiera —dijo apoyándose en la ahora casi vacía mesa.

Las ganas de preguntarle al moreno si se arrepentía de lo que "tenían" lo estaban carcomiendo por dentro, pero se abstuvo. Sabía que no quería realmente escuchar su respuesta, por lo que se limitó a lavar los platos y dejarlos a un lado secándose.

—También que nos juntáramos porque quería que le explicara por qué chucha me quedé aquí.

—¿Y si le inventai alguna mierda? —murmuró, posando su mirada en Gaule, quien puso cara de resignación— Ya lo hiciste —soltó para reírse un poco—. Es que tus excusas son muy pencas po' Nico. Tení que aprender de mí —el egocentrismo le salía por cada poro existente en su cuerpo.

—De ti voy a aprender po', conchetumadre —articuló, mordaz.

—No sé yo, a mi el Edgar siempre me creyó todas las falacias que le contaba —le fascinaba molestarlo, verlo enojarse, porque sabía que no era de verdad. Holy nunca se enojaba de en serio,  no al menos con él, y eso le encantaba.

—... Ándate a la chucha un rato, ¿ya Jaime? —resopló, resignado. 

— Igual me querí, maraco culiao.

— Eso quisieras —susurró por lo bajo, evitando así que el menor escuchara, preguntando que qué mierda había dicho—. ¡Nada Jaimito! —No iba a tocar el tema, no era el momento. Aunque para Nicolás jamás lo era. Odiaba escuchar de esos labios esas palabras cuando lo decía de verdad, pero también lo adoraba. Sabía que nadie más escucharía algo tan sincero del barbón. Y entonces se odiaba a sí mismo por ser quien recibía ese cariño. No se lo merecía.

—¿Y dónde se van a juntar? —cuestionó encendiendo el televisor y la xbox— Ven pa' acá, juguemos algo un rato.

—Juguemos Destiny —declaró, tomando un mando y sentándose con este en el sofá—. No sé, me dijo que de ahí viéramos.

—Vo' nunca sabí na' —imitó la acción de su amigo y se sentó en el sillón—. Júntense acá po' —propuso, oprimiendo botones para iniciar el juego—. Igual mi hermana llega tarde y así tienen más privacidad.

—¿Y desde cuándo chucha a ti te importa eso weón? —preguntó, incrédulo.

—Obviamente me preocupo por ti —respondió, sarcástico—. Quiero escuchar po' aweonao. Quiero saber qué te dice el Edgar. Igual es mi culpa que le hayai' mentido al semental.

—Hm... —cupuchento de mierda, eso era Navarro— Ya, dale. Dudo que me diga que no —sacó su móvil del pantalón, escribiéndolo así un texto al de voz singular proponiéndole juntarse allí en una hora más. El mensaje de vuelta no se hizo esperar, aceptando ir, pero informando que a lo mejor se iba a demorar un poco en llegar. De todas formas aún era temprano, se dijo a si mismo mirando la pantalla de su teléfono, la cual marcaba "3:26 p.m"—. Listop. Ya, juguemos, quiero ver qué tanto changeaste ésta weá, cabro culiao —mostró una sonrisa desafiante y sus preocupaciones se perdieron en el juego.

No sintió cómo, lentamente, sus manos comenzaban a arder. 

Jugar con fuego. | JaiNico | Donde viven las historias. Descúbrelo ahora