Principio

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—Por fin llegó la princesa —declaró Jaime abriendo la puerta de su casa, luego de oír el timbre emitir su característico sonido. El joven que se encontraba al otro lado del umbral rió alegremente.

—Sorry, es que estaba en el mollens y me demoré —mencionó, entrando a la morada sin esperar a que el otro le invitara a pasar.

—Ah, ¿con alguna minita? Wena Edgar —cerró la puerta tras de si y siguió al ruliento, quien se encaminó hacia el televisor. Escuchó cómo el otro volvía a soltar una risita. Gaete no quiso negar eso y decirle que había salido con el Manuel; prefería ahorrarse el ser molestado por el Elmo—. Ven po' weón, estábamos jugando Destiny —ofreció, sentándose a un lado del moreno y tomando el mando.

—No, no gracias —posó su mirada sobre su mejor amigo, aun manteniendo su sonrisa. Caminó y se acomodó entre ambos chicos en el sofá—. Yo vine hablar contigo, Nico.

El mayor aún no pronunciaba palabra alguna desde que Edgar había pisado la vivienda. Tampoco quería hablar.

—¿Entonces me voy yo o qué weá? Como pa' que ustedes hablen a solas, no sé —cuestionó Alfredo mirando la televisión sin real interés.

—Nah, quédate aquí no más weón. Si igual tu estai involucrado en toda esta weá po'. Y apaga la Juana, cabro culiao —los nervios de Nicolás aumentaban a cada segundo, más por lo tranquilo que se encontraban sus dos amigos—. Ya, cuéntenme po'. ¿Por qué no fueron a la fiesta y se juntaron aquí, par de weones?

Navarro miró a Gaule expectante. Si fuera por él, le contaría todo sin rodeos al chico a su lado, pero sabía que esas no eran las intenciones del de cabello más oscuro. Lo notó por su cuerpo tembloroso y su nula capacidad de producir palabra. Entonces, al obsérvalo así de nuevo, recordó cómo había comenzado todo.

No había sido en un carrete, ni si quiera estaban pasados de copas. Ambos se encontraban totalmente lúcidos, en un momento como ese pero viendo una película demasiado aburrida para el barbón. Habían quedado en juntarse con el semental también, pero la Juancha se había caído desde el techo de su casa y tuvo que correr al veterinario. Por lo que ahí se encontraban ambos, frente a una pantalla de 42 pulgadas, esparramados sobre el sofá café de Alfredo.

—Nico, ésta es la weá más penca que he visto desde Ted.

—Puta que erís pesado Jaime culiao, ni una weá te gusta conchetumadre —resopló, con el ceño fruncido aún mirando al frente. A él sí le había gustado la película.

—Si hay algo que me gusta —le dirigió una mirada de lado, acercándose un poco a él.

—¿Qué cosa, weón? No valen los juegos ni el Coshino po'.

—No, aweonao, una persona.

—No me digai que todavía te gusta la Giannina weón porque...

— ¡Qué es weón mi amigo! —soltó, extrañamente alegre, mientras tapaba la visión del más bajo con su propio cuerpo. Y no aguantó, su colon iba a explotar en cualquier segundo por esa horrible película, por lo que debía mantenerse divertido en algo. Besó al contrario con ganas, pero despacio, tampoco lo iba a forzar, era su amigo después de todo. Además, en ese tiempo, cuando sucedió aquello hace aproximadamente ocho meses, Jaime sólo veía a Holyfencio como un capricho infantil, porque él era hétero y el otro un negro feo. Extrañamente Nicolás cerró los ojos y correspondió al beso, y fue allí cuando el estómago del menor se revolvió de una manera que jamás había experimentado. El beso se extendió y pasó a ser más lujurioso. Ambos querían eso, era un curioso juego, o eso pensaba el de cabello negro. Tuvieron sexo, amanecieron abrazados y el rojo le hizo el desayuno.

—Yo tengo polola, Jaime.

— Si sé.

— Ósea que esta weá hay que olvidarla y hacer como que no pasó.

— Es que Nico —creó una pausa dramática, provocando nervios en el contrario—, esto ya pasó, y volverá a pasar —y rió como un idiota. Un idiota enamorado.

—Ya te pusiste weón, ¡para con tus teorías culiás raras weón! —lo acompañó con su propia risa, creyendo que quizá no había sido tan malo todo aquello.

Y la situación se repitió, tal como como pronosticó Navarro, una vez, dos veces, un millón de veces, provocando que los sentimientos de éste crecieran y se desarrollaran hasta el punto de no poder contenerlos.

—N-Nico, t-te qui... te qui-quiero —articuló en medio de una de esas veces donde sólo se dejaban llevar por sus cuerpos desnudos. Y el nombrado se quedó helado. Movió al otro de encima suyo y se sentó a su lado, mirándolo asustado.

—No po' Jaime, nada de involucrar sentimientos. Tú no me gustai, esta weá es pa' pasar el rato no más. Nosotros somos amigos, hermanos —el silencio después de esas palabras se había apoderado de la habitación que hace apenas unos minutos estaba inundada de gemidos y jadeos—. Está prohibido decir "te quiero" o "te amo" fuera de webeo, ¿ya? —continuó, desviando su mirada.

—Hace la weá que querai.

Y al día siguiente, después de que Gaule se fuera de su casa, Jaime lloró por primera vez en su vida. Porque ni si quiera había soltado lágrimas cuando se murió su primer gato, o su abuelo. Tampoco cuando terminó con alguna de sus ex pololas. Pero ahora sí. Se sentía usado, weón y triste. No estaba enojado con el otro, no podía, porque él mismo había comenzado todo aún sabiendo que el moreno tenía mina. No podía porque lo amaba y siempre mantuvo la esperanza de poder estar con él de verdad, no así. Pero no, la persona que le gustaba ni siquiera lo quería, sólo era un pasatiempo de fácil acceso. Desde ahí, no volvió a decir nada lindo, nada fuera de la amistad.

 Porque él ya se había quemado desde el principio con el fuego de Nicolás.

Jugar con fuego. | JaiNico | Donde viven las historias. Descúbrelo ahora