Jaime.

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¿Cuánto había pasado ya? ¿Tres, cuatro años? Ya ni sabía, ni quería saberlo. Se había amargado  lo suficiente desde que sucedió todo como para seguir recordándolo.

Consiguió un trabajo en una compañía distribuidora de juegos en la ciudad, no era la gran maravilla, pero trabajaba en lo que le gustaba y le pagaban decentemente. Tenía un departamento humilde con lo justo y necesario. Tampoco es que siendo soltero necesitara más, porque no, ni si quiera se le cruzó por la cabeza el volver a involucrarse en otra relación amorosa después de lo desastrosa que había sido su última experiencia, ya que después de que él se fuera, no pasó mucho tiempo para que terminara con la Claudia. No lo podía soportar, la culpa de todo ya lo había hundido suficiente.

El Edgar le había contado hace un par de años atrás que estaba en "algo" con Manuel, y eso se formalizó cuando recibió por debajo de su puerta una carta diciéndole que querían que fuese su padrino de bodas en Argentina con todos los gastos pagados. Probablemente ese haya sido el día más feliz de aquella época en su vida, y se lo agradeció enormemente a la recién conformada pareja. Aun así, por momentos la imagen de ese alguien se aparecía en pesadillas, provocando que no lograra levantarse a la mañana siguiente por estar atrapado en el mundo del tortuoso pasado.

— ¿Y cómo van los planes de adopción, Eddie? — Cuestionó con el teléfono en mano, intentando acomodarse un polerón para largarse a trabajar. Estaban en medio invierno y el frío santiaguino era un problema incluso peor que el calor.

— Bien, bien. Vimos a una niña súper kawaii y tierna. Al Manu le encantó la cabra chica y a mí igual. Tiene como dos añitions y es entera chiquita y rubiesita como el Yelon. — La felicidad que transmitía el de rulos era tan grande que se lo contagió un poco, e inconscientemente sonrió, felicitándolo por el hallazgo. — Igual todavía hay que hacer la pila de weás para poder adoptarla, no es llegar y "¡Ah ya, a ésta me llevons!". Nos dijeron que teníamos como para un año, pero que podíamos ir a verla cuando quisiéramos.  —

— Obvio, no es un perro po' culiao. — Razonó con el otro, quien soltó una ligera risa acompañada de un lo sé. — Ya, me tengo que ir Eddiesín, el trabajo espera. Mándale saludos al Yelito, y yo cacho que en las vacaciones del otro mes me pego un viaje pa' allá. —

— ¡Más te vale! Si sabís que siempre eres bien recibido en nuestra casa, Nico. —

— Gracias Edgar. Si no fueras hombre casado, qué no te haría, cotito. — Declaró en tono homosexual, haciendo reír fuertemente al otro. — Ya, chao culiao, mañana hablamos, o más rato, no sé. — Y cortó, saliendo del apartamento no sin antes cerrar con llaves la puerta. Esperó con paciencia a que el ascensor llegara a su piso y entró, apretando el menos uno, dónde se encontraba el estacionamiento del edificio.

Se subió a su auto, un Mazda 3 rojo de segunda mano (Porque ni cagando se compraba uno cero kilómetros en Santiago), y encendió la radio donde estaba conectado su pendrive con forma de mando de NES. Manejó con cuidado, sin ganas de morir en un accidente automovilístico, hasta que llegó a su destino. Miró el reloj de su muñeca y sonrió, había llegado cinco minutos antes de las nueve. Justo a tiempo. Entró a su trabajo con una sonrisa pequeña, saludando a todos quienes veía, deteniéndose frente a alguien.

— ¡Wena po' Oscar! — Exclamó con alegría. Cuando el Bestia le había propuesto trabajar con él allí, lo había rechazado en primera instancia, pero le había insistido tanto que terminó yendo a ver cómo era todo eso. Y menos mal que lo hizo, porque era genial estar junto a su amigo en algo que desde siempre había adorado. 

— Hola, aweonao. — Articuló, abrazando al más bajo para luego revolverle el cabello. — Casi llegai atrasao'. —

— Casi, pero soy tan harcore que llegué justito po', así de choro. — Dijo, dándose aires de grandeza. —

Jugar con fuego. | JaiNico | Donde viven las historias. Descúbrelo ahora