Capítulo 2: Por la Mañana: Ese Mayordomo, Celoso

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Capítulo 2: Por la Mañana: Ese Mayordomo, Celoso

—Gracias por acudir a nuestra cita, marquesa Midford —dijo a modo de saludo Ciel, al recibir a su visita.

—No son necesarias tantas formalidades, conde Phantomhive. Después de todo, soy su prometida y nuestra cita de hoy es para fijar la fecha de nuestra boda, ¿verdad?

—Tienes razón, Lizzy. Pero es que nunca me cansaré de comprobar que te has convertido en toda una dama —esbozó una sonrisa sincera, aunque no por ello feliz.

—Y tú eres todo un caballero, Ciel. Pero ¿qué te parece si hablamos en el jardín?, hace demasiado tiempo que no damos un paseo.

—Como gustes. —extendió el brazo derecho a su prometida, quien lo tomó sin pensarlo.

Después de atravesar el salón principal, llegaron a la puerta que los dividía del jardín. Sebastian la sostuvo mientras ellos salían. Observó intensamente a Ciel durante algunos instantes, aunque él no se dignó siquiera a mirarlo. De hecho, toda su atención estaba centrada en su prometida. La hizo pasar con un gesto elegante y luego fue tras ella para ofrecerle su brazo, el cual Elizabeth tomó, complacida. Le gustaba mucho que Ciel tuviera esos pequeños gestos de galantería con ella.

Los jóvenes caminaron durante algunos minutos, hablando sobre temas triviales. Elizabeth presumía sus conocimientos botánicos a Ciel; él simplemente asentía o lanzaba algún comentario distraído, pues su mente estaba completamente ocupada en su próximo matrimonio y las causas del mismo. No estaba del todo seguro de querer casarse, pero sabía que para su prometida era algo fundamental. Había estado comprometida con él toda la vida y tenía ya veinticuatro años. Si él moría antes de casarse, por la edad de ella, habría dejado de ser una muchacha casamentera para estar cada vez más cerca de ser una solterona y definitivamente no deseaba ese estigma para su prima, especialmente, después de que la desgracia había tocado a su puerta hacía tan poco tiempo.

La familia de Elizabeth había muerto hacía poco más de un año, en el hundimiento de un crucero al cual ella no había podido asistir, gracias a una pequeña indisposición femenina. Desde entonces, al ser ella la única heredera quedó a cargo de los negocios de la familia. Y pese a tener que romper con el rigor del luto femenino para colocarse a la cabeza de las empresas Midford, la habían reconocido en sociedad como una mujer de gran temple, «similar al de un hombre». Así, había ganado cierta notoriedad en aquella sociedad tan misógina, sin embargo, ella seguía siendo una mujer y no faltaban oportunistas que la menospreciaban o le hacían malas jugadas, aprovechándose de su inexperiencia.

Toda aquella situación había ocasionado que su economía fuera en detrimento y, aunque Ciel podía meter sus narices en los negocios de su prometida, sólo era de manera superficial, pues al ser mayor de veintiún años y seguir legalmente soltera, era ella la única apoderada de sus propios negocios y así deseaba mantenerlo, en honor a su madre. La marquesa Frances Phantomhive–Midford había criado una mujer que podía defenderse perfectamente en el mundo de los hombres, tanto en los negocios como en las armas. Y aunque Elizabeth insistía en guardar las apariencias y mostrarse como el prospecto perfecto de una abnegada prometida victoriana, había demostrado que las enseñanzas de su madre no habían caído en saco roto. Así, especialmente debido al deseo de honrar la memoria de su madre, Elizabeth se mostraba como una mujer fuerte e independiente, hasta donde las leyes de su tiempo se lo permitían.

Por otro lado, Ciel seguía siendo un conde y sus negocios se habían incrementado exponencialmente en los últimos años, así que necesitaba a alguien que heredara su fortuna y su linaje. Bien, quizá su linaje no era tan importante, la Reina eventualmente encontraría a otro perro guardián, pero no estaba dispuesto a dejar que su fortuna desapareciera a manos de las ratas que tenía por socios de negocios. Y claro que tenía un testamento a favor de Elizabeth, pero sabía que sería fácilmente expugnable por los accionistas de sus empresas si era únicamente a favor de su prima, en cambio, si ella se convertía en su esposa y más aún, si tenía un hijo suyo, nadie podría evitar que recibiera su herencia.

Descendiente de la Oscuridad [Reescrito]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora