Fleurs pour l'amour et la mort

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Una jornada realmente movida: desde despertar con la sorpresa de un corte de electricidad repentino (esperaba que estuviera arreglado al regresar), seguido por la partida del metro sin él; su almuerzo que se derramó en la prisa por llegar hasta la gran cantidad de consultas que tenía agendadas para hoy.

El trayecto de regreso en el metro se tornó aún más agotador, luchando contra el sueño profundo y el despertar lejos de casa. Además, el ambiente se volvió aún más cargado, con rostros alargados, suspiros contaminantes, incomodidades persistentes y preocupaciones latentes, mientras las responsabilidades se acumulaban.

Liam no anhelaba encontrar su hogar organizado o la comida lista, a diferencia de la mujer de negocios a su lado, visiblemente irritada por su tacón roto. Aún le esperaba un largo camino por recorrer, su postura revelaba su cansancio.

La voz del altavoz anunció la próxima parada en unos minutos. Era hora de abandonar el vagón para el Profesor Moriarty.

Con calma, se puso de pie para posicionarse cerca de una de las puertas. Las ventanas del metro proyectaban imágenes fugaces y sombrías, hasta que la estación de Saint-Paul se materializó, transformando las vistas en imágenes estáticas y encapsuladas. Luces parpadeantes y personas en movimiento, miles de rostros pasando, donde las posibilidades de encuentros fugaces o ignotos futuros se entrelazaban...

Con la apertura de las puertas, la multitud descendió como si fueran caballos en un hipódromo, mientras Liam, más reservado, salió manteniendo distancia de los demás.
Acomodó su abrigo beige arrugado de forma descuidada, no tenía solución en el momento. Sus pensamientos y cálculos mentales lo absorbían, mientas que un hombre trigueño lo observó furtivamente, como un cazador alerta a su presa, ocultando sus manos tras la espalda, deseoso por ser descubierto.

La expectativa era palpable, entretenida. Disfrutaba cada momento de verlo, recordando cuando se conocieron y cómo el joven Profesor de matemáticas le cautivó como nadie lo había hecho antes.

Siguiendo su camino y saliendo de la estación, una esperanza incómoda crecía, hasta que finalmente se detuvieron ambos. Unos pasos más y se enfrentaron. Sherlock, con su sonrisa característica, enderezó su figura y mantuvo oculto lo que se traía entre manos.

Liam giró la cabeza y allí estaba Sherlock, delgado y desdeñoso, al otro lado de la salida de la estación, sin interrumpir el paso de los transeúntes.

— Te diría que me sorprendería verte aquí, pero la verdad que no.

Sherlock frunció el ceño antes de hacer una mueca juguetona.

— Parece que he pasado a ser un rompecabezas fácil para ti.

— Me sobreproteges tanto como Louis — acusó Liam a su compañero, observándolo con curiosidad. No era común verlo tan derecho.

Actuó de forma exagerada, como si hubiera sido herido de gravedad. Una bala le había atravesado el corazón.

— Solo quería asegurarme de que no te quedases dormido en el metro. ¿Alguna vez calculaste la posibilidad de quedarte dormido en ese vagón? — preguntó, aunque no esperaba una respuesta numérica como de costumbre. Aunque si le ofrecía una, pues, gracias por la información.

— ¿Y esas flores? — la pregunta de Liam marcó un cambio repentino en la conversación. Sherlock amplió su sonrisa, ahora radiante de satisfacción, y sacó de detrás de su espalda un ramo de rosas rojas envuelto en papel marrón.

— Son para ti — se las ofreció.

Liam lo miraba con asombro.

— Te diría que estoy sorprendido, pero no tanto.

— Obviamente no las compré — respondió con desenfado y continuó —. Resolví un caso que llevaba olvidado desde hace unos siete años. La viuda me tomó mucho aprecio, como puedes ver — explicó de forma resumida —. Iba a desecharlas, pero al verlas pensé en tus ojos. Así que decidí quedármelas.

— Ver para creer, Sr. Holmes. No le diré nada a tu hermano debido a nuestro pacto de confidencialidad, pero esto lo pondría en una situación comprometedora  — comentó de forma burlona mientras tomaba las flores. Iba a colocarlas en su bolso, pero Sherlock se ofreció a llevarlo. Tomó su mano de forma inesperada y lo alentó a continuar con el trayecto.

— Ahora sí te sorprenderé: la comida está lista y ordené más menos la sala —y aclaró como último detalle.  — Bueno, como se pudo.

El detective inglés aún tenía trucos guardados bajo la manga.

Espero que les haya gustado, ¡nos leemos!

Nous sommes Paris ♡ Sherliam. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora