Le moi du souvenir est un raconteur d'histoires

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William se medicaba para combatir los cambios constantes y profundos de su estado de ánimo y, por recomendación de su médico, daban largos paseos por el Barrio Latino con el fin de despejarse.

Ese día, comenzaron en el café Mabillon, donde unos turistas suecos en la mesa próxima iniciaron una conversación deseosos de poner en práctica lo aprendido en clases, creyendo que eran parisinos. Como si lo hubieran consensuado telepáticamente, asumieron jugar el papel, exagerando la afectación y el acento parisino con un entusiasmo culposo. No era primera vez que entraban en escena.

Después fueron a curiosear en los puestos de los bouquinistes*. Y mientras William revolvía en los contenedores de libros en busca de historias interesantes para leer, Sherlock se dedicó a escuchar a un expatriado americano de barba castaña, con un suéter azul de pescador; que desde el puesto contiguo, en un francés trufado de expresiones inglesas, le contaba a dos mochileros mexicanos cómo había llegado a París veinticinco años antes para estudiar Filosofía y se había enamorado de una mujer y de la ciudad y ya no se había marchado. Tenía un puesto de venta de postales de la Belle Époque y reproducciones de pinturas, pero en realidad era un raconteur, un contador de historias.

Por un momento permaneció impasible; luego la boca se curvó en las comisuras y sonrió socarrón.

— Todos los días llegan a París miles de idiotas que se creen que con esas historias de ficción van a engañar a alguien. — comentó, y William alzó la rubia cabeza del libro que estaba leyendo.

— Acabamos de engañar a unos turistas de la misma manera que ese hombre lo está haciendo — dijo Liam sin pelos en la lengua —. Mentir, engañar... es también un acto de supervivencia del ser mismo.

Sherlock hizo un ruidito de satisfacción mientras sacaba un fino cigarrillo del bolsillo de su abrigo. Vestía un largo abrigo de cuero que aleteaba al viento como el ala de un murciélago. Llevaba el cabello negro suelto, revuelto y enredado, como si se hubiera pasado nervioso las manos muchas veces por él, y sus ojos agudos y penetrantes tenían un aspecto cansado.

— Tú eres un superviviente de libro de texto. —inquirió él, encendiendo su cigarrillo con mano sorprendentemente firme y gesto veloz, al mismo tiempo que lo miraba entrecerrando los ojos. Su rostro mostraba una sonrisa maliciosa.

— Ambos lo somos —le respondió, con una sonrisa en sus labios —. Hemos decidido mentir para así poder vivir cómodamente. No es de la manera que hubiera querido, pero tampoco es que conozca otra. Pero así soy feliz contigo.

Soltó una bocanada de humo.

William llevaba un largo abrigo negro y una bufanda roja que acentuaban la palidez de su piel. Tenía las mejillas sonrosadas del frío; los labios, rojos; los ojos, brillantes.

Sherlock suspiró y se pasó las manos por el desgreñado cabello oscuro.

— También soy feliz contigo.

Liam sonrió ante el gesto.

En un día lleno de encuentros y reflexiones profundas en las calles de París, no pudo faltar el sano consejo de alejarse de la Filosofía Existencialista.

Los bouquinistes de París, Francia, son los vendedores de libros usados y antiguos que ejercen su oficio a lo largo de amplios sectores de las orillas del Sena: en la margen derecha del Pont Marie al Quai du Louvre, y en la orilla izquierda del Quai de la Tournelle al Quai Voltaire. El Sena se describe así como el único río en el mundo que se extiende entre dos filas de estanterías y puestos de venta.

Espero que les haya gustado, ¡nos leemos!

Nous sommes Paris ♡ Sherliam. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora