Determinación

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- Hermano, este niño no es un humano. - Comentaba, Deimos.

- Si me preguntas... Para mí es un dios, pero no debemos decirle, se generaría un sentimiento de poder y codicia en él. Si se entera, solo querría entrar en el Olimpo. - Respondía su hermano, Fobos.

- Ofendes mi objetivo, recuerda que yo quiero llegar al Olimpo a acompañar a mi querido hijo.

- Sabes que fue nuestra elección no pertenecer a los olímpicos, Esparta siempre fue lo más importante para nosotros.

- Si, pero Itheus, puede ocupar mi lugar.

- Primero deberíamos preguntarle la verdad a Atenea, quien fue la que nos lo trajo para entrenarlo.

- Para hablar con ella debemos ir a su templo hasta Atenas, y sabes bien que no somos bienvenidos allí.

- Podemos convertirnos en aves llameantes, aunque sabes que, para eso, debemos pedirle poder a nuestro padre.

    Ambos, se dirigieron al templo de Ares, donde este mismo, bajo en forma de polvo estelar y ascuas luminosas.

- Hijos míos. ¿Qué necesitan?

- Hemos llegado ante ti, porque necesitamos de tu poderío para llegar hasta Atenas.

- Esos son campos prohibidos para un espartano. ¿Qué planean? - Replanteó el dios de la guerra.

- Necesitamos hablar con Atenea. - Contestó Deimos.

- Es sobre el niño ¿verdad?

- Si, creemos que es un dios. - Comentó, Fobos.

- Aquí en el olimpo se rumorea mucho sobre él, más por lo anterior acontecido, madre Hera, está sumamente molesta por la muerte de Argos, y ruega a Zeus, el castigo hacia el muchachito. Veo que sus intenciones son buenas, les daré mi poder y si los persiguen, destruyan a sus contrincantes.

   Ares, volvió al olimpo y ellos se dirigieron a Atenas dejándole un mensaje al niño con Blas, uno de sus leales seguidores.

Al despertar, nuestro protagonista, sentía un dolor fuerte en su cabeza y un ardor en sus manos. No recordaba lo sucedido. Tras una conmoción de su desconocimiento, le preguntó a el sujeto que se encontraba junto a él:

- ¿Quién eres tú?

- ¡Buenos días niño! – Dijo con voz alegre. – Mi nombre es Asclepio.

- ¿Qué haces aquí, Asclepio?

- Estoy aquí por la voluntad de Zeus, al parecer utilizaste un poder que tu cuerpo humano no soporta, para tu suerte, yo soy el dios de la medicina.

- ¿Tú me has curado? - Decía con curiosidad el niño.

- Correcto. ¡Vaya que estabas mal! – Colocando su mano en la cabeza del niño le decía. – Mi labor ha terminado.

- Espera, tengo muchas dudas... 

 Apenas terminando sus palabras, Asclepio, se retira del lugar. Itheus, golpea el suelo con frustración diciéndose "¿Por qué nadie me da respuestas?".

  Interrumpe un soldado mientras el muchacho se desahogaba con el suelo.

– ¿Joven Itheus? - Preguntaba por él, Blas.

- Soy yo. ¿Necesitas algo? 

- Tengo un mensaje de tus mentores. Al parecer se fueron a Atenas, debes seguir tu entrenamiento.

- ¿Y ahora por qué se fueron? ¿Y por qué a Atenas? – Frustrado, el ignorante niño. – ¡Estoy harto!

- ¡Jmmm! Niño, no soy un oráculo para que me preguntes, solo doy el...

– ¡Gran idea, un oráculo! - Interrumpió con esperanza. 

  Salió corriendo del salón. A cada persona que se encontraba en su camino le preguntaba dónde podría encontrar a un oráculo, pero nadie pudo responder su pregunta, hasta que...

- Disculpe señor ¿No sabe en donde podría encontrar a un oráculo?

- ¡Vaya! Veo curiosidad en tu mirada. ¡Bien! El último oráculo de Esparta se encuentra en lo alto de la montaña de Eros, es el único que puede dar las respuestas que tu corazón inquietan. - Decía con amabilidad el anciano.

- ¡Gracias señor!

   Lo que no imaginaba es que ese señor era el mismísimo Eros, que escuchaba el pensamiento del niño. Eros, era el dios del amor y la fertilidad, pero se apiadó del niño que solamente buscaba respuestas.

   La montaña, era un lugar precioso, con cascadas a sus lados, con una arquitectura Griega perfecta. En el medio se podía observar unos escalones en espiral. Y en los más alto un edificio con la estatua de Eros en la punta.

   Itheus, al llegar al pie de la montaña se encontró a dos personas. Sincronizados perfectamente en cada palabra le explicaban al joven: 

– Nuestros nombres son Zetu y Morfo, somos hijos de Eros y los guardianes de esta montaña.

- Vengo a ver al oráculo. – Dijo el pequeño con determinación por primera vez.

- No es así de sencillo. Necesitas resolver un acertijo. Solo los dignos pueden saber su destino.

- Decídmelo, mi curiosidad es tan fuerte que podrá con un par de frases.

- ¡Aquí va! ¿Qué titila de rojo y caliente como una llama? - Los hermanos, soltaron el acertijo sin más.

   En la cabeza del niño se venían palabras como: "¿Fuego, lava, el sol...?" 

– He de imaginar que solo tengo una sola oportunidad.

- Solo te daremos un indicio. – Mientras, atentamente escuchaba Itheus – No es fuego. - Decían los hermanos.

   Su primera opción había sido descartada, solo le quedaban novecientas noventa y nueve más. En su cabeza discutía: " Si no es fuego, es porque no se le atribuye la propiedad de calcinar, entonces tampoco la lava; el sol ilumina y tampoco se habla de esta propiedad..."

Entre una larga hora de pensamientos pudo decidir... 

- ¡Tengo mi respuesta! - Decía Itheus, más seguro que nunca.

- Niño, muéstranos que tanto pensabas.

- Es la sangre, a pesar de que sea titilante no se dice que ilumina, es roja y es caliente, siempre y cuando circule.

   Impresionados, los hermanos asintieron con sus cabezas y mientras, Itheus, se encaminaba a subir la montaña ellos le advirtieron:

 – Espera, ten estas cadenas, adelante te esperan algunas pruebas y debes tener cuidado...

   Nuestro pequeño protagonista las recibió con alegría y siguió su camino hacia la cima y sin ningún temor, ya había pasado hambrunas, fríos, soledad, desastres y tragedias ¿Qué iba hacerle una caminata a la cima del cerro? O eso pensaba él mientras se dirigía a su siguiente prueba...

Itheus: El Hijo de EspartaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora