capítulo cuatro

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Era un día soleado. Apenas había recuperado la consciencia del descanso cuando sintió como una calidez abrigadora se posaba sobre su vendado rostro, alejando su atención de la helada y constante sensación que calaba su cuerpo luego de despertar.

Su primer movimiento se basó en estirar lentamente su mano derecha, en dirección a los dulces rayos de sol que se colaban entre los pliegues de las cortinas, como si intentara tocarlos y envolverlos entre sus delgados dedos.

Sin percatarse del ruido a su alrededor, desprendió la tela de las sabanas de su cuerpo y comenzó a buscar con su propio tacto un soporte del cual agarrarse y no caerse en su intento por llegar a la ventana.

Con ayuda de sus pies desnudos y sus manos recargadas en la pared, logró avanzar y finalmente detenerse cuando sus dedos tocaron el borde de las cortinas. En su rostro aún perduraba el calor, que traspasaba las capas de sus vendas y se impregnaba delicadamente sobre su adolorida piel, fue entonces cuando tomó los extremos de ese mismo tejido y lo apartó.

La oscuridad de la habitación se desvaneció, dándole paso a la claridad que le otorgaba la mañana, escabulléndose en los espacios más recónditos de ésta y adornándola con tonalidades anaranjadas y amarillas como cualquier mañana.

Unos ojitos, oscuros y rasgados, se entrecerraron aún más por el escozor que generó tal repentino cambio de luz. En silencio, Getō hizo una mueca e interpuso su mano para que la molesta luz no llegara nuevamente a su agotado rostro.

La imagen que se mostraba ante él lo dejaba tan intrigado.

Satoru volvió a deslizar sus manos hasta el cristal de la ventana, acariciando con sus dedos la superficie de este, hasta que, luego de un pesado suspiro que en poco se transformó en un bostezo, recargó su frente de igual forma.

El pálido cabello de Gojo parecía estar hecho con hebras de fino y brillante oro, mientras que la piel que envolvía sus manos aún apoyadas en la ventana eran cubiertas de un vívido color rojo debido a la luz tan cercana a él.

No dijo nada, ninguno de los dos medió palabra por largos momentos, ambos sumidos en sus propios mundos, en sus propios pensamientos que carecían de un inicio o un final.

Eran mentes vacías, desoladas, pues no había nada que decir o preguntar y que el otro pudiera escuchar sin la necesidad de hablar. Solo hasta que en un momento de curiosidad, el mundo de Suguru comenzó a llenarse, con ayuda de pequeñas gotas que hacían aquel charco de dudas aún más grande, haciendo eco y mella en su interior; Satoru, ¿Cuál es esa maravilla que te tiene tan cautivado por el radiante y molesto sol...?, se preguntó, sin obtener respuesta aún.

Lo único que escuchaba salir de esos labios eran mentiras, envueltas por tonos de falsa serenidad y despreocupación que jamás serían capaces de notar, todos alrededor de él eran engañados, confundidos por lo que verdaderamente Suguru estaba sintie...

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Lo único que escuchaba salir de esos labios eran mentiras, envueltas por tonos de falsa serenidad y despreocupación que jamás serían capaces de notar, todos alrededor de él eran engañados, confundidos por lo que verdaderamente Suguru estaba sintiendo, todos menos Satoru.

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