1. Un comienzo difícil. La belleza del amor

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 Una cabaña a orillas de un lago. 1964.

A pesar de que faltan pocos días para el comienzo de la primavera, hace muchísimo frío, un viento helado golpea los cristales de la humilde cabaña. Solo el fuego en la chimenea logra mantener una atmósfera tibia dentro de la casa. Por sobre el ruido del viento, se logra escuchar el llanto de un bebé, es un llanto triste, y persistente, aunque quedo; cada vez mas.

En una habitación de la cabaña, una mujer yace en la cama sujetando a una criatura, por su tamaño no debe tener mas de un mes de nacido. Su llanto angustia a la mujer, su madre; pues a cada instante pierde fuerza.

"Aguanta, mi amor, resiste por favor, todo estará bien, papá llegará con comida y medicinas, ya lo verás..." La mujer trata de calmar al bebé.

La madre es muy joven, acaso tendrá 17, pero su rostro denota madurez, de esa que se adquiere con el sufrimiento. Está enferma, lo ha estado desde que nació su bebé, y lentamente su enfermedad avanza, acabándola poco a poco, sobre todo ahora que el niño se ha enfermado también.

La chica aprieta a su pequeño contra el pecho y cierra los ojos, rogando porque su esposo llegue pronto hasta ahí, o lo que encontrará será a su familia muerta. Una lágrima resbala por la pálida mejilla de la chica.

Ese invierno había sido mas crudo de lo que habían pensado. La comida escaseó y el nacimiento del niño se adelantó. El nacimiento había sido muy difícil y la había dejado agotada, pero por lo menos el niño estaba sano, ella se repondría con un poco de descanso, o eso pensó, pero no fue así, su salud desmejoraba día a día, y su esposo había salido a buscar alimentos y medicinas, pero ya había tardado demasiado. Lo que más la preocupaba ahora, era que no tenía mas alimento para su bebé, su enfermedad la estaba acabando, y si seguía así, el niño también moriría.

"Por favor, regresa pronto para que salves a tu hijo." La muchacha se quedó dormida poco después, en uno de esos sueños intranquilos, que en lugar de descansar, agotan.



Ilya había caminado por días entre la nieve, para poder llegar al pueblo mas cercano, a cada momento se arrepentía más de haber llevado a su esposa con él a ese sito, pero no tenía opción. Las familias de ambos los habían echado y dejado a su suerte. El no era el marido que los padres de ella tenían en mente, pero ellos se amaban, y habían decidido enfrentarse a todos.

Desde el momento en que se conocieron ambos estaban seguros que eran el uno para el otro y que su destino era estar juntos. Mucho tiempo lo soñaron y mucho tiempo más lucharon para lograrlo. Al final lograron casarse, pero tuvieron que salir del pueblo, y el único lugar a donde pudieron ir había sido aquella cabaña a orillas del lago que él había construido con sus propias manos. Por todo un año vivieron ahí muy felices, con carencias, si, pero felices.

La caza y la pesca les daban de comer, y él trabajaba arduamente para conseguir todo lo que su amada Aniela pudiera necesitar, y ella procuraba hacerlo feliz; no le molestaba en absoluto vivir en forma tan modesta, a pesar de que siempre había vivido rodeada de comodidades. Lo único que ella deseaba era estar con él.

Y después vino el embarazo; ambos estaban tan felices, y esperaban con ansias la llegada de su hijo. Ellos hablaron con sus padres, tal vez con el paso del tiempo y con esa buena noticia, lograran hacerlos cambiar de opinión, pero no fue así. Sus padres no los quisieron recibir, aún mas, les echaron y les dijeron que nunca mas volvieran. El rechazo de sus familias era la única sombra que enturbiaba su felicidad, hasta ese invierno.

Ella nunca fue muy fuerte, y el embarazo no le sentó bien, sabía que no sería fácil, y para empeorar las cosas, ese invierno fue el más crudo que se había presentado en años, la comida escaseaba, la nieve impedía que él pudiera ir a la aldea a conseguir alimentos o cualquier otra cosa. Inclusive el conseguir leña se había vuelto un problema.

Así llegó el bebé, un mes antes de lo debido, no hubo nadie que los ayudara con el nacimiento, pero afortunadamente, todo había salido bien, el niño estaba sano y ella había sobrevivido.

"¿No es hermoso?" Le preguntó Aniela al verlo.

"Es lo mas hermoso que he visto en mi vida" Contestó Ilya llenó de emoción.

"Lo llamaremos Eros, porque representa nuestro amor. Sin importar que pase, nuestro amor no desaparecerá, porque vivirá siempre en él." Dijo Aniela, Ilya asintió, el sentía igual. Ella sonrió y se quedó dormida con el niño en brazos.

Pero su salud empeoraba con los días y el tuvo que tomar una decisión. Tenía que llegar a la aldea y conseguir ayuda, o ella moriría, y el bebé también. El camino estaba completamente cerrado por la nieve; le tomó varios días y muchísimo esfuerzo llegar ahí. Con el poco dinero que tenía y con la ayuda de algunas buenas personas, había conseguido provisiones y medicinas para su familia, y ahora corría de regreso a la casa, con una gran angustia en su corazón. Tenía mucho miedo de perderla, ella era su vida, y él no sabría que hacer si no volvía a ver esos hermosos ojos azules, azules como el hielo que se formaba sobre el lago.

Por fin esa noche llegó a la cabaña. Entró corriendo y se detuvo a la entrada de la habitación. Todo estaba tan callado, sintió como si su corazón se detuviera por un instante cuando la vio acostada en la cama, mas pálida que nunca y con los ojos cerrados, tan quieta. Lentamente se animó a avanzar un poco por el cuarto y muy despacio la llamó.

"¿Aniela?"

Ella abrió lentamente los ojos al oírlo y le sonrió a su esposo débilmente. Al ver esto el respiró aliviado y se le acercó.

"¿Como te sientes? ¿Estas bien? ¿y el bebé?"

"El está bien, aunque tiene hambre."

"¿Y tu?"

Ella desvió su mirada de la de él. "Creo que fue demasiado para mi, pero me da gusto que hayas vuelto, no quería irme sin volverte a ver." Mientras ella hablaba él sujetó su mano con fuerza, estaba fría.

"No amor, te pondrás bien, he traído medicina y alimento, sé que te pondrás bien." Por toda respuesta ella le sonrió.

Ilya se levantó de prisa, avivó el fuego, preparó comida para ella y el bebé, los arropó y pasó toda la noche al pendiente de ellos. El bebé respondió con alegría a la comida y durmió profundamente; ella en cambio no podía y la medicina parecía no funcionar. El le habló por largo rato, de cómo verían crecer a su hijo, de cómo lo llevarían a pasear en el verano y de lo felices que serían juntos, hasta que por fin ella se durmió.

A la mañana siguiente, el llanto del niño lo despertó. Se había quedado dormido en una silla al lado de la cama. Se acercó a ellos y tomó al niño en sus brazos. Ella no despertó, ni lo haría mas. El la observó en silencio por un largo rato.

Su cara tenía una expresión serena, y había una leve sonrisa en su rostro. Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas. Había perdido lo más importante en su vida, su razón de ser. Bajó su mirada y se encontró con la cara de su hijo. Ahora él sería su motivo de ser, lo que le recordaría por siempre el gran amor que tuvo una vez, tal como ella lo había dicho, aunque hubiera sido por tan poco.

La belleza perdidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora