4. La belleza de la alegría

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"No esta envenenada, pero podría haberlo estado si quisiera..." Eros se dió la vuelta, no tenía intenciones de luchar con su maestro, y ya había probado su punto con claridad "las cosas bellas también pueden ser temibles" Terminó antes de alejarse por la playa.

Su maestro lo dejó ir aun sorprendido por la forma en que el chico utilizaba su cosmos. Había llegado la hora de que uno de sus alumnos fuera a Grecia a competir por la armadura dorada, pero ¿cuál de los dos? ¿Eros, o Afrodita?

Afrodita había comenzado a usar su máscara casi desde que llegara a la isla, sin embargo su máscara era un fiel reflejo del rostro que ocultaba, y en el tiempo que había permanecido en la isla aquella máscara no había ayudado en nada para que los otros chicos no pensaran en ella como en una mujer. Al contrario, le daba a la chica un aire misterioso que hacía que todos ellos se sintieran irremediablemente atraídos hacía ella. Todo lo que en Eros les parecía un defecto, en Afrodita se convertía en virtud; mas de uno llegó a notar alguna vez que los dos se parecían bastante. Tenían los dos el mismo largo cabello ondulado y azul claro y los ojos celestes de Eros eran iguales a los que ocultaba Afrodita bajo la mascara. Pero en algo eran totalmente diferentes. Eros era antisocial a más no poder. Afrodita en cambio era amable con todos y parecía disfrutar de la compañía de los demás. Era fácil para ella, todos la trataban con respeto y procuraban ganarse su favor. Eros no les importaba; para ellos mejor que pasara el tiempo perdido entre sus rosas como si en lugar de aprendíz de caballero se tratara de un jardinero.

Ilia anunció esa misma tarde que Reso llegaría a la isla en un par de días. "Solo dos de ustedes irán con él a Grecia para competir allá, frente al Patriarca y los otros caballeros de Atenea por la armadura dorada de Piscis. Aquellos que se crean dignos de tal honor tendrán que demostrarlo de aquí a ese día."

Todos se mostraron inquietos y emocionados a la vez. Era el momento de probar si habían servido de algo los años de entrenamiento. Los combates comenzaron muy temprano la mañana siguiente, por parejas fueron enfrentándose entre ellos, y los perdedores iban quedando fuera de la lista, elíminandose poco a poco.

Afrodita no tuvo ni un solo problema en vencer a su primer contrincante. Su fuerza física podría no ser tan grande como la de un hombre, aunque no por mucho, pero en cambio, a diferencia de muchos que a penas comenzaban a entender y a despertar en ellos lo que era el cosmo, ella lo dominaba ya por completo y podía lanzar además de ataques físicos, ataques con su cosmo que era azul blanquecino y que se manifestaba como fuerza de agua, capaz de dejar fuera de combate a sus contrincantes al primer golpe. Más que apropiado para piscis, pensaba Illya observando los combates.

Eros no se quedaba atrás. Las primeras rondas había derrotado a sus compañeros sin siquiera utilizar su cosmos con las rosas como le había probado a su maestro. Solo lo utilizaba para moverse mas rápido y golpear con mas fuerza a su contrincante. Illya lo vió sonreir después de mucho tiempo, aunque fuera para burlarse de sus compañeros caídos que por años le habían tachado de débil y otras cosas peores. Ahora se enterarían de lo que podía hacer un debilucho como él.

El final no fue sorpresa para el maestro. Eros y Afrodita serían los que irían con Reso al Santuario y uno de ellos dos se volvería el caballero dorado de Piscis... el otro posiblemente terminaría muerto. No era un trabajo agradable el suyo, pero era su deber el entrenar a los futuros guardianes de Atenea, y, sin importar quien de los dos ganara, sabía que enviaba a un guerrero fuerte y hábil. 

La belleza perdidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora