juu, エキュメニカルな葬儀の前夜

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CAPITULO DIEZ | VÍSPERA DE UN FUNERAL ECUMÉNICO

CAPITULO DIEZ | VÍSPERA DE UN FUNERAL ECUMÉNICO

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LAS NOCHES ERAN el único momento en el que podía relajarse y disfrutar del silencio. El puesto de Subcomandante de la Gran Alianza Shinobi constituía un gran honor; también un dolor de cabeza. Desde el amanecer hasta el ocaso estudiando mapas, revisando listas, asignando posiciones, discutiendo maniobras y supervisando operaciones. Se encargó de las finanzas: el pago hacia las empresas que aportaron equipos médicos, armamento y tecnología; hacia los almacenes, productores y tiendas que brindaban comida; de los préstamos que se habían solicitado, las deudas y la recolección de impuestos que las casas ricas podían permitirse contribuir.
   Parte de su trabajo constaba, además, en tranquilizar tanto al pueblo como a las filas que iban llegando. Heichi estaba familiarizado con los civiles y con la élite de tres de las aldeas... el resto no era diferente. Todos al final querían consuelo y aliento, y a los líderes les pareció una buena idea que fuera una cara reconocida por su empatía la que lo ofreciera. 
   Había sido ocurrencia de Temari su importante papel en la formación. Aparentemente, nadie había tenido objeciones en contra luego de meditarlo, excluyendo al Tsuchikage, que expuso que era demasiado joven y alguien con más experiencia en materia guerrillera haría un labor mejor. La hija del Cuarto Kazekage lo aplacó con la acusatoria de que se había enfrentado a Deidara, un ex alumno suyo, solo, y que había conseguido establecer una línea de comunicación y relativa paz entre Suna, Kumo y Konoha; más trato político de lo que había hecho Ōnoki en su vida.

   —Agradezco que me valieras tan respetado lugar —le había dicho a su amiga, después de que Kankurō le contara entre risas su atrevimiento—, pero tampoco debías convertirme en su enemigo. Fuiste muy lejos.

   —Él fue muy lejos con Gaara —fue la respuesta de ella, desafiante—. Subestima a esta generación. Me encantará ver su sorpresa cuando demostremos que podemos ser tan eficaces como los que tienen mil años.

   Lo que restaba de su tiempo lo dedicaba al entrenamiento. Practicaba esgrima con tres o cuatro espadachines a la vez, y combate cuerpo a cuerpo durante varias horas. Debido a la dureza de las técnicas secretas Hyūga, prefirió a que arribaran los primeros miembros de su familia, más preparados, para ponerlas a prueba. Cuestiones de resistencia y fuerza solía resolverlas sin compañía, e igual las naturalezas de su chakra, en una zona alejada y desierta.
   Aquel día el cansancio no lo aplastaba como otros, pero el choque de ejércitos que iniciaría a la mañana siguiente lo abrumaba, y la ceremonia había sido fatigosa.
   Se habían levantado gigantescas carpas de lona a orilla del mar para celebrar un banquete que fortaleciera los lazos de los shinobis antes de la guerra. La euforia de las tropas previa a la tragedia sólo rivalizaba con la cantidad de comida que se había servido. Comenzaron con buñuelos de maíz dulce y un pan de avena caliente con trocitos de dátil, manzana y naranja, y después de aquello los platos y las canciones estridentes se fueron sucediendo con asombrosa profusión, espoleados por una marea de vinos y sakes suaves. Hubo cangrejos cocidos con especias picantes, fuentes enteras de lonchas de vacuno guisadas en leche de almendras con zanahorias, garzas asadas, y brochetas de pollo frito tan calientes que no se podían tragar al primer mordisco. Sirvieron cuencos de sopa roja, cisnes rellenos de ostras, una mezcla de caldo de carne con licor endulzado con miel y salpicado de frutos secos y trocitos de salmón. De postre cocinaron nata de cerezas, un millar de dangos cubiertos con salsas, fuentes de caramelos de azúcar cristalizado, masas con figura de pez y arroz glutinoso de todos los colores y formas. Del inmenso monstruo de comida, él probó algunos trozos de una tortilla de cerdo, huevos y cebollas verdes, y un dumpling con pasta de castaña.
   Las personas en la fiesta eran más interesantes: allí había enviados de Tanigakure, de Yugakure, de Hoshigakure, de Takigakure, y de otras aldeas menores, como Shimogakure en el País Helado y Jōmae en el País de las Llaves. Ninjas de Kusa, Ame y la remota Kemuri también estaban presentes. Incluso habían acudido los terroristas de Ishi bajo el mando de su líder, originario de la Nación del Fuego, aunque todos los hombres decentes los despreciaban. Las excéntricas mujeres de Villa Nadeshiko y los habilidosos pueblerinos de Takumi, que les habían proveído armas, se encontraban de igual a igual con aquellos de las principales Aldeas Ocultas, en las que se centraba el equilibrio del poder mundial.
   Sangre noble y sangre corriente se mezclaron en el banquete; hasta los Kages debían demostrar humildad y apoyo a su ejército. Heichi no fue la excepción. Kengo, ANBU de Suna, le dio una palmada en la espalda como si fueran viejos compañeros de equipo; dos shinobis de Kumo le pusieron una botella en las manos. Bebió un trago de cortesía, se secó los labios y se dejó guiar para escuchar las charlas sobre las tácticas trazadas, las divisiones, los pre-enfrentamientos, y la esperanza de la Alianza. Respondió cada duda que le consultaron y repartió palabras estimulantes; eran promesas que no podía cumplir, pero los rostros de los más jóvenes e inexperimentados se iluminaban y los adultos quedaban satisfechos. Muchos de ellos eran gente de gran importancia: Jinsaku, un consejero de alto rango de Iwa; Sumihiko Baishō, cabeza de la Facción de Inteligencia de Taki; Norihei Kushida, hermano menor del gobernante de Kusa, el patriarca Zeniya Kurogasa, uno de los pilares económicos de Kiri... Zeniya le ofreció a una de sus hijas para que fuera su esposa.

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⏰ Última actualización: Feb 20, 2023 ⏰

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