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DESPERTÓ ALTERADO. El techo se anunció violentamente a sus ojos cuando los abrió con inquietud. Las aguas de los sueños se desenlazaron de la realidad a una velocidad impresionante, y se levantó en un salto que lo desequilibró. Pasó sus manos por su rostro, quitando algunos mechones de cabello que le hacían cosquillas, y caminó a trompicones hacia la entrada. Algunas sombras se difuminaban detrás de las puertas shoji; su chakra estaba alterado, sus formas inquietas y las palabras que compartían sonaban intranquilas. Al correr el par de fusumas, el aire fresco lo despaviló por completo.
—¿Qué está pasando?
Tetsu, ubicado en el costado lateral izquierdo, bajó la cabeza para mirarlo con sorpresa.
—Hyūga-sama, manténgase dentro.
—Son órdenes de su padre —afirmó Iroha del otro lado, con semblante serio.
Heichi los inspeccionó, aún sintiendo sus ojos cansados. Tetsu e Iroha, ambos miembros de su clan, a menudo se encargaban de su seguridad cuando salía del distrito. Sin embargo, se turnaban; nunca trabajaban al mismo tiempo, y el que lo estuvieron haciendo esa noche, actuando como custodios, levantaba sospechas. Sus espadas colgaban de su cintura y una mano descansaba sobre la empuñadura, impaciente. Era tarde en la madrugada. Un oscuro manto cubría el cielo despejado, permitiendo admirar sus bellos astros que titilaban sobre Konoha a la par de la Luna iluminaba con su frágil resplandor. En el distrito se oían voces duras, ladridos y órdenes, movimientos bruscos, golpes, pisadas; parecía haber entrado en un estado de emergencia repentino. El que esos dos estuvieran vigilando su descanso solo significaba una cosa: amenaza. ¿Pero de quién o qué? ¿Quién o qué era tan osado que se atrevía a irrumpir la tranquilidad del respetable Clan Hyūga? Esa terrible decisión terminaría en un final trágico para el alma rebelde. Miró a Tetsu, el jōnin más joven de los dos, y frunció el ceño.
—Quiero saber qué...
—¡Heichi!
Sus iris imperceptibles en sus piscinas blanco malva volvieron al frente ante el alarido. Una mujer corría por el sendero en su dirección. Tenía el cabello negro violáceo desordenado y las ropas de cama desarregladas, una mueca desesperada estaba plantada en su rostro y el tono de su tez lucía mucho más pálido que la blancura natural de su piel. En cuanto estuvo lo suficientemente cerca, la fémina se arrojó al suelo para estar a la altura del niño, golpeando sus rodillas contra la madera con rudeza y envolviendo sus brazos alrededor del torso del crío. Heichi dejó que su madre lo mantuviera contra su cuerpo menudo sin razón alguna, pero se mantuvo inmóvil. Encontró su mirada con la de sus cuidadores, que los observaban fijamente, más no hicieron ningún gesto. La respiración irregular de ella comenzó a hacerle cosquillas en la nuca, asi que decidió hablar.
