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Sus manos estaban empapadas con sangre

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Sus manos estaban empapadas con sangre.

Y todo se estaba quemando.

En medio del tumulto que formaban sus pensamientos, percibió los gritos de adultos, jóvenes y niños por igual. Al contraste con el fuego las siluetas de desconocidos se hicieron presente danzando de un lado a otro en una ruidosa persecución, la causa les afectaba sin discriminar y con ello el pueblo aterrado trataba de escapar aun sabiendo que correr y esconderse era solamente alargar lo inevitable. Una batalla que se dio por perdida desde mucho antes de saber que estaban en una...

Un dolor punzante, una risa y un rostro que a la fecha continúa atormentándole.

— Osito — le llama su madre. Pero él hace mucho que perdió el valor de formular sonido alguno.

¿Dijo algo después?

¿Qué hizo entonces?

Siente su mano acariciar su mejilla, era cálida, grande.

Evito mirarla, no quería arruinar esa última imagen que tenia de ella, no quería que su rostro se viera modificado y remplazado para quedarse con un rostro manchado de heridas y hollín, de ojos moribundos y un brillo vital en decadencia. Se apagaba, se estaba muriendo. Y él ya no podía hacer nada.

Se deshacía en llanto, su pecho punzaba y quería gritar, quería romper todo, quería defenderla, pero apenas y se mantenía en pie. Solo quería curarla, quería que siguiera viviendo.

— Mírame Rubén.

Pero simplemente no podía, era incapaz.

«Pídeme lo que sea, cualquier cosa esta bien. Pero por favor no me hagas dirigirte la mirada, no lo soportaría, déjame quedarme con tu imagen de siempre como recuerdo. Y así al pensar en ti veré a mi madre llena de vida, sonriéndome, regañándome, cuidando de mí. No quiero revivir esto, no quiero recordarte como un pobre cuerpo lleno de quemaduras».

Apretó su mano, acurruco su cabeza sobre su pecho débil y sucio, como cuando niño indefenso corría a su casa a refugiarse en sus brazos y ella le abrazaba, acariciaba su cabello y le hacía sentir a salvo.

— Tienes que irte.

Niega enseguida. Prefería consumirse en el fuego con ella a apartarse, estaba dispuesto, no iba a dejarla. Él mismo se había jurado que cuando el momento llegara él se encargaría de protegerla.

¿Pero qué podía hacer un niño de doce años? ¿Cómo podía defender a quien más le importaba si apenas podía defenderse así mismo? Tonto, débil y cobarde. Salió huyendo a la primera señal y al final fue su progenitora quien impidió su inminente final.

— Tienes que correr, corre todo lo que puedas en línea recta y no pares jamás. Debes vivir Rubén, mi osito. Escóndete en donde puedas y nunca dejes que te encuentre.

Stars-Rubegetta Donde viven las historias. Descúbrelo ahora