Capítulo 3 Los ojos del demonio

26 6 0
                                    

Salgo de la habitación cerrando la puerta tras de mí. Toda esta parte del club está insonorizada, así que no creo que mi nueva presa se entere de nada. Me dirijo hacia el despacho. Por fuera de él se encuentran los chicos.

-Muchachos, esta noche espero a un invitado muy especial y necesito un poco de intimidad. Igual que cuando tratamos con el paliducho de Brooklyn. Ya os avisaré.

Un hombre debe tener su lugar privado, las mujeres son muy curiosas y hay cosas que no deseo que vean. Tras las pantallas de las cámaras hay otro dormitorio, el mío, y es ahí hacia donde me dirijo. Me aseo y me cambio de ropa. Pantalones de cuero negro, botas altas con correas, fundas con las pistolas a la cadera y por último la gabardina negra. Al dejar el pecho al descubierto, y a pesar de la gabardina, se ve gran parte del tatuaje en forma de fénix negro con las alas extendidas.

Me encamino a la pista, que ya se encuentra vacía, el local hace poco que cerró, pero antes cojo una silla de una de las mesas contiguas al bar y la arrastro hasta el centro. La pongo al revés, me siento de cara a la puerta y espero.

-Joder –me quejo echando una bocanada de aire y haciendo un gesto con el brazo exasperado-. Encima que me quiere quitar la presa llega tarde el muy cabrón.

De pronto las puertas estallan hechas añicos. Nuada entra en el recinto portando una armadura llena de grabados y una espada de bronce envuelta por llamas azules. De los ojos casi parece que le saltan chispas por la furia.

-¡Hijo de la gran puta! –exclamo cabreado. Me levanto de la silla, la agarro del respaldo y la tiro lejos. Desenfundo las dos pistolas a la vez -. ¡Cabrón, me vas a pagar la puerta como sea! ¡Aunque sea lo último que hagas! –grito y empiezo a disparar.

Vuela rápidamente hasta a mí. Doy un gran salto hacia atrás y clava la espada en el suelo, destrozándolo, justo en el sitio donde me encontraba un segundo antes. En cuanto apoyo los pies en el suelo vuelvo a dispararle. Él esquiva mis balas sin dejar de acercarse, mirándome con los ojos entornados. Tan sólo una bala lo roza, pero sólo en la hombrera de la armadura. Sonríe, y yo sonrío a su vez, porque soy yo quien va a ganar.

Intenta cortarme en dos con un movimiento horizontal, pero salto hacia atrás de nuevo, llegando hasta la pared. Se acerca, y cuando cree que me tiene me doy la vuelta y corro por la pared. Lo dejo sorprendido y, en cuanto llego al techo sigo disparándole. Se acerca otra vez. Le esquivo en el último momento y él le da un tajo al techo.

-¡Pero joder! ¡Deja de cargarte cosas! –grito.

Corro por el techo un momento y luego me tiro hacia el suelo, cayendo de pie, sin dejar de dispararle. Se lanza en picado e intenta asestarme un golpe, y esta vez me alcanza. No me hiere, pero se carga mi gabardina.

-Ahora sí que me has cabreado –advierto despacio.

Avanzo lo más aprisa que puedo hasta él. Me ataca, pero lo esquivo dando un giro y quedo detrás de él, momento en que le pego un tiro en el hueco del hombro y otro en la corva izquierda, zonas que tiene sin proteger. La sangre mana de las heridas, manchando mi pista de baile. Me acerco hacia él por la espalda todo lo que puedo sin tocarle y presiono el cañón de una de las pistolas contra su cuello.

-Hoy sólo has perdido el orgullo y a la chica. Mañana me llevaré tu alma al abismo y, niño, no querrías ni imaginarte la de cosas que puedo hacer con ella.

La luz de un foco nos ilumina desde atrás, proyectando nuestra sombra contra el suelo. Despliego mis alas, sabiendo que él está viendo mi sombra.

-Volveré –promete, creyendo que la próxima vez tendrá más suerte.

-Más te vale, tienes que pagarme la gabardina.

En ese momento desaparece.

Miro alrededor. Está todo hecho un desastre. Maldito desgraciado... Llamo a los chicos para que se encarguen de todo y subo a ver a mi futura y devota admiradora. Abro la puerta y entro. Está acostada en la cama. Me acerco en silencio. Se ha quedado dormida de costado en una seductora pose, muy cerca del filo del colchón. Mantiene las piernas flexionadas, la espalda algo arqueada y las manos sobre la almohada justo delante de la cara. Apoyo con cuidado una mano tras su espalda, evitando las alas, las cuales no veo, pero sé que están ahí, para verla más de cerca. En verdad es hermosa.

La veo tumbada como a las otras, pero puede que sea la única persona que ha dormido en esta cama. Deseo desnudarla sin importar lo que ella opine. ¡Maldita sea Vinny! Siempre dejándote llevar por tus instintos. Sigues estropeando las cosas sin estar vivo, parece que jamás me desharé de ti. Mejor será darle tiempo, es hora de devolverla a su horrible realidad. Volverá a por mí, no puede evitarlo.

Se mueve en la cama y al contacto con mi brazo se despierta. Me mira asustada, no se lo esperaba.

No es lugar para hadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora