Capítulo 9 Teddy Bear

10 4 0
                                    


El tal Vincent la coge en brazos y la lleva hasta su enorme coche negro. La acomoda en el asiento trasero, donde me subo, y coloco la cabeza de Leo sobre mi regazo. No sé adonde me lleva, pero no pienso separarme de ella.

Nos adentramos en el Bussiness District. Entramos en un rascacielos y subimos hasta la última planta. Al salir del ascensor caigo en la cuenta de que realmente no nos hemos bajado en el último piso, sino en el penúltimo. Tengo que sujetar a Leo mientras este hombre levita y abre una especie de trampilla en el techo. Vuelve a por ella, la coge en brazos y entra. Poco después retorna, me agarra del brazo y sube, soltándome junto a la singular entrada. Acto seguido asegura la trampilla.

Miro a mi alrededor. Nos encontramos en un ático muy grande. El suelo es de parquet y la sala, lugar donde me encuentro, es muy espaciosa. La decoración es simple y sobria. Hay un televisor enorme, que debe de ser de lo último que ha salido a la venta, frente a un sofá de cuero blanco, que da la despalda a una inmensa terraza con piscina. A varios metros de distancia del televisor hay una escalera de caracol, la más amplia que he visto nunca, que va a dar a una planta superior.

-Me voy a comer. Si quieres algo pídelo –me ofrece. Niego con la cabeza. La verdad es que no tengo hambre, estoy demasiado cansado y angustiado.

Se mete en una habitación que se encuentra al fondo, a la izquierda del sofá, y le oigo abrir una lata y trastear en lo que debe de ser la cocina. No quiero sentarme sin permiso, y menos en casa de alguien tan peligroso. Termino por apoyarme en la pared.

-Apártate de las paredes, cuesta mucho dinero pintarlas como para que me las manches –me avisa de mal talante en cuanto sale-. Coge una silla o siéntate en el sofá, pero no subas los pies si no quieres que te tire por el balcón –me amedrento, porque sé perfectamente que es capaz de eso y más, pero no demasiado porque no pensaba hacer ninguna de esas cosas.

-¿Dónde está? –pregunto-. Quiero empezar cuanto antes.

-Está arriba, descansando. Necesita dormir bien, aunque sea una noche. No sé qué piensas hacer, ni cómo, pero te estaré vigilando –me amenaza.

Asiento y subo. Encuentro el dormitorio y entro. Es amplio. Sobre la moderna cama de matrimonio, que es lo primero que veo al entrar y mirar a la derecha, hay una foto enorme de la ciudad de noche. A la izquierda de la cama hay una gran ventana y, a la derecha de la misma, una librería que ocupa toda la pared, hasta la puerta. Miro hacia izquierda y veo un vestidor bastante amplio. Junto a su entrada hay un escritorio con un portátil y, al otro lado de éste, una puerta. Deduzco que será la del baño.

Leonor está acostada en la cama. Cojo la silla del escritorio y me siento junto a ella. Tomo su mano entre las mías unos instantes. Luego llevo la palma de su mano hasta mi mejilla. Está fría. Me preocupo aún más si cabe.

-Leonor... -susurro, pero no me oye. Las lágrimas ruedan lentamente por mis mejillas. No hago nada por detenerlas-. Sé que no te gustaría verme llorar. Sé que no te gustan los chicos que lloran, pero déjame hacerlo una última vez y te prometo que me convertiré en alguien digno de ti.

Entiendo porque le gusta él. Es alto, guapo, fuerte, carismático... ¿Pero no podía haber sido alguien menos peligroso? Ese hombre no le conviene, pero también es cierto que cualquier otro no hubiese ido, no hubiese podido salvarla. Supongo que las personas especiales se atraen las unas a las otras...

Las lágrimas siguen brotando un poco más. Las ignoro, a pesar del dolor que siento. Acaricio sus ásperas alas. Parece como si estuviesen hechas con cortezas de árbol. Nada que ver con aquella vez en que se las acaricie un día que se quedó dormida a mi lado. Eran como las de una libélula, o eso imagino, aunque más fuertes y flexibles a un tiempo.

No es lugar para hadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora