Tsukishima Kei estaba en su segundo año en la universidad, vivía solo en un pequeño departamento que quedaba algo alejado de su facultad.
La rutina no cambiaba y no debía cambiar; Kei siempre creyó que su rutina era lo que le daba buena suerte a sus días, y por supuesto, algo que saliera de la rutina arruinaba todo su día. Su rutina no ha cambiado desde que tenía trece años.
Su rutina siempre fue algo complicada y cada acción tenía su propio tiempo estimado; a las siete de la mañana debía levantarse con el pie derecho, a las siete cinco debería estar en la ducha y quitándose la ropa de arriba hacia bajo; el baño podía demorar el tiempo que quisiera porque la ducha era lo mejor de la mañana, luego antes de salir debía secar su cabello y vestirse de abajo hacia arriba, tomar un café cargado con una cucharada de azúcar que debía ser acompañado con una tostada; salir a las ocho de la casa pero debía dejar todo limpio antes de irse. Y por último contar los escalones de las escaleras, siempre el primer escalón debía ser pisado por el pie derecho.
Esa era la rutina de Kei cada mañana y no podía estar más que feliz con eso, no podía y mucho menos debía cambiarla. Como sus tiempos estaban contados siempre llegaba a tiempo a sus clases y sentía que nada malo sucedería por el resto del día.
Kei realmente no creía en la mala suerte, pero hacia todo por el simple hecho de que podía cometer cualquier error o que las cosas no salieran como él lo tenía planeado, y para él, la rutina si hacia efecto durante todo el día.
Pero en aquella semana de receso en esa noche donde el cielo estaba enojado y triste, el olor a tierra mojada y los truenos sonando a lo lejos; Kei tiene un presentimiento que iba creciendo en su pecho, no sabía si eso es algo positivo o negativo pero pide a todos los dioses que sea algo bueno en su vida.
Cuando despierta de un dulce sueño donde las betónicas decoran un prado extenso en un día soleado y puede verse a sí mismo completamente relajado durmiendo sobre el pasto; Kei sabe que tendrá un buen día, pero el destino no pensaba lo mismo.
Al abrir sus ojos solo puede ver manchas algo borrosas por eso lo primero que hace es sacar su brazo de la calidez que le brindan las mantas para buscar entre la oscuridad sus anteojos de marco negro. Siente el cuerpo más pesado de lo normal, ¿Por el ejercicio? No recuerda haber ejercitado, o solo fue aquella mañana donde el autobús, para su sorpresa, había pasado uso minutos antes de horario habitual ¿O por el montón de mantas con las que duerme? Hacía demasiado frío y era inevitable no querer dormir con un montón de mantas que lo cubrían del frío que había en el ambiente.
Una vez que los lentes están en su posición, se levanta con cuidado para poder abrir las cortinas y además que no quería hacer la cama, simplemente estirar las mantas y que se vea liso y ordenado. El reloj marcaba las ocho con quince de la mañana y aún seguía lloviendo, cuando los ojos de Tsukishima enfocaron el piso pudo ver un montón de plumas blancas casi como si dos pájaros hubieran estado peleando, la ventana estaba cerrada y asegurada era imposible que se hubiera abierto y cerrado por arte de magia, tampoco tenía alguna prenda de ropa con relleno de plumas.
Kei simplemente lo ignoro porque su estómago rugía por algo de alimento, después de comer vería que había sucedido, un par de tostadas y su café. Comió en la sala viendo un poco las noticias, una vez terminó, caminó nuevamente para acostarse en su cama, pero al fin comprendió como habían llego esas plumas hasta su piso, no había nada más que una persona en su cama.
El desconocido se veía bastante joven, tenía el cabello verde y se podía notar algunas pecas por su cuerpo, la ropa que estaba ocupando no era la adecuada para los días de invierno; en su espalda sobresalían dos grandes alas de un bonito níveo.
— ¡Oye! — llamaba Kei al extraño desde el umbral de la puerta.
¿Qué hace un extraño en su cama? No lo sabe y le aterra.
Lo llamó por un buen rato hasta que se cansó y decidió sacar el arma secreta, la misma que utilizaba cuando su hermano mayor no quería levantarse por las mañanas, un vaso con agua fría y por precaución, la escoba.
— ¡Oye! Despierta.
Y sin esperar alguna reacción, Kei derrama el agua sobre la cabeza del chico.
El muchacho se levanta de prisa sorprendido y completamente asustado. Kei solo miraba la ropa de verano que llevaba y las alas, ¿Qué clase de loco era? ¿Cómo había entrado a su casa?
El primero en hablar fue el pecoso.
— ¡Mucho gusto, Tsukki! — dijo bastante enérgico y se levantó rápidamente sobre la cama, dejando al peli verde más alto. — Mi nombre es Yamaguchi Tadashi.
Kei lo bajo de la cama y lo miró algo molesto, ¿Quién se creía que era para entrar a su casa y hablarle con tanta familiaridad? ¿Tsukki? que apodo más tonto.
¿Cómo sabía su nombre? No quería saber el cómo, solo quería echarlo a escobazos de su casa y tener una mañana de lo más normal y tranquila.
Tsukishima por un momento sintió que su rutina de años se fue al carajo con la llegada del peli verde. O simplemente era un mal sueño y que no tardaría en despertar para comenzar con su típica rutina.
— Y soy tu ángel guardián. — comentó alegre el más bajo, mientras saltaba en la cama.
Definitivamente era un loco y Kei estaba listo para golpearlo con el mango de la escoba, sentía completa lastima, no por el chico sino por el objeto porque de seguro quedaría deforme después de las golpizas que le daría al pecoso.
Pero primero debía piñizcar su brazo para saber si era todo un sueño o no, mientras miraba en silencio como el otro seguía saltando en su cama, piñizcó con fuera su pobre brazo derecho, lamentablemente el dolor era real y además de tener a un loco saltando sobre su coma debía soportar el dolor del brazo y de su cabeza, ya se estaba estresando.
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BETÓNICA: Sorpresa.
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¡Nueva historia!
Trataré de publicar seguido pero todo depende de que la inspiración no desaparezca.
Perdón por las faltas de ortografía.
Nos leemos en el próximo capítulo.