IV.

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Llegaron al motel pasadas las doce de la noche. Amie se derrumbó sobre la cama. Chibs, en cambio, salió con un cigarro sobre los labios a la puerta, y allí recapacitó la mejor escapatoria. Pero algo le decía que no podías alejarte del club. Tenía algo que siempre te obligaba a volver, en contra de tu voluntad.

Wendy.

Esa estúpida drogadicta. Tuvo un hijo con Jackson Teller. Abel Teller. El padre la separó del pequeño, al menos hasta su desintoxicación. Se alejó unos meses del club, consiguiendo la tranquilidad que su cuerpo requería para apartarse de las drogas. Y acabó volviendo.

Unos meses después, recayó.

Pero cuando al fin superó todo aquello que antes podía con ella, y regresó a Charming fingiendo no ser la madre de Abel, pero cuidándole como tal, ya no pudo irse de nuevo. Allí estaba todo lo que quería. Todo pertenecía al club y tenía relación con él.

Tara.

Cambió el rumbo de su vida cuando consideró que se estaba yendo por el camino incorrecto. La doctora Knowles abandonó la ciudad en busca de una pizca de esperanza, que apareció al conocer a su futuro marido. Acabó huyendo de él cuando se convirtió en un acosador, y dónde mejor podría refugiarse que en Charming, en Jax.

Si acaso no hubiese acabado en los brazos de su amor adolescente, aún así se habría mantenido en aquella ciudad, aunque tal vez su suerte habría sido diferente.

Jackson no la dejó escapar, y ella no quiso alejarse de él. Así es como acabó su historia, siendo la chica del Presidente de los Hijos.

Bobby.

El club se iba a la mierda, y él no quería seguir formando parte de los Hijos de la Anarquía de California. Cambió su cuero por el de un Nómada y durante unos meses, tan solo mantuvo el contacto con su hogar para negocios. Pero no pudo negar que el nuevo parche que vestía ardía cada segundo y le quemaba la piel, tanto al cuero como a él.

Aquel no era su sitio, y él lo sabía. Siempre había pertenecido a lo que él prefería llamar hogar, familia, su vida al fin y al cabo. Nunca dio un paso en falso, jamás falló al club. Hasta el último segundo de su vida se lo regaló al club.

Opie.

Cinco años perdidos en la cárcel al darlo todo por el club, sin pararse a pensar siquiera que tenía una esposa y dos hijos que le esperaban en el sofá de casa como todas las noches, con el miedo en el cuerpo de que, tal vez, esa vez no regresase.

Y tras esos cinco años y las suplicas de Donna le convencieron para apartarse del club, aunque nunca se alejó del todo. No vestir el cuero, no significa que el tatuaje que llevas en la espalda acabe también en el fondo del armario cogiendo polvo.

Tal vez fueron las suplicas de su mejor amigo las que le obligaron a recuperar la chaqueta que tanto había echado de menos.

Perdió a la persona que más quería en el mundo, perdió el rumbo, se perdió a sí mismo, por vivir por y para club.

Jackson.

Tal vez quien más idas y venidas tuvo. Los manuscritos de John Teller, las comidas de cabeza de Clay y Gemma, o las noches en vela hablando con Tara sobre el tema, no le resultaban de mucha ayuda. Tan solo lo veía todo negro, y aquella pequeña estrella que parecía iluminarlo todo se iba apagando poco a poco. Daba igual que se olvidase del club o que se convirtiese en el Presidente. No veía salida. Ya estaba perdido nada más salir del vientre de su madre. Al igual que lo estaba Abel. Quiso evitarlo, llevarle por el buen camino y que no se encontrase con sus huellas por el camino, que dejase unas nuevas y su hermano Thomas pudiese seguirlas con orgullo. Pero no lo consiguió. Jackson Teller perdió todo lo que quería por el club, al igual que Abel.

Todos esos pensamientos se cruzaron por su cabeza en tan solo milésimas de segundo, recordándole los rostros que habían caído en el olvido de los más jóvenes.

“Al final, acabas amando al club”

Su cabeza no dejaba de repetirle una y otra vez aquella frase. Quizá fuese verdad, pero debía, al menos, intentarlo.

Entró en la habitación tras darle la última calada al cigarro, dejarlo caer, y pisotearlo. Allí seguía Amie, tirada en la cama con la mirada fija en el techo. Si pudiese parar la escena, juraría que estaba muerta. Por su palidez, su expresión indiferente y su mirada perdida. Pero comprobó que su pecho seguía moviéndose. Arriba, abajo.

Se sentó junto a ella y recapacitó la forma de escapar de las garras del club. No mandarla a otro estado, quizá hacerla viajar a otro continente cruzando el océano... Suponía una distancia considerable. Reino Unido sería un buen destino.  Lo malo era dejarla allí sola, con un dinero mínimo, sin estudios ni trabajo. Pero él no podía abandonar Charming, porque sabía que acabaría volviendo a Charming, a su hogar. Con Althea y el club. Cuando se quiso girar para preguntar a su hija qué ideas tenían en mente, ella ya estaba profundamente dormida en la misma posición. La arropó y la dejó descansar, mientras él salió a decidir qué era lo mejor para ella, para Althea y él, y para Abel.

La discusión que las cuatro paredes de la cabaña presenciaron podrían haberse escuchado en los alrededores por otra gente y haber acabado en oídos de los “fugitivos”, si no hubiese sido porque alrededor de la casa lo único que había era bosque, carretera, y más bosque. Abel recogió la manta que descansaba sobre Althea, la cargó en brazos, y la dejó en la cama de su habitación, durmiendo plácidamente. Recapacitaron la idea de encontrar a Amie y traerla de vuelta, y no la llevó la contraria ni una sola vez en toda la conversación, pero su cabeza se negaba a aceptar aquello.

No podía obligar a una persona a volver al lugar donde más sufría. Jamás le haría eso a ella. Nunca querría que viviese en una mentira para satisfacerle a él y a su madre, para que pudiesen seguir con sus vidas tranquilamente mientras ella seguía como si nada viendo cada ilegalidad del club y teniendo que pasarla e incubrirla. Porque la quería, y dicen que las cosas que quieres, las dejas ir, porque si de verdad merecen estar a tu lado, volverán, tarde o temprano.

Aunque el club, en cambio, te hacía volver. Te dejaba escapar, porque sabía que siempre regresarías a donde lo tienes todo y siempre lo acabas perdiendo.

Porque, al final, acabas amando al club.

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