VI.

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Salió de la capilla sin decir nada, tan solo dando un golpe en la mesa que declaraba que la reunión había terminado. Ningún miembro del club se atrevió a frenarle, o a preguntarle siquiera algo. Excepto el novato, Pierd.

-Controla tu vida antes que el club si no quieres estrellarte. Hay cuestiones primarias y otras secundarias.

Fueron sus únicas palabras. Las soltó al pasar al lado del Presidente, sin mirarle, como si se las dijera a sí mismo, lo que provocó que nadie más le oyera. Abel se quedó parado un momento, pensativo. Pero no encontraba salida para tanto caos, así que cogió el camino fácil y se sentó en un taburete, suspirando, cansado, agotado, y perdido.

-Me da igual que no quieras entenderlo o que vayas a ignorarme. Pero chico, Amie es quien te mantiene con los pies en la tierra. Sé que lo sabes, pero no sabes relacionarlo con tu propia vida. En cuanto Jax perdió a Tara, tiró todo por la borda.

En la mente de Lyla, Opie tenía más voz. Al morir Donna, pudo percibir desde un segundo plano cómo la vida para él había perdido sentido. Se atrevía a hacer cosas por el club que ni Jax ni Tig se replanteaban. Y al llegar ella, pareció volver a su cauce, a pensar antes de hablar o actuar. Si Abel no tenía a Amie, el club no tenía a su Presidente.

Abel mostró cierto desinterés por las palabras de Lyla, pero ella se percató al poco de que les estaba dando vueltas en su cabeza, al igual que hacía con la copa que le acababa de servir. Eso la dejó, por así decirlo, más tranquila, sabiendo que estaba recapacitando.

* * *

Chibs dejó en otro motel a Amie después de haber estado en la ciudad más cercana negociando el alquiler de un pequeño apartamento que podría servirle hasta que encontrase un trabajo y así poder buscarse un lugar mejor. Ya lo tenían todo hablado, y al día siguiente podría instalarse allí, pero tenía que pasar otra noche más en un motel.

A la tercera fue la vencida y consiguió arrancar la moto. Según Chibs recorría el camino de vuelta a casa, a Charming, recapacitaba todo lo ocurrido esos días. Le calmaba el saber que nadie podría imaginar el paradero de su hija, que la había dejado dinero suficiente para que se mantuviese por un mes como mínimo, y que Abel estaba a un buen puñado de kilómetros del motel. Ahora tendría que enfrentarse a Althea, que seguramente estaría de parte de Abel. Ella no se lo había dicho, ni jamás lo haría, pero él tenía claro que Althea no iba a estar dispuesta a que su hija se alejase de la familia de nuevo, mucho después de la discusión que tuvieron cuando Amie dejó por primera vez Charming.

Llegó cuando ya había anochecido. Las luces de la cabaña estaban apagadas, pero sin duda, Althea estaba despierta. Y así lo pudo comprobar Chibs cuando al abrir la puerta y encender la luz de la sala de estar, se encontró con su esposa tumbada en el sofá, boca arriba, con las manos posadas sobre su vientre. Cualquiera podría haber asegurado que estaba muerta por la palidez que había tomado su piel, y el estado en el que estaba.

-¿Dónde está Amie? -dijo ella sin abrir los ojos-.

-Lejos de aquí, como debe ser.

Chibs tiró la chaqueta en uno de los sillones y se sentó en el que estaba enfrente. Cogió de la mesa la lectura que Abel hubo interrumpido el día anterior y tras ponerse las gafas, prosiguió leyendo. Como si nada hubiese ocurrido en las horas que separaban un momento de otro, como si todo volviese a la normalidad.

-¿Dónde está mi hija? -volvió a preguntar Althea, esta vez abriendo los ojos para mirarle.

Su esposo se bajó las gafas y la miró a los ojos, como si se estuviese replanteando el darle un mínimo de información y hacer la situación aún más divertida. Pero no estaba ante un chiste o una broma, esa etapa acabó cuando dejó el club.

-No me acuerdo. La edad está comenzando a afectarme. -se recolocó las gafas y retomó su lectura a la vez que Althea se levantaba y se dirigía a la habitación.

-Un día de estos se me va a olvidar que eres mi marido.

* * *

Abel se subió a la moto y arrancó a pesar de los intentos fallidos de Lyla porque no condujese en ese estado. La apartó zarandeando el brazo que ella sujetaba y cuando ya tenía ambas manos en la moto y estaba dispuesto a irse a casa, los focos de un coche le cegaron. Lyla se quedó muda al reconocer el coche, y a Abel le costó un poco más ver a su madre al volante.

I got this.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora