II.

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No dudó en apretar el gatillo e incrustar la bala en el cráneo de Edd, la cual le atravesó y cayó al lado contrario de donde Abel estaba colocado. Pasó por encima del cuerpo ya sin vida y se agachó para coger la bala, que inspeccionó minuciosamente justo antes de devolverla al hueco que había quedado en el cráneo del, hasta hace nada, miembro del club.

—Oh, vaya. Parece que se te ha caído un tornillo. Creo que deberías habernos consultado ayuda a nosotros antes que a los negros. —pasó por encima de él por segunda vez, con una expresión en el rostro en la que contenía toda la furia almacenada, tal vez, durante todos esos meses en los que llevaba cosido en su cuero el parche en el que se podía leer claramente “PRESIDENT”.

Antes de poder siquiera darse cuenta, ya estaba subido a su Harley -la de su padre-, conduciendo en dirección a la cabaña. Abrió la puerta sin llamar siquiera y, como siempre, se encontró a Chibs leyendo algún que otro libro basado en su, ahora, extremo catolicismo, mientras Althea seguía intentando redecorar la sala de alguna u otra forma.

—Lo has hecho. Lo huelo. Maldito imbécil. —Chibs habló sin ni siquiera alzar la vista del libro, y ella, al oír aquellas palabras, le tiró un trapo a la cara, acompañado de un “Maldito sea el día en que decidiste hacerle caso a esos libros”. Él le sacó la lengua, con una sonrisa que le delataba. encantaba hacerla rabiar, picarla y enfadarla un poco para ver de nuevo en ella aquel joven rostro en el que Althea hacía de policía mala y Chibs de criminal bueno, quienes al final del día acababan bajo las misma sábanas, siendo uno sólo.

—¿Que he hecho el qué? —alzó las cejas sin saber a qué se refería y, sin permiso alguno, se sentó junto a él quitándole el libro de las manos para inspeccionarlo.

—Ni se te ocurra sentarte en el mismo sofá que yo. Ni siquiera entres de nuevo si vienes así. —se bajó las gafas, sonteniéndolas sobre la punta de la nariz, y bajó la vista a las ensangrentadas zapatillas de Abel— Y mucho menos te atrevas a quitarme un libro. —le arrebató el tomo de las manos y se recolocó las gafas prosiguiendo su lectura—.

Bajó la vista y comprobó que llevaba las punteras manchadas de sangre. Le miró de lado con la excusa perfecta para eso.

—Era un traidor.

—Haberle expulsado del club.

—No habría conseguido nada.

—Habrías conseguido un traidor fuera del club. —Chibs seguía con la mirada fija en el libro, leyendo como estaba haciendo antes de que él llegase.

—Podría haber hablado.

—Oh dios santo. ¡Por la virgen, Abel! ¿Qué iba a decir un traidor de este club? ¡Si esto hubiese pasado en mi época, normal que le matases! —aquella última palabra casi se quebró cuando salió de su boca al recordar a Juice. Claro que Juice fue un traidor. Pero el cariño no se esfuma de un día para otro como si fuese una pegatina de usar y tirar. Ni de unos años para otros— No hagas tonterías, niño.

—Delató la votación de la mesa. Les dijo a los negros quiénes y cuántos íbamos a ir al encuentro. Con cuántas armas. Quién era el más débil y el que más estragos dejaría en el club. En mí. El que se daría por vencido ante una bala perdida. Entregó a Tig antes de que yo diese un estúpido paso —su voz estaba llena de furia. De impotencia ante la situación. No haber podido salvar al viejo Tig... Negó con la cabeza y se levantó derrotado—. Pero veo que sigues siendo tan cabezota como siempre.

Chibs cerró el libro, encajando el marcapáginas entre las dos hojas en las que se encontraba y lo dejó en la mesita de centro de la sala. Sobre él, dejó las gafas, con manos temblorosas de un buen criminal que llevaba muchos años en esa vida de decisiones y pérdidas.

—No hagas tonterías, niño. No quieras convertirte en lo que odias. —le miró con ojos cansados de tanto sufrimiento. De tanta muerte. Ojos de haber estado llorando las noches anteriores por un hermano más que caía antes que él. Althea miraba de reojo a su marido sabiendo más sobre la expresión de Chibs que lo que sabía Abel—. El instinto es malo. No te dejes guiar por él. Es como aquellas chicas que teníamos en Diosa. Te hipnotizaban con esos pechos y acababas con ellas en la misma cama. Y a las horas te dabas cuenta de que te pedían no sé cuántos dolares, medio pulmón y el riñón derecho. ¡Anda que no ganabamos dinero gracias a ellas! —soltó una risotada que a Althea no pareció hacerle ninguna gracia, ya que se volvió a seguir con lo que estaba haciendo—.

—No me ha guiado el instinto. Fue la justicia.

—La justicia soy yo. Y la justicia dice que tenías que haberlo echado del club tras haberle borrado los tatuajes —le miró impasible a los ojos como si de verdad, quien hablase fuese la justicia y no él— El instinto te ha sacado de casa, te ha hecho cargar esa pistola, apuntar y apretar el gatillo contra alguien. Si lo hubieses pensado, jamás lo habrías hecho.

Abel agachó la cabeza. Oh, claro que Chibs llevaba razón -simpre lo hacía-, pero no iba a hablar de nuevo para que el católico “cura” le saltase con otra cosa y perdiese la dignidad por completo.

—Es tu primer asesinato. ¿Verdad chico? —Chibs le miró con una amarga sonrisa que provocó que las cicatrices que tenía en ambas comisuras de la boca, se deformasen hasta parecer simplemente otras arrugas de su ya anciano rostro.

Seguía sin poder hablar, cuando se dio cuenta de que en verdad, lo era. Había matado a alguien. Oh, por dios... ¿Qué acababa de hacer?

—Chico, esto es como el sexo. Una vez que empiezas, no puedes parar —el viejo dio la conversación por terminada al colocarse las gafas y retomar su lectura—.

Arrancó la Harley y a 150 por hora, se dirigió al club. Su mente se centró en la carretera y su cuerpo en la moto. Parecía desvanecerse por completo de toda culpa o cargo, hasta que llegó al taller -el cual reconstruyeron hace un par de años, tras la explosión en la que le contaron, casi muere-, donde habían trasladado la mesa de los Hijos de la Anarquía.

Entró en el taller saludando al novato, Pierd, quien le comentó que Marks y Tom seguían con Edd, deshaciéndose de su cuerpo. Pidió un trago de whisky a Lyla, sobre la que decían no había pasado el tiempo. Se sentó en un taburete y perdió la vista en el líquido, hasta que la voz de Amie le perturbó.

—Qué has hecho —dijo tan bajo que sólo él pudo escucharlo. Cuando se giró, la vio con la mirada fija en sus zapatillas salpicadas de sangre y con lágrimas recorriendo sus mejillas.

—Déjame que te expli...—antes de poder terminar siquiera la palabra, Amie ya le había metido un guantazo de los que te duele hasta el alma. Todos los presentes tenían la atención puesta en ellos, pero desde unas distancias considerables, excepto Lyla que seguía al otro lado de la barra.

—¡¿Qué has hecho, pedazo de imbécil?! —antes de que le pudiese contestar, salió a grandes zancadas del local, con la cara empapada en lágrimas y la furia reflejada en su rostro.

Abel intentó alcanzarla, tomándola del brazo, pero antes de que siquiera le rozase, ella ya había adivinado sus intenciones y apartó el brazo huyendo del lugar. Huyendo de él.

Y no volvió a verla en lo que le restó de vida.

I got this.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora