I.

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Despertó cuando los primeros rayos de sol se empezaban a colar entre las rendijas de la persiana, perturbando su sueño. Murmuró maldiciendo tal hecho frotándose los ojos con una mano, cuando sintió que algo le impedía mover el otro brazo. Miró de lado, con un ojo cerrado y el otro entreabierto, cómo una cabeza en la que abundaban ondulados mechones castaños descansaba sobre su pecho, como si no se percatase del sol que iluminaba su delineado rostro. Sonrió al ver a Amie plácidamente dormida en sus brazos con una ligera sonrisa de lado caracterísica de ella, recuperando fuerzas después de la ajetreada noche que habían pasado juntos. Notó cómo la chica se revolvió un poco, remoloneando y resistiéndose a despertar, se zafó de sus brazos para dar media vuelta en la cama y seguir durmiendo como si nada. Él se levantó con cuidado de la cama y la arropó con un gesto cariñoso, dejando una dulce caricia en su mejilla que ella correspondió arrugando la nariz. Antes de salir de la habitación, se giró y, apoyado en el marco de la puerta, comprobó cómo ya se había deshecho del edredón y estaba desparramada sobre el colchón, abrazada a la almohada, como cada mañana en la que había despertado a su lado.

Se quitó el bóxer, única prenda que llevaba encima, y después de contemplarse frente al espejo durante unos segundos, se metió bajo el chorro de agua fría que caía en el plato de la ducha, tensando todos los músculos de su cuerpo al sentirla recorrer su cuerpo casi como una tortura. Echó la cabeza hacia atrás y dejó que los pensamientos de los que había conseguido librarse aquella noche -gracias a la compañía de Amie-, volvieran a su cabeza para martirizarle de nuevo, recordarle su error una y otra vez: "Tú tienes la culpa. Eres igual que tu padre. Igual que tu abuelo. Acabarás como ellos. Suicidándote porque todo esto caerá sobre tus hombros y no serás capaz de soportar tal peso". Apagó el agua, apoyó la cabeza en la pared, y sumido en sus pensamientos, comenzó a llorar en silencio.

El día anterior asistió al funeral del primer hombre que murió en el club desde que él presidía la mesa. Tig. El idiota de Tig. Después de que Diosa cayese en picado tras el demoronamiento de la mesa de los Mayas, y por la aparición de "el nuevo Pope" -o así era como querían llamarle los veteranos-, SAMCRO cayó en la trampa de los negros. Por segunda vez.

-Es una simple reunión -le había dicho "el nuevo Pope", intentando concertar una cita con los Hijos por teléfono- Simplemente queremos limar asperezas del pasado. Ya sabes, mi padre, el tuyo... Sabemos que no queréis una relación con nosotros. Ahora sois legales, cosa que admiro hayáis conseguido después de que tu padre lo hubiese intentado durante tanto tiempo... -una risa tal vez perversa, con un sarcástico y divertido, surgió del móvil- Y aún así fracasase. A lo que iba. Queremos compraros el local de Diosa y el almacén ese... ¿Cómo era? Sí, donde grababais el porno... Lo que sea. Nos nos vendría mal ganar el terreno de alrededores y convertirlo en un centro comercial.

A lo que él, tras la elección de la mesa y sólo por un voto de ventaja -el suyo-, accedió. Y cuando llegaron, se encontraron con diez hombres apuntándoles y a Pope, quien sonriendo, apuntó:

-Uno. Ya sabes de sobre por qué. Échale la culpa a tu padre. Uno y no volveréis a vernos nunca.

Jamás podría haberse decidido por alguno. Nunca habría sacrificado a ninguno de sus hombres por el club. Si hubiese hecho falta, se habría entregado él mismo, pero fue demasiad tarde cuando el viejo Tig dio un paso adelante, con un tembloroso "Adelante", y ya tenía cinco balas mortales incrustadas en el pecho. El mismo que hacía unas horas, en la mesa, había dicho textualmente: "Iré. Y no vas a ser quién para impedírmelo. Llevo el doble que tú vistiendo este cuero. Quiero saber si de verdad ese tipo se merece tal apodo", ahora caía, muerto, delante de sus incrédulos ojos.

Salió del baño con una toalla enrollada en la cintura, después de haberse secado las lágrimas. Vio a Amie preparando algo en la sartén, con los cascos puestos y bailoteando de un lado a otro de la encimera. Se quedó admirándola un rato desde el marco de la puerta, sin expresión alguna. Sabía de sobra que ella estaba tan mal como él, pero cada uno tenía su propia forma de alejarse de la realidad. Unos con música. Otros con una ducha de agua fría -o eso creyó él al principio-.

Se acercó a ella por detrás apoyando con delicadeza las manos en su cintura, por lo que ella dio un respingo hasta percatarse de que era él. Se quitó los cascos y siguió preparando el desayuno.

-Buenos días, bella durmiente -ella ladeó un poco la cabeza al sentir sus labios recorrer cada resquicio de su cuello y cerró los ojos unos instantes- Hmm... Tortitas. Me encanta que me trates como a un rey. -él sonrió en su cuello, disfrutando su aroma, hasta que las palabras que comenzaron a salir de su boca le trajeron de vuelta a la realidad-.

-Llevas dos días sin comer. Desde... Ya sabes. Vienen tiempos duros, no puedes echar todo a un lado como si nada hubiese pasado. Algunos en esa mesa han visto muchas muertes pasar por delante de sus ojos. Para otros, en cambio, ha sido la primera. Como para ti. Necesitan a alguien que les guíe. Alguien que les diga cómo reaccionar y actuar ante lo ocurrido. Te necesitan, Abel.

Se separó de ella, desayunó en completo silencio, y recapacitó cada palabra como si hubiese sido su padre el que las hubiese pronunciado, y no Amie.

I got this.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora