PRÓLOGO

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LAS HERMANAS
PERVERSAS

UNA HISTORIA DE
TRES BRUJAS

PRÓLOGO

Mis madres, Lucinda, Ruby y Martha, son extrañas por definición. También sin hermanas. Hermanas trillizas idénticas, para ser preciosa.

Desde hace años se han dicho muchas cosas sobre su apariencia. Maléfica, el Hada Oscura, pensaba que eran las criaturas más encantadoras que había visto en su vida. Otros las han comparado como muñecas rotas, abandonadas bajo la lluvia y el viento, desvencijadas y deslucidas. El comentario más atinado lo hizo la gran y terrible bruja del mar, Úrsula. Dijo que la belleza de las hermanas perversas era tan desproporcionada que las volvia grotescamente atractivas.

A mi siempre me parecieron bellas, incluso con sus manías. Incluso cuando me hacían enojar. Incluso ahora, decepcionada y con el corazón roto, sabiendo lo crueles, destructivas y repugnantes que son en realidad. Las quiero igual.

Leyendo los diarios de mis madres,
Blanca Nieves y yo hemos descubierto que no hay bruja más poderosa que ellas. Salvo una. Yo.

Si conoces la historia de las hermanas perversas, entonces sabrás que hace mucho tiempo tuvieron una hermana llamada Circe que murió trágicamente cuando el País de las hadas fue destruido en un arrebato de ira por el Hada Oscura, Maléfica, el día que cumplió dieciséis años. Sin embargo, hay un secreto que no le contaron a Maléfica: Lucinda, Ruby y Martha estaban desesperadas por revivir a su hermanita que renunciaron a lo mejor de ellas para crear una nueva Circe. Un reemplazo para la hermana que habían perdido.

Yo.

Ya no era su hermana, sino más bien su hija, una hija creada gracias a la magia y al amor. Mis madres harían cualquier cosa para protegerme y lo han hecho, sin dudarlo, desde siempre. Han sembrado el caos y el desorden, han destruido todo y a todos los que se les han cruzado en el camino con tal de protegerme.
A mí, su Circe.

Toda la vida creí que eran mis hermanas, y que estaban ahí para protegerme y cuidarme hasta de las amenazas más pequeñas. Siempre pensé que eran hermanas mayores cariñosas y protectoras, obligadas a criarme como su hija porque algo terrible les había ocurrido a nuestros padres, algo tan terrible que no me lo podían revelar. Cuando crecí, Lucinda, Ruby y Martha no me querían contar nada sobre nuestros padres.

Decían que me estaban protegiendo de la verdad. Pero la verdad era que ellas eran mis madres.

Crecer con madres así de sobreprotectoras fue todo un reto. Pero su amor incondicional y sus ganas de compartime sus secretos mágicos me hicieron florecer como hechicera. Desde muy pequeña fui capaz de hacer magia que brujas más grandes que yo no podían, y mis madres siempre me decían que mis dones les parecían incluso mucho más poderosos que los de ellas. Conforme fui creciendo me di cuenta de que quizá tenían razón. A cada rato me sorprendía mi habilidad para realizar hechizos y para hacer magia casi sin esfuerzo. El problema es que nunca se me ocurre a mi. La mayoría de las veces es alguien más quien me da la idea de usar magia, o quien me hace notar que acabo de realizar una hazaña mágica sin darme cuenta. Mis madres siempre han estado ahí para recordarmelo y protegerme de cualquier daño.

No fue sino hasta que ya era un poco más grande y me enamore del Príncipe Bestia que la sobreprotección de mis madres de volvió vengativa y brutal. El príncipe me rompió el corazón y mis madres, bueno, querían destruirlo por eso.

𝐋𝐚𝐬 𝐡𝐞𝐫𝐦𝐚𝐧𝐚𝐬 𝐩𝐞𝐫𝐯𝐞𝐫𝐬𝐚𝐬Donde viven las historias. Descúbrelo ahora