1

14 5 0
                                    

Le habían enseñado un truquito para comenzar, hablar siempre era complicado, pero debido a éste había logrado sacar fuera buena parte de la mierda. Se situaba entonces de pie y dibujaba en su mente una línea larga (como unos 19 años quizás) y luego continuaba. Pelotitas y en negrita, palabras clave, todo el tonteo pedante de las escuelas. Allí mismo ubicaba como si se tratase de historia, científicamente analizado, el punto inicial. El tonteo al que llamaría «comienzo del desastre». Mamá diría que exageraba, pero ella no se encuentra por aquí ¿no es verdad? No quería ser fatalista, realmente rechazaba con vehemencia aquella parte suya, cerebral, que le trasmitía con un murmullo casi irrepetible «perder para ganar». En su círculo cercano, aún más, unido al latir de su corazón, se gestaba aquella sensación que parecía ser capaz de cubrir con su velo negro cada uno de sus lacios cabellos. Tampoco estaba de humor aquella noche inventiva, de señalar con el dedo a cada uno de ellos mascullando dolida cada uno de sus pecados, esa no era la idea. Más allá de eso, temía que al hacerlo, su cuerpo de acuarela terminara por desfallecer entre temibles gotas de agua, diluirse era en ese momento, la mayor de sus preocupaciones. Acentuado con los gritos familiares de «Gol» con un partido que jamás ocurrió o que jamás le importó. Ella entonces se sentía el elefante rosado dentro de aquella casa que a leguas se había trasformado en una de espejos. Dónde siempre se buscaba y acababa sola, llorando en un rincón, que ella misma había llamado «ningún lugar en especial». Latente en su propio desarrollo sentimental ¿hacia dónde se suponía que debía de ir? Temía a cada ruido, a cada palabra, a cada persona aunque lo creía normal, jugando entre las líneas trazadas en la vereda, piso no la piso... y huy... la pisé. Pisar la línea después de todo era lo peor que le podía pasar. O estaba perdiendo la cabeza, girando fuera de su eje como un trompo, asqueroso títere que se ahorcaba con sus propias cuerdas. Fin de la función, se aplaude y de nuevo para casa. Vivía el día a día en un distópico lugar donde la frase «Me quiero matar» pasó a ser tan trivial como un «Buenos días». Sujeto de disgustos y malestares, generales de la edad. Ella era la hija del medio, ni siquiera eso, dos iban antes que ellos (o eso era lo que sabía, según le constaba, debían de ser varios) y una más restaba su edad. Ella era entonces el eco absurdo de algo no deseado que por la inoperancia del destino finalmente plató sus raíces en esa tierra herida, derrapante. Apuñalaría ahora a su infancia y la vería agonizar mientras ella, quizás comenzaba a sentirse mejor. Tal vez solamente era culpa de un domingo distinto, la misma basura, pero empañado del misticismo dominguero ¿era solo ella la que se sentía así? Mierda que era una sensación horrible, como una vaca al matadero, podía sentir como su ánimo caía al igual que el sol, haciendo que realmente no quiera hacer absolutamente nada y sentirse horrible después. Así funcionaba su cabeza, daba miedo. pero no le pregunten nada al respecto, que ella era una simple pasajera de pensamientos que iban y venían como pasajeros en una estación a rebosar o las más tortuosas olas en una playa vacía. Ir y venir, quizás ese era su destino, revolver una y otra vez la misma mierda. Lo siento por eso, amaba decir malas palabras, a papá no le gustaba, y ella estaría más que encantada de verle arrugar la nariz con la tontería. Así que sí, iba a decir lo que quisiera total solo internet lo sabría. Y era una putada ¿no? Ya no había nada que hacer. Su relación no era buena después de todo, no cabía oportunidad sin que ella se lo dijera a quien preguntase, su papá era una mierda. Y era una putada tener que vivir con él, y era una putada tener que respirar el mismo aire, y era una putada simplemente saber que existía y sobre todo... era una putada sentirse tan culpable al admitirlo. Pero de eso a futuro quizás diría unas palabras, pero vamos, lo más seguro es que sí, todo se comenzó a joder cuando él simplemente comenzó a ser... él. Supone que no hay mucho que se pueda hacer con ello ¿estaba cansada de eso? Y de muchas cosas más, pero juraba poner de su parte para seguir el sonido de la guitarra criolla que nunca quiso enseñarle. ¿Qué podía decir? ¿Cómo podía comenzar esta tortura aliviadora? Diría que tuvo la puta suerte de ser el corderito más gordito en navidad, nacer mujer era la primer cosa que podía destacar de su desgaste emocional. No podía pensar en otra cosa que le jodiera más que eso ¿tan malo era? No, claro que no, ella amaba verse, amaba cada parte que el mundo le había enseñado a odiar, simplemente se amaba. Lo que odiaba, y ojo, que odiar es una palabra fuerte, era la manera en la cual aquel pequeño detalle la había situado en el mundo. Un vomitivo rosa y azul pastel. Había crecido en un hogar bastante liberal cabe destacar, pero recordaba bastante claro la manera en la cual con 7 u 8 años le habían gritado en la calle su primer «piropo». Cerca de casa, con la hermosa pollera bordó del uniforme de educación física, las largas trenzas con sus respectivas cintas y las medias hasta las rodillas, blancas como la nieve en aquella calle de tierra roja. Un grito austero hirió el aire con algo como «yo me quedo con la más pequeña» en referencia a mi persona. Que putada. Que hijo de puta. Pero nadie dijo nada, normalizado estaba que ella al ser niña, mujer sobre todo, pudiera ser rebajaba a ese punto de ser un objeto. Y eso no se detuvo, ya nunca más se detuvo, subiendo, escalando y ya no era «la pequeña» ella era la «puta» a la que le iban a romper el orto con 11 años, el perro que llamaban con silbidos y el «qué buena que estás» de algún pajero de por ahí. Supongo que se fue acumulando ¿explicaría el miedo que tiene al salir sola ahora? De día o de noche, no gracias. Estar acostumbrada es lo que más le asusta, le da miedo todo en realidad. No había mucho que decir sobre eso, largo y tendido se ha hablado de esto ¿no es así? Pero ella se sentía morir, el miedo la paralizaba, el terror hacía que sus piernas temblaran, mucho antes de que pudiera pensarlo bien, sabía que debía de estar asustada. Vivir asustada era entonces ahora la normalidad de su vida. Idealizando entonces, deseaba desaparecer de esto, irse a un lugar que podría considerar por completo suyo, seguro y distante, acurrucarse en las hojas secas y volverse una con la naturaleza. Le avergonzaba admitir que estaba asustada, pero lo normalizaba, era más de lo que podía soportar y pese a que lo narrase como anécdota era algo que dolía, que aún sangraba. Quizás esta era la única manera de respirar. No quería señalar con el dedo, no quería nada de eso, pero ahí estaba impulsando sus dedos contra el teclado con una historia que contar. Y no te preocupes, ella no busca un testigo de cómo se hundía, solamente quería hablar, mierda, quería gritar hasta arrancarse la garganta, hasta vomitar, hasta sacar todas las mariposas muertas. Ella les está dejando entrar, eso es claro, al pequeño y solitario lugar donde está encerrada, una cueva donde puede simplemente respirar tranquila. Sácate los zapatos, deja la campera colgada en una silla y siéntate con ella. Acostúmbrate a verla como es pequeña, diminuta, angelada, desnuda y destrozada, como la han dejado. La música clásica empapa el lugar y ella solamente necesita un abrazo. No pretende generalizar, simplemente necesita, dios, necesita que la escuchen, que piando se ahoga poco a poco con aquella asquerosa ignorancia. Presa de ensueños y pesadillas, con la piel salpicada de pintura y los ojos hinchados de llorar, con las uñas violetas por el frío y las costillas marcadas en su espalda diminuta. Su corazón se rompe y amargamente ella llora, olvidándose de las palabras, volviendo a ser niña, deslizando con presteza sus manos por su cabello, corto, como le gusta. Con el arcoíris pintado en las muñecas que no dejan de sangrar, angustiada, desorientada, como el cachorro que ciego busca mamar. Muere ella en el frío desquiciada. Rogando a un dios benevolente, a un dios padre, que la agarre como su criatura y le diga «aún te necesito» antes de descartarla. Pero allí está sola marchitándose poco a poco mientras solamente el eco de su voz distante le recuerda su miseria, burlona, acentuado críticas que más que ayudarla, la sumergen más y más en aquellas lágrimas corrosivas, y ella como tinta, lejos del tintero, con gota a gotas del agua santa, se despierta, se duerme y se vuelve absolutamente nada. Nada. Nada. Nada más que una historia distorsionada. 

DistorsionadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora