Capítulo 2

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Mis ojos me pesan demasiado, trato de abrirlos y un zumbido se cruza por mis oídos, me remuevo hasta que poco a poco consigo abrirlos. La luz me ciega por un momento, pero solo pasan unos segundos para que pueda acostumbrarme a ella.

Trato de sentarme y me detengo al sentir un terrible dolor que me recorre el abdomen, duele, duele como los mil demonios. Respiro hondo y hago un esfuerzo hasta que consigo sentarme y observo a mi alrededor.

¿Dónde estoy?

Esto no es un hospital, ni de cerca. Las paredes son de roca al igual que las mayorías de las cosas que hay en la sala, las luces vienen de una enorme ventana que me permite darme cuenta que estoy rodeada de vegetación.

Todo es tan puro, puedo respirar y sentir el olor de las flores que se encuentran cerca, escucho los ruidos de las aves, también hay una pequeña fuente en un costado del salón. Los muros tienen enredaderas tan verdes y llenas de flores que incluso parecen falsos.

Dejo de prestar atención a ello cuando escucho algunos gritos provenientes de afuera y a paso de tortuga me voy acercando hasta que logro abrir la puerta y salir. Las voces se van haciendo más fuertes conforme voy avanzando, me ubico cerca de una columna de tal forma que puedo observar con atención sin que me noten.

Son dos chicos, uno de ellos es alto, demasiado alto. Cabello castaño con matices grises en algunas partes, nariz perfilada, labios un tanto pequeños y unos ojos grises. Lo reconozco, es el chico que apareció la otra noche, en ese momento no pude detallarlo bien, pero justo ahora me doy cuenta de que es bastante atractivo.

Me fijo en la persona con la que está discutiendo, cabello desordenado y negro, aunque no tan negro como sus ojos; sus ojos son tan oscuros que podría asustarte con solo mirarlos. Es un poco más bajo que el otro, pero aun así me rebasa por unos centímetros, nariz respingada y unos labios carnosos que cualquier mujer envidiaría.

Solo con verlos puedo darme cuenta que son completamente distintos, mientras que el castaño desprende amabilidad y empatía el otro demuestra todo lo contrario, arrogancia y frialdad. Me doy cuenta por la manera en la que habla, o más bien grita, al otro.

—¿Por qué la trajiste aquí? —demanda, furioso.

—¿Qué esperabas que hiciera? ¿Qué la dejara tirada para que muriera?

Por la manera en la que hablan, supongo que se refieren a mí. Hay unos momentos de silencio en los que él espera una respuesta, la cual en ningún momento llega.

—Tienes que estar bromeando, Kenneth Blake—interesante nombre—. ¡No podía abandonarla!

—Claro que podías, solo no quisiste.

Bueno, hay que admitir que el chico tiene un punto. No digo que el otro debió abandonarme, pero fácilmente pudo hacerlo y algo me dice que hay un motivo para traerme hasta acá.

—Y no uses mi apellido como si me estuvieras regañando —agrega, aunque el otro no le presta atención porque está demasiado ocupado rebatiendo a su comentario anterior.

—¿Quieres saber por qué no la abandoné?

—Sorpréndeme —no me pierdo el sarcasmo en la voz de Kenneth.

—Porque a diferencia de ti, yo si me preocupo por los demás.

—Solo nos pondrá en riesgo.

«¿En riesgo de qué?»

Miles de preguntas abordan mi cabeza en ese instante, las dudas que han surgido la otra noche siguen ahí. La criatura, el chico de cabello castaño, la ráfaga de aire que vino de la nada y la manera en la que asesinó a la criatura.

Princesa de FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora